El poeta ruso que fue mandado asesinar por realizar un poema

La redacción y difusión de un texto que obtuvo el estatuto de sagrado derivara en que se decidieran ya conciliaciones, ya matanzas entre pueblos; donde la posibilidad de escribir tuviese la función de un indicador de casta. Un caso que se inscribe dentro de la descripción anterior. Lo refiere George Steiner en su obra Extraterritorial (2009). Se trata del poeta ruso Ósip Emílievich Mandelstam (n. 1891-m. 1938) y del poema que realiza sobre Stalin. Aquí se encuentran dos aspectos claves acerca del ejercicio del poder y la relación que mantiene con la palabra.
Una está presente en el propio poema donde, parafraseando a Steiner, el poeta expresa la potencia criminal existente en la manifestación de la palabra. Refiere cómo la potencia criminal de la palabra se debe a que es un hombre con la potestad de gobernante quien la pronuncia. Es por lo tanto, dicha posición de superioridad la que otorga a la palabra del gobernante la posibilidad de dar muerte a otro hombre con tan sólo una orden.
Este poder de la palabra del gobernante sobre la vida de un hombre es el que hace constar el poema de Mandelstam. La siguiente presentación del poema es la que se encuentra en la obra de Steiner:
«Vivimos. No estamos seguros de la tierra que pisamos.
A diez metros de distancia nadie nos oye.
Pero en cualquier lugar donde se hable en voz baja
recordamos al montañés del Kremlin.
Sus dedos son gordos como gusanos,
sus palabras pesan diez kilos.
Las puntas de sus botas destellan,
su mostacho de cucaracha se ríe.
Alrededor de él, del Grande, están los flacos delatores de cuello fino.
Juega con ellos, feliz de rodearse de semihombres.
Ellos emiten conmovedores y graciosos sonidos animales.
Sólo él habla ruso.
Una tras otra, sus sentencias resuenan como cascos de caballo:
los pronuncia rítmicamente, y siempre da en el clavo.
Cada muerte es para él, como buen georgiano,
Una frambuesa que se mete en la boca.»
En el poema, Stalin (El Grande) es la figura del que gobierna, de quien dicta y da la muerte, si así lo decide, sin ninguna conmiseración. La razón de ello es que se considera a sí mismo como soberano.Y todo aquel que se percibe como soberano acaba por concebirse con la potestad de disponer sobre la vida y la muerte de los demás hombres. Pues el poder soberano del hombre que gobierna, y de una nación misma como ente soberano, reside en su posibilidad de decidir cuándo la vida de un ser humano deja de ser digna de ser vivible.
Giorgio Agamben argumenta que la razón de que una vida pierda su carácter de ser vivible es consecuencia de la politización misma de la vida. Por ello, si para un gobernante la vida de un individuo –o sectores completos de individuos– interfiere o deja de ser útil a sus objetivos políticos, éste se autoriza a sí mismo sobre la decisión de su muerte. El genocidio de los judíos en la Alemania nazi es el máximo ejemplo de tal politización de la vida, refiere el autor. En el poema, esta politización está referida respecto de un solo individuo pero la operación es la misma en uno que en cientos de personas.
En el poema de Mandelstam la razón por la que El Grande decide sobre la vida o muerte de otros hombres, obedece al mismo poder soberano que politiza toda la valoración de la vida. De manera que para el montañés del Kremlin, la muerte de tales indiviuos significa únicamente frambuesas que se mete a la boca. Ordenar y ejecutar su muerte pierde, incluso, el carácter de homicidio.
Las impliaciones de tal consideración por parte de un madatario sobre sí mismo –o de una nación sobre sí misma–­­ trascienden los ámbitos morales y éticos. Tienen que ver con la conformación del poder y más concretamente con lo que se denomina actualmente como biopoder y como biopolítica, lo cual se ha convertido en la concepción actual de la vida humana desde la perspectiva de quienes poseen el poder.
Por otra parte, la relación que expone el poema entre la palabra y los actos realizados por el montañés del Kremlin es la relación existente entre la potestad del poder y la manera de llevar a cabo tal potestad. Quien rige cualquier sistema social, ya sea a la fuerza o determinado democrácticamente, lleva a cabo su mandato a través del lenguaje.
La palabra es la que hace posible la gobernabilidad. Puesto que es la palabra la que comunica, legitima y reproduce la posición de mandato y poder de un hombre respecto a otros. De allí que en la palabra esté dada la posibilidad de decidir, ya la vida, ya la muerte de cualquier hombre, según lo decida quien gobierna. Porque, recordemos, el que gobierna se ve a sí mismo como legislador de la vida y el poseedor de la palabra y el orden.
Toda esta reflexión sobre el poder que “legitima” a un gobierno o gobernante a decidir sobre la vida de otros nos lleva a la otra clave del poema, y es que en el texto se representa tanto al poder contestatario de aquel a quien el dictador quiere someter, como la consecuencia final de tal acto contestatario.