Los “malditos” mercados y la confianza

Se van capitales, pese a alta tasa

No, hoy no voy a hablar de esos mercados a los que me referí en la columna reciente llamada ¡Vaya tropezón!, en la que, como introducción al tema del infarto que sufrí, hice un buen recorrido gastronómico de varios de los mercados públicos de nuestra maravillosa ciudad capital. Hoy voy a hablar de los mercados financieros que, valga la aclaración (que no está de más en los tiempos que vivimos), no son iguales a aquellos.
A dos o tres meses de iniciado el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, me encontraba en mi oficina como Presidente de la Comisión Nacional de Valores, encargo que me había hecho el Presidente de la República a través del Secretario de Hacienda, Pedro Aspe Armella.
Los últimos 15 meses me había desempeñado como Director General de Banca de Inversión de Nacional Financiera, dedicando buena parte de mi tiempo (y de los recursos disponibles en la Institución para este propósito) a lograr la revitalización de un maltrecho Mercado de Valores. Esto como resultado de la demoledora crisis bursátil que devastó a las bolsas de casi todo el mundo en septiembre de 1987, iniciando con aquel lunes conocido como el lunes negro, el día 19 de ese mes. Quizás ese antecedente explique en parte la designación, dado que yo no era miembro del equipo de los nuevos funcionarios, sino que, todo lo contrario, me identificaba con Alfredo del Mazo quien era el precandidato derrotado en dicha ocasión.
Repentinamente, sonó la campanilla del teléfono rojo conocido como la Red Presidencial, apareciendo un número del que nunca había recibido una llamada. Al tomar la llamada, con el obligado – Oscar Espinosa a sus órdenes, me sorprendió sobremanera escuchar como respuesta una voz que enérgicamente me dijo.
-¡Óscar, buenos días, habla Carlos Salinas! ¿Podrías decirme qué está pasando en el mercado bursátil el día de hoy?
Casi cayéndoseme el auricular de la mano, de inmediato me puse respetuosamente de pie, a pesar de que mi interlocutor no me miraba y le respondí cándidamente:
– ¡Buenos días, Señor Presidente! No lo sé, no estaba siguiendo la sesión. Si bien recibo reportes a lo largo del día, no sigo minuto a minuto las cotizaciones. Pero lo verifico de inmediato y le informo.
-Chécalo de inmediato y me llamas directamente. De hoy en adelante, te pido que cualquier comportamiento en un sentido u otro que se aparte de la normalidad y que, por ello, a tu criterio, lo amerite, me lo informes de inmediato. Debemos ser sensibles a lo que pase en los mercados.
Colgué con la sangre helada, y sin acabar de creer lo que me había sucedido, le reporté de inmediato el hecho a Pedro Aspe, quien, sin sorprenderse, me indicó que cumpliera las indicaciones presidenciales. Acto seguido, me informé de lo que sucedía en el mercado accionario, y le comuniqué los pormenores al Presidente, quien me reiteró algo en lo que Aspe insistía casi a diario. A su modo de ver, requeríamos un mercado de valores confiable, transparente y eficiente, pues lo necesitaríamos para captar inversionistas de todo el orbe, que contribuyeran a financiar el proceso de modernización de México que constituía la esencia del programa de gobierno.
Más allá del vilipendiado neoliberalismo y de cuestiones ideológicas, es un hecho que los países en desarrollo como el nuestro, con insuficiente ahorro interno para financiar su crecimiento, requieren acceder a los ahorros de economías que generan excedentes, para así solventar sus necesidades de recursos para crecer y desarrollarse. Ello lo pueden lograr exportando bienes y servicios como el turismo, recibiendo remesas de connacionales en otros países o captando inversión extranjera (directa o de portafolio). Esta última, la de portafolio, es la que se recibe en los mercados financieros para la compra de deuda pública o privada, acciones de empresas u otros instrumentos de captación.
Evidentemente, con un mercado de valores confiable y con condiciones de rentabilidad atractivas, resulta más ágil la captación de este tipo de inversión extranjera que aquella que se conoce como directa y que es la que se invierte directamente en activos para la producción y generación de negocios (industrias, comercios, hoteles, inmuebles para renta o venta, etc). De ahí lo estratégico de contar con un mercado financiero en el que prevaleciera ese valor fundamental al que a veces pareciera que no le damos suficiente importancia o significado: La Confianza.
Siguiendo con el relato, convoqué a una reunión urgente a mi equipo más cercano, les comenté las novedades y les urgí a que aceleráramos las medidas necesarias para que superáramos los resabios de la crisis de 1987, sancionando las irregularidades que lo merecieran, y avanzáramos más rápidamente en el diseño y negociación de una nueva Ley del Mercado de Valores que garantizara mayor transparencia y eficiencia en nuestro mercado. Y desde luego, ordené que se me instalara un monitor de cotizaciones en el escritorio y en mi sala de juntas. Jamás me volvería a pescar el Presidente en fuera de lugar.
Al poco tiempo, después de un interesante proceso de consulta que incluyó a jugadores importantes de los principales mercados del mundo, logramos consensuar con los partidos de oposición una reforma legislativa que nos dio la posibilidad de contar con un marco regulatorio a la altura de los más modernos del planeta y que propició la entrada de capitales externos a nuestro mercado.
Traigo a cuento estas anécdotas y lecciones que aprendí para siempre, tratando de aportar algo al conocimiento de lo que son los mercados financieros, porque considero que no entender lo que estos mercados significan y la forma en que se deben monitorear y atender, puede resultar fatal para nuestro futuro como beneficiarios de éstos. Mucho me preocupa la forma en que se hace referencia a ellos y a los participantes en los mismos, tales como las agencias calificadoras, satanizándolos como los principales enemigos del pueblo, de la inversión, de la estabilidad económica y, casi casi, de la justicia social.
He sido testigo por varias décadas de la forma en que los mercados de dinero y capitales nos han permitido aprovechar los ahorros excedentes de otras latitudes, adelantar con ellos nuestro crecimiento, financiándolo con dinero de otros, y capitalizar a miles de empresas. Y ahora veo con angustia la forma en que se podrían volver en nuestra contra, provocando exactamente lo contrario. En concreto, me aterra que se malinterprete el significado del concepto más relevante en un mercado financiero: La Confianza. Porque en un mercado como estos, la falta de confianza se traduce en incertidumbre y ésta puede dar lugar a una gran volatilidad.
Y todo ello, podría significar un serio cuestionamiento a la posibilidad de contar con los recursos suficientes para el financiamiento de programas y presupuestos públicos, y de inversiones productivas privadas. Y por desgracia, creo que, de no darse un proceso de revitalización de la confianza en el corto plazo (que está a la mano de la actual administración), me temo que entraremos en un escenario que nadie queremos.

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