Ciencia y tecnología, ¿son una misma cosa?

Esta fue la pregunta que me planteó mi nieta de 15 años que estaba estudiando la historia del progreso humano.

Es bien cierto que, en más de un medio de comunicación general, encontramos una sección titulada «ciencia y tecnología» y, en general, encontramos en la misma una mezcla de noticias tanto de física o biología como otras dedicadas al automóvil autónomo o el último modelo de teléfono móvil que se ha presentado en el mercado.

No hay duda que entre una y otra existe una clara relación, pero ¿son realmente una misma cosa? Es decir, ¿el criterio de utilidad propio de la tecnología es el mismo que el concepto de verdad que manejan los científicos? El intelectual polifacético argentino y casi centenario Mario Bunge utiliza en un artículo la reciente confirmación de la existencia de las ondas gravitacionales para señalar cómo se diferencia la ciencia pura de la tecnología.

Es cierto que para poner en marcha el experimento intervinieron ingenieros de diversas especialidades, pero, ¿por qué se inició esta investigación?

Fue exactamente hace un siglo cuando Einstein señaló que, según su Teoría General de la Relatividad, los cuerpos más violentos del cosmos liberan parte de su masa en forma de energía a través de unas ondas que se han denominado gravitacionales.

Es obvio que Einstein operaba sin tener en cuenta ningún criterio de utilidad. Su trabajo era ciencia pura a la búsqueda de la verdad sobre de qué material estaba hecho el universo. En realidad, el físico alemán creyó que así como otras de sus predicciones se habían podido comprobar (por ejemplo, la curvatura de la luz por el efecto gravitacional de la tierra), en este caso no sería posible detectar dichas ondas, tan lejanas que serían imperceptibles al llegar a la Tierra.

Sin embargo, en este caso Einsten se equivocó. Y aquí sí que la tecnología ha jugado su papel para hacer posible una demostración que parecía imposible, al diseñar la macroinstalación experimental que requirió de enormes interferómetros (un instrumento óptico que emplea la interferencia de las ondas de luz para medir con gran precisión sus longitudes de onda) y dos tubos de vacío de 6.000 metros de longitud.

Otro ejemplo que nos podría llevar a confirmar las diferencias entre la ciencia y la tecnología podemos encontrarla en la aparición de la máquina de vapor, la hiladora con los husos múltiples o el telar mecánico, piezas clave de la primera revolución industrial.

El siglo XVIII fue un siglo rico en científicos (Laplace, Lavoisier, Euler, etc.), sin embargo, ninguno de ellos tuvo nada que ver en sus interesantes trabajos con las nuevas máquinas que se deben a técnicos por no decir artesanos, más o menos autodidactas.

Y así como los científicos citados no mostraban ningún interés por las máquinas, los inventores de las mismas no estaban en absoluto interesados por la ciencia básica. Claro que sus máquinas se basaban en conocimientos científicos en algunos casos con varios siglos de vida.