La gula cae en seducción cuando una espumosa y cremosa bebida llena de sabor se presenta como malteada. Este rico postre en vaso tiene una historia enigmática, digna de contar,
James Horlink, farmacéutico londinense, se dio a la tarea de desarrollar un suplemento nutricional para bebés. Sus estudios reflejaron que el trigo y la malta eran importantes para ayudar a la salud, así que con esa idea en mano se mudó con su hermano William a Wisconsin, Estados Unidos, luego de que en su tierra no encontrara oportunidades.
En 1873 estos hermanos abrieron las puertas de una fábrica de alimentos infantiles en las cercanías de Chicago y, una década después, patentaron una fórmula de leche en polvo que lanzaron como “diastoid”, y que para 1887 fue registrada como leche malteada. Esta fórmula en realidad era una papilla en polvo de harina de trigo, leche entera evaporada y cebada malteada. Del último ingrediente tomaba su nombre.
La leche malteada tomó otro significado cuando los exploradores de montañas encontraron en ella cualidades livianas, no perecederas y nutritivas, lo que les permitía hacer largas caminatas. De hecho, una montaña en la Antártida lleva el nombre de Horlink, en honor al creador de la bebida.
Merengadas, batido, malteada o manteacado son otros nombres que tomó esta bebida a finales del siglo XIX, cuando inició la producción de refrigeradores y batidoras eléctricas, lo que permitió unir lo que originalmente era el medicamento para niños con bolas de helado, dando por resultado el postre en vaso que ahora conocemos.
La popularidad de las malteadas creció en tiempos de posguerra, cuando se usó como parte de la dieta de los soldados.