Aquel domingo 14 de junio de 1970 todos fuimos El Calaca González por espacio de 15 minutos. Mire que pararse en las narices del larguirucho Enrico Albertosi y quitarle la etiqueta de guardameta invicto, que no pudieron hacerlo suecos, uruguayos ni los israelíes. A pesar de que México dejó el Estadio Azteca para meterse al infierno de Toluca, el gol del casi niño héroe llamado José Luis, hijo pródigo de Temoaya, puso de pie al país entero, soñando con vencer a los italianos y avanzar a semifinales. Un sueño guajiro.
Llega entonces la imagen de Nacho Calderón, nuestro portero nacional, tumbado en el césped junto a su meta dañada. El autogol del Kalimán Guzmán, primero. ¿Después?, los dos zurdazos de Luigi Riva y la aportación de Gianni Rivera. Un 4-1 que apagó de tajo las ganas de seguir mirando la Copa del Mundo. Total, ahí estaban los 11 genios de Brasil y ahora había que apostar por ellos. Con Pelé y Tostao… hasta el fin del mundo.
Italia sólo metió un gol en la primera fase, mientras que la Selección Mexicana presumía cinco. Los porteros llegaron invictos al partido. Inmaculados. Un duelo en territorio mexicano, aunque en la sede de los europeos pintados de azul y blanco.
Un descuido de los extranjeros y González los pone contra la pared. El gol inesperado. El fatídico minuto 13, Calaquita levanta los brazos y se deja querer por los paisanos. La parafernalia y la rara sensación de tener a Goliath de rodillas. Que esto ya termine.
Sorprendidos, aunque más heridos en su orgullo, los azzurri atacan como fieras sin descanso, se adueñan del balón y se multiplican dentro del área anfitriona. Nacho Calderón es el único portero que queda sin recibir gol. Él presiente que tiene los minutos contados.
De pronto, Luigi Riva toma el balón por la derecha, la defensa mexicana reclama mano del ítalo, Boninsegna se asoma y manda un disparo que alcanza a ser desviado por el defensor Javier Guzmán. Autogol del Kalimán. Eternos segundos de Nacho Calderón tendido en el pasto. El preludio de una tragedia que se hizo eterna.
El villano de este trágico encuentro de opereta se llama Luigi Riva. Decía su técnico del Cagliari, Manlio Scopigno, que a Gigi la pierna derecha sólo le servía para subir al tranvía. Utilizó la zurda y dos veces, suficiente para acabar con la ilusión de 51 millones de mexicanos.
En el intermedio de dichas anotaciones, Gianni Rivera hizo lo suyo. El 4-1 que quema y apaga la euforia de los paisanos, que ocasiona hacer mutis en silencio, mientras once italianos vestidos de azul dan brinquitos en medio del campo y se despiden pensando en los alemanes, sus próximos rivales.
En los vestidores de México hay mucho ruido. Se dice que Nacho exclamó: “Con esta defensa no se puede”. Entonces llega el enojo del Halcón Peña. El capitán quiere bronca.