¡Fantaaaasssssstico!

La vida me ha regalado la oportunidad de encontrar a una de las personas más marvillosas que he conocido.

Cualquiera que haya convivido con el querido y admirado Eduard Punset identificaría esta expresión como una de sus más características. La podía exclamar, lo mismo al vivir la experiencia de verse rodeado de miles de mariposas monarca, comer unos buenos chilaquiles o disfrutar en la boda de mi ahijada en Valle de Bravo, en donde por vez primera vivió la experiencia única de una boda mexicana. Eterno optimista, convencido de la bondad de los humanos, admirador de la belleza femenina y comprometido divulgador científico, nos ha dejado apenas hace unos días.

La vida me ha regalado la oportunidad de encontrar en él a una de las personas mas maravillosas que he conocido, con quien hubo química desde el primer momento y quien solo tuvo para mí y mi familia detalles de cariño y gran afecto. Nunca habré de agradecerle suficientemente que me haya considerado, junto con Andrés Roemer, como los dos únicos miembros extranjeros del patronato de su fundación.

Dos personas abonaron mucho para que yo tratara a Eduard: el mismo Andrés, quien lo consideraba siempre como un miembro distinguido del elenco de La Ciudad de las Ideas, y mi querido Plácido Arango, quien nos invito a comer juntos en un par de ocasiones allá en la capital española. Siempre habré de agradecerles que hayan contribuido a ello.

Eduard era un conversador como ninguno. Interesado siempre en lo que tenías que decirle, comentaba a lo largo de la plática alguna de esas frases que lo distinguieron. Recuerdo con especial cariño, aquella larguísima conversación en su Masía (una especie de hacienda que tuvo en Cataluña) a donde nos invitó, a la Gorda (mi esposa) y a mí a pasar un fin de semana sensacional y en donde le platicamos una buena parte de los claroscuros que como pareja y como familia habíamos vivido, al final de mi carrera política. Ahí, ese día, vivió (y sufrió) con nosotros las experiencias que tuvimos, perseguidos y angustiados. Y creo que fue ahí donde nos hizo sus amigos para siempre.

En esa ocasión, él también nos habló de cuestiones muy importantes e íntimas, destacando la parte relacionada con los agitados tiempos políticos que vivió como ministro del gobierno de Adolfo Suárez, en aquella ejemplar transición de su patria a la vida democrática. En relación con esa experiencia, no se equivocaba al afirmar que “gracias a Suárez, España era un país tan europeo como los demás”. Y revivió también para nosotros los tiempos en que él también fue víctima de  una encarnizada persecución política que lo mantuvo un tiempo escondido fuera de su país.

De las muchas pasiones de este hombre excepcional, una sobresaliente era la que tenía por la ciencia, lo que lo llevó a convertirse en el más popular divulgador científico en lengua española. A través de su conocido programa “REDES”, entrevistó a grandes científicos de nuestro tiempo sobre temas de vanguardia científica. Ameno como nadie, siempre tenía la pregunta indicada o la expresión certera para referirse a la temática tratada.

Un hombre que de verdad disfrutaba la vida, que podía carcajearse por el solo hecho de que le tomaran una fotografía. Afirmaba que “si la vida fuera eterna, no la viviríamos con la misma intensidad” y vivía convencido (y convenciendo a quienes le rodeábamos) de que había que “aprender a confiar en la intuición” y atender a la importancia de las emociones, en particular de la inteligencia emocional. Solía afirmar que “es probable que las mejores decisiones sean más producto de una emoción que de una reflexión del cerebro”.

Como afirmaba párrafos arriba, Eduard nos invitó a formar parte del patronato de la Fundación Eduardo Punset. En ella lo acompañamos varios años en programas que revelaban su sensibilidad y en particular (algo que me llegaba a mi muy hondo) su preocupación por el sentimiento de soledad en el que viven sumidos millones de seres humanos. A tal grado que quizás el principal programa que puso en marcha la Fundación fue el llamado APOL (Asistencia Psicológica On Line) que proporcionaba precisamente, apoyo a cientos de miles de seres humanos que acudían en busca del mismo, sintiéndose solos, tristes o desesperados.

De igual manera, el tema de la Educación Emocional, el cual consideraba se había vuelto de una gran importancia, en particular para los niños en estos tiempos tan agitados y convulsos, llenos de estímulos cotidianos que los afectan. Recuerdo bien el día que nos llevó a presenciar una sesión con niños de sexto año de primaria, en donde mi señora y yo, sentados ahí con ellos, en el suelo, vimos como se entrenaban en el manejo de sus emociones y aprendían a gestionarlas.  Una enseñanza que iba más allá de las cuestiones cognitivas, fundamental para la relación con los demás y para el crecimiento y desarrollo integral como personas y seres sociables.

Si mis lectores no han visto uno o varios programas de Redes, que se transmitieron por alrededor de 18 años en la televisión española, no lograrán comprender cabalmente al hombre que me refiero y a su obra de gran trascendencia. Esa perfecta combinación de extravagancia, curiosidad y excentricidad, con una cierta dosis de despiste, construyeron al personaje que ya no grabará mas programas como esos, los cuales, por fortuna, permanecen en el sitio de Televisión Española .

¡No deben perdérselos!

Yo extrañaré desde luego a ese personaje casi mítico, pero más añoraré al hombre entrañable y adorable, que se llevó mi corazón y los de los míos consigo para siempre. Queda entre nosotros la dulcísima Suzel, su esposa y a su lado, sus hijas. Entre ellas, Elsa, a quien quiero especialmente y  considero su alma gemela, quien, siempre acompañada del gran Francesc, su pareja,  es ahora, por cierto, una escritora y conductora que ocupa los primeros lugares en España.

Ahí en el bosque de Valle de Bravo, en donde se recreó a nuestro lado y en donde se maravilló por la vida y por el fenómeno de la mariposa monarca, habremos de plantar un árbol que crecerá por siempre y lo representará frondoso y vivo, como era, por muchos años que irán más allá, mucho más allá de nuestras efímeras existencias. ¡Ahí, en ese lugar, entre nosotros, nunca morirás, Eduard!.

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