La llamada Casa de María Félix, ahí en la ensenada de Corrales (en la foto más pequeña), fue una de las primeras leyendas que me cautivaron al llegar a la punta sur de la enorme Bahía de Banderas, muy conocida ahora, por ser el abrigo del famoso y conflictivo Puerto Vallarta.
Pero bueno, corrijo: no fue la leyenda, si no la casita pequeña y modesta, que está a la izquierda, en una cañadita entre los cerros no muy lejos de la playa fue lo que me mandó un flechazo al corazón.
Preguntando por ella y por que se llamaba así, me contaron cosas tan risiblemente contradictorias que preferí dejar el romance envuelto en la bruma del misterio. Desde ese momento, supe que esa casa era mía, o más bien que yo era parte de ella. Nunca la visité. Era demasiado bella para desvelar su encanto con mi presencia.
El enorme y bello faro que había visto, fue otro atractivo que lanzaba su luz sobre los pensamientos e historias con las que yo había vivido desde mi más tierna infancia. Como está situado en la punta del cabo, tuve que cruzar remando la pequeña rada de Corrales; dejar ahí el kayak y caminar por una vereda entre el monte, para ser recibido con una cordialidad que francamente no esperaba, por un hombre sin edad, jovial y divertido que vive ahí con su familia.
El contento que les da recibir una visita, se vuelca sin más demora en toneladas de pláticas sin fin. Don Porfirio, allá por los años del 1901 -me decía- mandó hacer el hermoso faro: la herrería vino de Italia y la lámpara de Inglaterra etc. etc. etc. Lo pulido y acicalado con que se dedica la familia entera por su impecable conservación, lo hace lucir esplendoroso y airoso en todo tiempo. Su misión de vigilante es muy valiosa para las embarcaciones, porque al estar en un extremo del continente, los grandes cruceros se acercan peligrosamente a la costa. Además… noche tras noche, con precisa insistencia cronométrica, es el faro quien está marcando la entrada a la Bahía de Banderas.
Y a propósito… el nombre de Bahía de Banderas (no lo creo ni por un tantito, pero así son las leyendas) viene de cuando Francisco Cortés de San Buenaventura, recorriendo los últimos terrenos que se le había encomendado conquistar, al llegar a éstas tierras, se enfrentó a “miles” de naturales que con justicia defendían sus territorios. Cuatro banderas eran las que traían los conquistadores; una de ellas, con una cruz al frente y la imagen de la Purísima al reverso. Misma que dicen que al lanzarse los españoles al ataque contra la rancherada, imagen, cruz y bandera lanzaron fulgores y destellos tales, que hicieron que los azorados naturales se postraran en adoración ante aquellos que venían literalmente a cortarles el pescuezo. (¿?) En homenaje a esto, la bahía fue llamada “De las Banderas”.
Es muy interesante también notar, que Cabo Corrientes está precisamente en el punto donde chocan las “corrientes” frías provenientes del norte girando en el sentido de las manecillas del reloj, con las cálidas de los trópicos que giran en sentido contrario, regulando así la temperatura del medio ambiente de la región.
Además… ahí es donde colisionan la Placa Tectónica del Pacífico que presiona contra el continente, y la Placa de Cocos que ejerce un cierto empuje giratorio hacia el norte, de alguna manera relacionada con la falla de San Andrés, que tarde que temprano separará a las Californias del resto del continente.
En este famoso Cabo Corrientes es donde comienza a suceder el fenómeno geológico que caracteriza a nuestro país: el Eje Neovolcánico Transversal, que es una serie de volcanes jóvenes que, incluyendo a las Islas Revillajigedo y pasando por Michoacán con su tierno Paricutín, cruza el país de costa a costa uniendo la Sierra Madre Occidental con la Oriental, rematando allá en el Cofre de Perote en Veracruz, y en el enorme Citlaltépetl (Pico de Orizaba) con sus 5,636 metros de altura.
Cabo Corrientes además de bello, es por demás interesante: faro, banderas, leyendas, corrientes, placas tectónicas, volcanes, playas, bahías, excelente clima y una naturaleza casi virgen que con celo debemos de cuidar.