David Huerta, un poeta ‘un poco más vivaz’

Tras más de 45 años de ejercer el oficio lírico, David Huerta no se siente optimista respecto a la salud de la poesía, pero no duda en ningún momento en seguir abrevando del arte mayor de la palabra.

“Las condiciones para que la poesía desaparezca están allí, para quien quiera verlas; es sencillamente desolador”, admite en entrevista con Excélsior el bardo mexicano que el próximo sábado recibirá el Premio Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco 2018.

“Sí, ya sé. Me dicen por todos lados que nada más hay un ‘cambio de paradigma’ (?) y que ahora la literatura tiene otras vías, y entonces me muestran unos textos deprimentes de ‘twitteratura’; es decir, de aquello en lo que se ha convertido la literatura en la era de Trump. Qué deprimente”, afirma tajante. El también ensayista y traductor profundizará en este tema durante su discurso de recepción del galardón literario, dotado con 175 mil pesos y una medalla, creado en 2013 por la Universidad Autónoma de Yucatán y la asociación UC-Mexicanistas de la Universidad de California, que recibirá en el marco de la inauguración de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (Filey).

Quien publicó su primer poemario, El jardín de la luz (1972), a los 23 años de edad, desconoce si su lenguaje ha evolucionado. “Quizás era al principio un dicharachero organismo unicelular y, al paso de los años, las lecturas, las escrituras, se ha convertido en un animalito cordado, un poco más vivaz que aquel bicho que habitaba los océanos profundos de la adolescencia literaria”.

Afirma que su primer libro está muy, muy lejos. “Fue una especie de ejercicio o puesta a prueba de mis poderes en ese momento. Era un libro bien hecho, y no digo eso como un elogio o una especie de alabanza a mí mismo. ‘Libro bien hecho’ quiere decir aquí algo así como ‘muy mono de su parte’”, agrega. El galardón —que han obtenido José Emilio Pacheco (2013), Elena Poniatowska (2014), Fernando del Paso (2015), Juan Villoro (2016) y Cristina Rivera Garza (2017)— le llega a David Huerta en un año emblemático, cuando se conmemoran los 50 años del movimiento estudiantil de 1968, en el que fue uno de los brigadistas que salieron a las calles a exigir justicia y democracia.

“Espero sinceramente que ese joven no haya muerto del todo y no tenga yo respecto a él esa distancia que suele haber entre el viejo y los jóvenes. Quiero creer que esa persona, ese muchacho brigadista del 68, anda por ahí, en algún lugar de mi sique, dando lata y levantando la voz, diciendo No, rechazando las trapacerías de todo tipo en todos los ámbitos.

“Así lo siento y muchas veces sé con absoluta certeza que está ahí, en mí, y que siento por él una simpatía muy grande; me anima de mil maneras.

Ese jovencito de 18-19 años era de izquierda, en el sentido no solamente político de la palabra, sino también moral; este viejo que ves aquí sigue siendo de izquierda”, confiesa.

El egresado de Filosofía y Letras Inglesas y Españolas de la UNAM destaca que seguirá creando con esa convicción. “Estoy tratando de vaciar mis cajones poéticos. Es un problema. Tengo poemas que no publiqué en su momento, porque me dije: ‘los corrijo y más tarde los publico’. El castigo por posponerlos fue que ahora me atormentan y no se dejan tratar como yo quisiera; es difícil corregirlos, pero de plano no me atrevo a mandarlos al ‘archivo circular’, es decir, la papelera o cesto de papeles… la basura, pues.

“Eso sí, preparé un tomito con mis poemas en prosa, cuentecillos, fábulas y textos de ‘varia invención’ y en el sello Era tendrán la bondad de publicarlo. En Monterrey, Jeannette Lozano me abrió las puertas de su preciosa editorial, Vaso Roto, y me publicó un libro breve de ensayos que me dejó muy satisfecho, muy orondo”, comenta.

Una paleta Mimí

Para el ganador de los premios Xavier Villaurrutia 2006 y Nacional de Ciencias y Artes 2015 tiene un significado especial el galardón que lleva el nombre de José Emilio Pacheco (1939-2014), a quien considera “una especie de hermano mayor”.

El hijo del poeta Efraín Huerta (1914-1982) explica: “Tengo los recuerdos más simpáticos de José Emilio. Lo conocí en casa de mi padre, en la calle Lope de Vega (en Polanco), hace más de medio siglo. Siempre que podía, él contaba la historia de un modo realmente encantador.

“Mi padre tenía no sé qué asuntos pendientes y tenía metidos en su casa a un joven de 19 años (Pacheco) y a un niño de nueve (yo); de modo que tomó la iniciativa y nos mandó a la calle. Le encargó a José Emilio que fuea a comprarme un dulce o algo así.

“Pacheco me llevó a la proverbial tiendita de la esquina y me compró una paleta Mimí: esa paleta es el emblema de mi primer encuentro con él, con ese joven maestro, especie de hermano mayor, a quien vi mucho menos de lo que me habría gustado y a quien leí siempre con interés”, destaca.

El autor de Cuaderno de noviembre (1976) narra que leyó “con mucho gusto, con auténtica admiración”, los dos primeros libros de poesía de Pacheco. “De la buena impresión que me causaron queda testimonio en un epígrafe de mi primer libro. Luego me separé un poco de su poesía; pero seguí leyendo el periodismo literario que tan bien hacía, y que me parece sumamente valioso. También le he dedicado muchas horas de lectura a sus traducciones. Como narrador me interesó enormemente la novela Morirás lejos y varios de sus cuentos.

“La reciente aparición de un tomo antológico de la columna Inventario (Era) nos permite asomarnos al laboriosísimo periodista que fue Pacheco. Otra cosa: dos de sus antologías de poesía, la de poesía mexicana del siglo XIX y la del modernismo en nuestro país, me parecen obras fundamentales para cualquier estudioso o curioso de nuestra literatura”, indica.

El profesor de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México desde 2005, y de la UNAM desde 2010, comparte con los jóvenes el legado poético que ha recibido. “Los alumnos que he tenido la fortuna de conocer en las dos universidades en las que doy clases son una de las partes más bonitas de mi vida”.

Huerta —quien ha impartido charlas en universidades como Princeton, Harvard, Oxford y Cambridge— ratifica su fe en las nuevas generaciones de escritores.