Veamos los equivalentes funcionales de la magdalena proustiana en algunos grandes filósofos como Rousseau, Diderot y Kant. Son anécdotas que transforman la época moderna.
Y circunstancias que condicionan las reflexiones de tres filósofos cuyas ideas resultan fundamentales para comprender nuestra modernidad.
La temprana encarcelación de Diderot
Si a Diderot no le hubieran encarcelado al circular sus primeros escritos, a buen seguro no se hubiera empeñado tanto en sacar adelante su Enciclopedia, cuya influencia resulta decisiva para combatir los prejuicios y la superstición de su época, favoreciendo así el advenimiento de la Revolución Francesa. La necesidad económica hizo que Diderot vendiera a la zarina Catalina II de Rusia su biblioteca con sus manuscritos. Necesitaba dinero para la boda de su hija.
Gracias a esta providencial circunstancia, todos sus manuscritos pasaron a manos de la emperatriz rusa.De no haber sido así, es probable que muchos de sus escritos pudieran haberse perdido, como muestran las curiosas vicisitudes padecidas por edición de sus obras. Además, esa venta le hace viajar hasta San Petersburgo y, frustrado por no conseguir asesorar a la déspota ilustrada en sus reformas políticas, Diderot escribe sus contribuciones anónimas para la Historia de las dos Indias del abate Raynal.
El presidio de Diderot también es decisivo para Rousseau. Una visita a su amigo encarcelado en la fortaleza de Vincennes provoca que Rousseau abandone su primera vocación musical para escribir ensayos filosóficos cuya repercusión es totalmente inusitada.
El hurto juvenil de Rousseau
Pero en realidad todo empieza con un pequeño gran hurto. Sin ese robo Rousseau no hubiera escrito sus Confesiones e inventado con ello el género autobiográfico de la era moderna. Tampoco hubiera tenido, con sus influyentes reflexiones morales y políticas, el impacto que legó al pensamiento ético de Kant.
Los remordimientos le atenazan de por vida por algo que hizo a los dieciséis años. Trabajando en Turín como lacayo, sustrajo una cinta ornamental para el cuello. Rousseau acusó del hurto a Marion, una joven doncella de la que se había enamorado. Ambos son despedidos.
Los paseos frustrados de Kant
Al escribir su Emilio, o de la educación, Rousseau quiere demostrarse a sí mismo, y de paso al mundo, que le preocupa la infancia, por más que abandonase a toda su prole. Sus cinco hijos fueron enviados a un orfanato. Poco importa que fuera una práctica bastante habitual, como muestran las estadísticas del momento.
Intenta justificarse aduciendo que sigue las enseñanzas impartidas por Platón en su República y que por añadidura ha librado a sus hijos de un destino aún más cruel, al separarles de sus perversos parientes maternos. Como quiera que sea, sus cuitas le hacen escribir el Emilio, un texto que ha de calar muy hondo en Kant. Tan hondo cala que Kant deja de dar sus cotidianos paseos por Königsberg cuando recibe las dos obras, y sus vecinos no pueden poner en hora sus relojes, tal como acostumbran a hacer gracias a su exquisita puntualidad. Kant deja de pasear por estar enfrascado en la lectura del Contrato social y el Emilio.
Entonces describe a Rousseau como una especie de «Newton del mundo moral». Con su Fundamentación y su Crítica de la razón práctica, Kant sienta las bases de la ética moderna, inspirado por esas lecturas de Rousseau.
Anécdotas convertidas en categorías
Cosas aparentemente triviales contribuyen a cambiar la historia del pensamiento, como muestra el entrelazamiento de las anécdotas recién recordadas. Los pensadores más egregios fueron también personas de carne y hueso afectadas por sus circunstancias.
Detalles que parecen nimios e intrascendentes determinan el devenir de la historia universal, como nos muestra Juan Eslava Galán en sus libros o Nieves Concostrina con su programa radiofónico, desgranando con amenidad un rosario de divulgativas anécdotas que no desdeñan el rigor historiográfico.