¡Ojalá me equivoque!

Diversos personajes muy públicos habían advertido sobre la amenaza de una pandemia como la que vivimos

En este encierro voluntario, frecuentemente me asaltan imágenes relacionadas con esta calamidad llamada Pandemia COVID 19. Imágenes, palabras y números que hace un mes no nos decían casi nada, ahora dicen todo. Todo lo malo que ni siquiera nos podríamos haber imaginado. Y una pregunta permanece constante en mi mente: ¿Qué pasará después? ¿Qué nos espera? Al igual que lo hace Siri Hustvedt en su más reciente artículo en Babelia, el suplemento cultural de El País, me pregunto ¿Será una restauración de lo que hubo o una realidad totalmente distinta?
No obstante que diversos personajes muy públicos (como el mismo Bill Gates), al igual que artistas, académicos y científicos, habían advertido sobre la amenaza que podría representar una pandemia como la que vivimos, pareciera que nadie hizo nada para prevenirlo. La enfermedad ha castigado a todos, sin hacer distingos por condición social, racial o geográfica.
Resulta espeluznante e inquietante ver diariamente el cuadro que muestra a los ya más de 1.46 millones de contagiados y más de 83 mil fallecidos. Personas de todas las edades y de más de 183 países, engrosan esas cifras casi apocalípticas. Y los remedios o las vacunas no aparecen por ningún lado, ni parece haber suficiente equipo médico para cuando cada país enfrente el “pico” de su propia epidemia. Ya vimos en otras latitudes como en España, cómo se han debido tomar decisiones sobre desconectar a un anciano, para dejar su lugar a alguien de menor edad.
Y mientras todo eso sucede, en México constatamos cotidianamente (hasta hace tan solo unos días) la indiferencia e indolencia del gobierno respecto a la gravedad de lo que nos amenaza, tanto en el plano sanitario, como en el económico. Y no solo eso, sino, quizás más grave aún, la ausencia de cifras confiables sobre la magnitud de diseminación de la enfermedad. Ni “tests” suficientes para detectar a los contagiados, ni una buena disposición para que se encuentren al alcance de todos.
Ojalá que me equivoque, pero tengo el presentimiento de que lo que se ha publicado en diversos medios, afirmando que la realidad supera en mucho a lo que se publica cotidianamente, puede ser verdad. Y, en caso de ser cierto, la información real que sí es de conocimiento de las autoridades, a mi parecer, es la que los ha hecho variar finalmente su actitud, obligándolos ahora sí, a adoptar medidas más radicales. Pero la pregunta es, ¿cuántos miles de personas se contagiaron durante el relajamiento vivido durante tantas semanas? ¿Y ellos, a cuantos más contagiaron?
Pasando ahora al tema económico, en mi columna anterior me referí a las predicciones que hacían importantes organizaciones sobre el impacto que esto tendría en la economía mexicana. Hoy, esas predicciones ya suficientemente malas, han sido modificadas para peor por importantes firmas financieras internacionales, que pronostican en algún caso una caída de hasta 10 puntos del PIB. Conversando apenas con un querido y admirado economista, me decía que no cree equivocarse al prever una caída de alrededor del 6% que se traduciría, por decir solo uno de los efectos, en una caída del 10% en la recaudación. Ello nos pone frente a un escenario recesivo catastrófico (y no creo exagerar) que puede repercutir muy negativamente en la economía de millones de familias y en la de otro tanto de micro, pequeñas, medianas y grandes empresas. Otra pandemia de la que no se salvará nadie.
Y frente a ella, se repite la misma actitud gubernamental, que pareciera de nuevo ignorar todo lo muy malo que nos podría suceder, de no actuar oportuna y determinantemente. Ello, nuevamente, a pesar de las advertencias que se hacen día con día de dentro y fuera del país, sobre la magnitud del tsunami económico que vivirá todo el mundo. Y lo más increíble de todo es que exista una cerrazón ante las propuestas (muy razonables y viables, por cierto) que han hecho, lo mismo el Consejo Coordinador Empresarial, que grupos de académicos o hasta el mismísimo MORENA, a través de Alfonso Ramírez Cuellar.
En otras latitudes se ven ya decisiones de política económica tendientes a atemperar los efectos de esta crisis que va dejando a millones de personas sin empleo y, por lo tanto, sin la posibilidad de generar ingresos. Transferencias monetarias directas (de esas que hemos hablado en este mismo espacio) para las familias, y deducciones o exenciones fiscales y financiamiento y moratorias para apoyar a las empresas que lo requieran.
