Una cola muy larga

Dicen que para tener la lengua larga es necesario tener la cola corta, sobre todo en política y también sobre todo cuando se es sumamente crítico como sucede ahora con los miembros de la cuarta transformación.
El periodista Carlos Loret difundió en la plataforma de LatinUs un video donde el ex coordinador de Protección Civil, David León, entregaba un millón de pesos al hermano de Andrés Manuel López Obrador, Pío López Obrador para el “movimiento”.
A principios del 2000 se inició el proyecto llamado “cien colonias”, que consistía en repartir apoyos a las cien colonias más importantes para garantizar el triunfo del candidato del PRD a la jefatura de Gobierno, un Andrés Manuel López Obrador.
Eso era corrupción, porque se trataba de utilizar recursos públicos para beneficio de un candidato. Rosario Robles afirmaba que eso no era corrupción, porque no se robaban el dinero para ellos, sino que lo utilizaban para la causa política. Corrupción era robar, decía; utilizar recursos públicos para la campaña no era nada parecido, era hacer política.
Creo que vale la pena comentarlo ahora porque se ha hecho pública evidencia de cómo el presidente, el mismo Andrés Manuel López Obrador, no tiene empacho alguno en utilizar recursos, sin importar su procedencia, con tal de obtener el poder.
Lo ha hecho toda la vida: en su pleito con Madrazo en 1994, en su campaña de 2000 a la jefatura de Gobierno, en la de 2006, de 2012 y de 2018. No le ha importado si ese dinero viene de gobiernos locales, de empresarios, sindicatos, o de cualquier otra fuente, con tal de que le sirva para avanzar en su camino.
Sin embargo, siempre ha insistido en que es honesto, porque vive en esa extraña dimensión en la que vivía Rosario Robles: lo que se toma para la acción política no es corrupción, corrupción es robar para uno mismo. Por eso López Obrador insiste en que es honesto, porque (casi) no toma nada para él mismo.
Aunque vivió doce años sin ingresos, pero nunca sin camionetas, guaruras, secretarios y apoyos, eso no es corrupción (en su lógica), porque se trata de trabajo político. No le parece corrupción haberse hecho de departamentos para cada uno de sus tres hijos, ni un rancho para pasar su vejez, porque eso es razonable para alguien que ha dedicado su vida a la lucha política. La Revolución le ha hecho justicia, pues, y eso no puede considerarse corrupción.
En su afán de distraer a los mexicanos de la trágica actuación de su gobierno frente a la pandemia y de la severa contracción económica, decidió traer a Emilio Lozoya para embarrar a todos sus adversarios. Se trataba de mostrar que todos, salvo él, son corruptos. La respuesta ha sido contundente: él también lo es. Su hermano y su asesor más cercano se dedicaron a recaudar para él, siempre con su conocimiento, siempre por encima de la ley.
Lo grave del asunto es que eso era lo único que le quedaba. Ya nos había demostrado que no tiene idea alguna de cómo gobernar. Ya destruyó la economía, la administración pública, ya polarizó al país, ya fracasó en materia de seguridad. Insistía en que la gran diferencia de su gobierno era que no había corrupción. Esto ya no puede sostenerse. No sólo hay evidencia abundante de cómo se está saqueando el erario en este gobierno. Hay evidencia ahora de que él mismo es un corrupto.
Hay evidencias que podrían dar cauce a una investigación por delitos electorales. Dinero en efectivo para un “movimiento”, como dijo León, que en ese momento ya era partido (Morena) y estaba compitiendo en sus primeras elecciones. Probablemente ese presunto delito electoral haya prescrito, pero en el contexto de las acusaciones que se debaten hoy sobre presuntos pagos ilegales a campañas políticas, ¿cuál es la diferencia? López Obrador la quiso diferenciar con los montos, pero es tanto como decir que si uno roba poquito, es diferente a robar mucho.