Álvaro Enrigue le salva el pellejo a la memoria apache

Gerónimo fue un apache mexicano del siglo XIX que hablaba español, un perseguido que fue confinado en sus últimos años de vida a un campo de concentración en el Cementerio Apache de Fort Sill, Oklahoma. Eso ya nadie lo sabe, afirma el escritor Álvaro Enrigue (México, 1969), y de ahí nació la idea de recuperar esta historia que crece a lo largo de Ahora me rindo y eso es todo (Anagrama, 2018), su más reciente novela.

En esta ficción del horror, ambientada en los años 30 del siglo XIX, todos ignoramos que aparece la mano de gringos y mexicanos para exterminar a esa cultura incomprendida que en el borde de la extinción utilizaba grafías con las que deletreaban la muerte. Eran los apaches chiricahuas, grupo olvidado por la historia.

Pese a todo, el autor advierte que esta no es una novela histórica. “Yo no escribo novelas históricas, la gente que lo hace me parece irrespetable. Es algo que no puedo hacer, con tarjetas que se apegan a la realidad de una manera en que yo no soy cuando escribo, de quienes son capaces de sustraerse del mundo contemporáneo para plantear cómo se vivía, sufría en un mundo”, explica.

A mí lo que me preocupa es el mundo contemporáneo y describirlo a través de los elementos compositivos de una nota periodística me parece un desacierto, porque para eso está el periodismo; el novelista tiene que verlo desde otro lado; soy un novelista que trabaja en universidades, 98% de mi tiempo soy profesor de literatura española y no esa persona glamorosa a la que le están tomando fotos”.

La novela, recalca, “no trabaja con la materia de la historia, sino con sutilezas que a mí me gustan y que cada quien decide, porque el arte es leer, no escribir; la novela sucede en el lector, no en el escritor; la novela es tuya, no mía, y en el momento en que la lees el que ejecuta la sinfonía eres tú. Yo nada más propongo una partitura, uno post-it y tú te imaginas sabrá la chingada qué… en ese sentido yo no me siento muy autorizado a hablar de mis propios libros”.

Enrigue niega que su ejercicio narrativo apueste por la idea de la novela total. “Esa idea corresponde a los años 70. A mí me interesa más escribir un libro que funcione como un iPod shuffle, que es lo que le tocó a mi generación; (un libro) que funcione como el algoritmo de Spotify, que se nutre a partir de ciertas variaciones temáticas”.

La novela, afirma, se nutre de sus preocupaciones políticas. “Creo que la novela es fundamentalmente un género político y una herramienta de conocimiento de la realidad igual que la historia, nada más que reconoce la realidad y la reconstruye mediante procesos no verificables, pero es una manera legítima de pensar, en mi caso, sobre los problemas políticos y personales; el gesto de escribir es necesariamente político”.

Y aunque reconoce que no tiene autoridad alguna como historiador o filósofo, admite estar autorizado como un contador de historias, pues conoce la manera como se articula un libro. “Tengo esa cultura un poco rara de los novelistas que es muy pop. Yo creo que la era del escritor al que todos le llamaban para preguntarle acerca de todo y contestaba, afortunadamente ya pasó; si no, debería pasar en los próximos 10 minutos”.

WESTERN

 En Ahora me rindo y eso es todo, afirma que “los western son la leyenda que se cuentan los gringos para que prive en sus vidas la razón burocrática sobre los excesos de la voluntad individual, el vehículo más eficaz que la cultura de la productividad ordenada ha encontrado para diseminar sus nociones básicas en un país cuya otra mitología fundacional es la asociada al respeto de la libertad individual”.

Añade: “Los western son el último cuento de la antología de la Conquista. Garantizan que los gringos vienen de Europa, no de América”.

Pero Enrigue recuerda esas líneas con sorna: “¡Qué serio estaba el día que escribí eso!”, luego se declara fan de ese género y reconoce que esta novela es western de principio a fin, y despega con fuerza en cuanto Camila es secuestrada por un grupo de apaches.

Creo que podemos hacer lecturas de los discursos políticos y de los contenidos estéticos siempre a posteriori, nunca a priori. Habrá de todo, pero la mayoría de los directores de western eran de izquierda y buena onda; ésa fue la época en que todos eran comunistas en Hollywood.

Aun hoy, Hollywood sigue siendo de izquierda, a lo mejor de una manera banal y un poco frívola, pero son la oposición más fuerte al presidente actual de Estados Unidos; son la voz más vista y los que se animan a plantarle la cara”.

Al final, dice, los creadores de western forman parte de un grupo que, “en buena onda”, produce un discurso que justifica la dominación del territorio, de una sola raza, y esta novela muestra que quienes buscaron el exterminio de Gerónimo no sólo fueron los blancos, sino también negros, chinos, mexicanos”.