Países como Estados Unidos, Canadá, Singapur, la India, o la isla de Hong Kong plantean la creación de transferencias directas a los trabajadores durante este año como una medida para enfrentar la crisis. Los gobiernos realizarán depósitos a los trabajadores de menos ingresos para afrontar la pérdida de empleos e ingresos que estas familias sufrirán durante una cuarentena que puede prolongarse por varios meses. Los gobiernos reconocen que aún estas trasferencias representarán sólo una parte de los salarios perdidos, pero como señalan el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional revisando escenarios de contingencias y desastres naturales pasados, estos ingresos directos son más efectivos que otras políticas para la recuperación económica de los individuos.
Estas transferencias están abriendo un debate de más largo plazo sobre la renta básica universal en España y Reino Unido, reconociendo un derecho a la seguridad económica y a las ganancias por productividad generadas por los países. En el contexto de esta crisis, la renta básica puede ser más efectiva que los programas sociales tradicionales. En América Latina, una renta básica orientada a superar el umbral de pobreza tendría un costo de solamente 4.7% del PIB en promedio para los países de la región, según la CEPAL.
En México apenas el domingo anterior nos enteramos que el gobierno no ha preparado ningún paquete específico de esa naturaleza. Si acaso, seguirán los programas sociales en vigor para personas y familias y se ha descartado ya alguna medida para apoyar a las empresas. Ha surgido, desafortunadamente, esa visión que mira a las empresas y empresarios como enemigos y como personas o entidades que solo miran por su interés monetario. No parece importar que estos emprendedores dueños de micro y pequeños negocios, no sean ni los Slim, ni los Larrea o Sada, sino los dueños de una papelería o de un taller mecánico o una panadería. Empresas todas estas que en verdad sostienen el empleo en México.
Éstas, propuestas de política económica que distan mucho de ser producto de un verdadero consenso como el que propuso, en una misiva reciente, un importante grupo de destacados mexicanos que solicitaron a AMLO a que convocara a la celebración de un amplio acuerdo nacional para superar la crisis y sentar las bases para poder retomar la senda de prosperidad. Y lo malo es que tampoco se rectificarán políticas que amenazan seriamente a la estabilidad macroeconómica, que hasta hoy se ha podido preservar.
Quizás para que se entienda mejor lo que proponen ellos (y yo), habría que frasearlo de la siguiente manera: se trata de garantizar un futuro de crecimiento y oportunidades, viable en el largo plazo. Ello solo se puede lograr evitando que la crisis destruya aquello con lo que ya contamos para producir, empezando con los empleos y con las empresas. Garantizando ese futuro ahora, comprometiendo para ello todo lo que se requiera, aunque hoy no dispongamos de los recursos necesarios y lo debamos hacer con financiamiento, contaremos con lo necesario para hacer frente en el futuro a los compromisos que debamos adquirir. Y solo así podemos garantizar que contaremos con la planta productiva que ese futuro requiera para ser competitivos.
De no verlo así, corremos el riesgo de perder la oportunidad de que surja esa realidad totalmente diferente y, por el contrario, podríamos entrar en un período de severa recesión, sin suficientes empleos y empresas que los ofrezcan, que bien podría traducirse en una lamentable inconformidad social generalizada.
Por más que se diga de buena fe y con las mejores intenciones, es inviable que las buenas expectativas en materia de empleo se basen en la inversión pública (quizás la menor de nuestra historia reciente) que, dicho sea de paso, no se ve de dónde y con qué se vaya a financiar. Hasta el día de hoy, sin embargo, parece que el empecinamiento puede empañar la visión que se exige a un estadista en tiempos de crisis. Sería lamentable, pero todo indica que hay poca voluntad de cambiar. Ojalá me equivoque, pues si es así, entonces el presidente tendrá la gran oportunidad de consolidar su proyecto, sin dejar fuera a nadie y garantizaría la viabilidad de México como país en el largo plazo. Ojalá… pero no creo.

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