Shanghái, la perla asiática, una megaurbe para descubrir

Con más de 25 millones de habitantes, Shanghái es una de las ciudades más cosmopolitas de China. En esta megaurbe la vida fluye durante las 24 horas del día: no importa el lugar ni la hora, aquí siempre está sucediendo algo.

Para tomarle el pulso a la ciudad no hay nada como madrugar. Apenas sale el sol, grupos de señoras invaden el paseo que transcurre a lo largo del famoso Bund dispuestas a concentrar todas sus energías en la práctica de taichí. Este arte marcial con aplicaciones terapéuticas es originario del imperio chino y uno de los más practicados en el país. Ya sea utilizando abanicos, lanzas o ningún elemento en concreto, el baile de movimientos simultáneos mientras, al fondo, se intuye el perfil de rascacielos infinitos que compone Pudong, el distrito financiero, es una de las estampas que jamás olvidaremos de Shanghái.

Antes de dar el salto al otro lado del río Huangpu, adentrémonos en el Bund. En este paseo de dos kilómetros de largo se concentran gran parte de los edificios más emblemáticos de la etapa colonial europea. El que constituyó el primer distrito comercial de Shanghái, apodado como el “Wall Street de Oriente”, continúa hoy acogiendo construcciones de inspiración neoclásica, barroca e incluso gótica.

La antigua Aduana, uno de los edificios más simbólicos, fue construida en 1927 y tanto su campana como su reloj fueron transportados desde Inglaterra. El banco de Hong Kong y Shanghái, de 1921, se alza coronado por una increíble cúpula y su interior aún conserva alguno de los murales originales.

Si existe una estampa típica de Shanghái, esa es la de los rascacielos que pueblan Pudong, Así que, montados en uno de los ferris que comunican ambas partes de la ciudad, ponemos rumbo a esta jungla de cemento. Inevitablemente los ojos se van directos a la Torre Perla Oriental, una de las construcciones más emblemáticas que, con sus 468 metros de altura, posee un diseño de lo más peculiar protagonizado por sus cinco esferas.

Sin embargo, venimos dispuestos a disfrutar de la panorámica más completa de la ciudad. Y para ello, lo mejor es subir al mirador de la Torre de Shanghái. Pagando unos 24 €, accederemos al rascacielos más alto de China y el segundo más alto del mundo. El edificio, que se eleva 632 metros sobre el suelo, fue inaugurado en 2015 y es un verdadero must.

Y del paisaje futurista, al más tradicional. Ya lo decíamos: la esencia de Shanghái reside, precisamente, en la fusión entre Oriente y Occidente. Entre presente y pasado. Y con la idea de descubrir ese otro lado más conservador, nos vamos hasta el Jardín de Yuyuan, un encantador espacio diseñado durante la dinastía Ming –entre los años 1559 y 1577–, en el que sentimos que hemos viajado en el tiempo. Tras la Guerra del Opio de mediados del siglo XIX, el centro de Shanghái se vio rodeado de zonas controladas por los extranjeros procedentes de las diferentes colonias. Sin embargo, sus influencias no llegaron a este jardín donde poder respirar, aún hoy, la China más auténtica.

Las cigarras ponen la perfecta banda sonora a un paseo que nos lleva a atravesar el curioso puente en zigzag cuya misión es evitar la llegada de los malos espíritus. Las carpas, de tonos anaranjados, rojos y blancos, dibujan todo tipo de formas en el lienzo que conforman los estanques. Para coger fuerzas hacemos parada en la elegante Casa de Té Huxinting, un edificio construido en 1784 por comerciantes de algodón. En ella disfrutamos de un típico té verde acompañado de los tentempiés más tradicionales: tofu y huevos de codorniz.

Pero si nos quedamos con ganas de más, no hay problema. La suerte está de nuestro lado: nos encontramos junto al más famoso y tradicional negocio especializado en xiaolongbaos, lo que popularmente conocemos como dumplings. Nan Xiang Steamed Bun Restaurant (nanxiang.com.sg) abrió sus puertas en 1900 y continúa, aún hoy, deleitando a los comensales con su exquisito producto. Eso sí, para catarlo habrá que armarse de paciencia y hacer cola: la fila de personas esperando su turno en el exterior del negocio suele incluso dar la vuelta al edificio.

La historia de Shanghái se lee en sus calles. Y es en ella en las que nos perdemos para reconstruirla. Por eso nos dirigimos al barrio conocido como la Concesión Francesa. Esta zona residencial caracterizada por casas bajas y ausencia de rascacielos, es probablemente una de las que mejor conservan la esencia de lo que un día fue. Tras la II Guerra del Opio y la victoria de franceses y británicos, los primeros se instalaron en esta zona del centro-sur de Shanghái y aquí permanecieron durante todo un siglo, convirtiéndola en un pequeño trocito de Europa en pleno Asia.

Hoy, la Concesión Francesa sigue siendo uno de los lugares preferidos para expatriados afincados en la ciudad. Junto a ellos, vecinos de origen chino pasean en pijama por las calles o juegan al típico mahjong –dominó nacional– en mesas en el exterior de sus casas. Otros se esmeran en tender la ropa, incluso las prendas más íntimas, en las ventanas y a la vista de todo el que por allí pase. Una vez más, la fusión de culturas ante nuestros ojos.

Si lo que buscamos es un ambiente más distinguido, la opción más acertada es dirigirnos hasta Xintiandi. Sus diferentes edificios, que recrean la china más tradicional de arquitectura shikumen –esto es, casas de piedra que mezclan el estilo chino y el occidental–, están ocupados por restaurantes, bares y discotecas en los que desconectar tras un largo día.

Si rodeamos el perímetro nos topamos con la antigua sede del Partido Comunista Chino. La visita para conocer el lugar donde se llevaron a cabo sus primeras reuniones en 1921 es indispensable.

Fotos antiguas muestran a sus fundadores y a una Shanghái que poco tiene que ver con lo que podemos conocer hoy día.