Hugo Hiriart hoy recibe la medalla Bellas Artes

Conversar con Hugo Hiriart Urdanivia (Ciudad de México, 1942) es como asistir a un juego de ping-pong. Un minuto habla sobre las mejores cantinas del Centro Histórico y al siguiente recuerda la forma como Carlos Pellicer construía sus poemas; después defiende el oficio del crítico literario, regresa sobre el tema de la Conquista española y acepta que de joven escribió poemas de amor para conquistar guapas muchachitas… y luego confiesa que sigue dudoso sobre por qué recibir la Medalla Bellas Artes hoy​, a las 19:00 horas,​ en la Sala Manuel M. Ponce, ​donde se reconocerá su trayectoria como dramaturgo, ensayista, académico y director de escena.

“Mira, lo que pasa es que siempre estoy brincando de tema. Cierto día, un alumno de Filosofía y Letras me dijo que yo siempre pasaba de una cosa a otra. Primero hago una obra de teatro, luego un ensayo sobre los sueños, escribo sobre el café y luego algo sobre la Ilíada. Y me di cuenta de que es como si hubiera descrito mi vida y mi estilo como escritor”, acepta el autor y colaborador de un Diario de circulación nacional durante los años 60 y 70, que Christopher Domínguez Michael ha definido como una gloria viva de las letras, antimaestro, especulador intransigente, disperso y mordaz.

 “Yo creo que uno debe conocerse y utilizar su modo de ser para escribir; no hay que luchar contra uno, sino partir de lo que eres y sacarle jugo a eso, no estar pensando que debes cambiar para escribir una novela larga… ¡no puedes hacer eso! Y si un día vas caminando y se te ocurre algo, puedes hacer una novela corta como las que Cervantes escribió antes del Quijote.

¿Preparará algún discurso para la ceremonia?, se le pregunta al autor de ensayos como El arte de perdurar. En ese momento, Hiriart abre su MacBook Air y da lectura al siguiente texto: “A mí nunca me ha gustado figurar, presidir, destacar, estar a la vista. No me gusta la blanca luz de la notoriedad. Y me gusta todavía menos cualquier ejercicio de poder mandón; prefiero, con mucho, la media luz, la reserva, pasar inadvertido, de incógnito, no en el escenario y a la vista de todos. Así que no voy a hablar de mí, ni por fortuna nadie va a hablar acerca de mí. Ahora, como algo hay que hacer en todo este rato que estaremos juntos, le he solicitado a estos tres actores amigos míos (Laura Almela, Germán Jaramillo y Muni Lubezki) que hagan el favor de dar lectura a algunos escritos míos. No digamos un popurrí, palabra horrenda, tampoco apología, palabra académica, y demasiado solemne. Digamos mejor que es una comida a la carta o más fino: un modesto menú de degustación. Así que Bon appetit…

La voz de Hiriart lo convierte en el anfitrión de un teatro de la palabra donde habla de James Joyce y de Cervantes, la imaginación y la importancia de la religión, sus momentos en la cantina La Puerta del Sol y la historia.

¿Qué lo une a Silvio Zavala, su antecesor en ocupar la silla XVIII en la Academia Mexicana de la Lengua? “No mucho”.

¿Quizá su interés por la historia? “Sin duda. Silvio era un erudito que sabía de muchas cosas, un diplomático, pero no me cayó bien que mandara muchos informes en 1968 sobre las actitudes de los muchachos en Francia. Incluso mandó una revista donde Jean Meyer publicó un artículo en el que recordaba que alguien mencionó que Gustavo Díaz Ordaz había jugado al aprendiz de brujo y al final no pudo contener lo que él mismo había provocado”.

¿Cómo asumió usted el tema de la Conquista? “Escribí una novela sobre eso (La destrucción de todas las cosas), porque cuando viví en España trataba de explicarles que Hernán Cortés no era héroe, sino gángster, pero no entendían la matanza ni la destrucción hecha. Entonces decidí escribir esa novela contando la Conquista desde hoy, para que ellos vieran que fue uno de los actos más viles que han sucedido: fue la destrucción de un modo de vida. Esos puercos venían por dinero y no se llevaron nada de la cultura: no la entendieron”.

SIMPÁTICO Y LIGERO

Autor de obras de teatro como La ginecomaquiaMinotastás y su familiaHécuba, la perra y La noche el naufragio, Hiriart habla sobre sus primeras colaboraciones en un Diario de circulación nacional. “Recuerdo bien que junto al periódico, en Bucareli, había un lote baldío donde pusieron un lugar de tacos; fue el primer lugar de tacos de bistec que probé. Así que iba, entregaba mi colaboración y me regresaba por un taco porque eran una maravilla”.

¿Y sus colaboraciones? “Colaboré con un Diario de circulación a nivel nacional muy joven, quizá a principios de 1968, cuando me llamó Julio Scherer para que escribiera en la página editorial. Entonces yo no leía artículos de fondo, ni editoriales; el periódico sí y me dijo: ‘Oiga, queremos que un joven entre a la página editorial para ver sus opiniones y compararlas con las de nosotros, ya mayores’”.

Dos días después Hiriart llevó dos artículos, uno sobre el padre Lemercier, que dejó su posición como prior del convento de Cuernavaca, y otro más sobre José Luis Cuevas, el jurado enemigo de los muralistas mexicanos.

“Aquel miércoles llevé los artículos a Scherer y lo encontré a media escalera, se los mostré y me dijo: ‘Ninguno de estos dos los vamos a publicar, pero déjalos para verlos’”. Una semana después, el escritor estaba en la regadera cuando su papá tocó la puerta del baño para avisarle que habían publicado su texto sobre Lemercier; el otro fue publicado por Hero Rodríguez Toro en Diorama de la Cultura.

¿Disfrutaba las páginas culturales? “No me gustaban las páginas culturales, porque me inclinaba por la nota roja y la política. Sin embargo, publiqué varias veces en Plural, cuando la dirigía Octavio Paz”.

¿Conocía usted a Paz? “Eso fue muchos años después, cuando publiqué una novela por entregas (Cuadernos de Gofa) en un Diario de circulación nacional y más tarde editado en Joaquín Mortiz por Joaquín Diez-Canedo. Recuerdo el día que me dio los ejemplares; ese día fui a comer con Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín y les di un ejemplar a cada uno, y le mandé uno a Paz”.

Cinco días después, Hiriart comía en casa con Guillermo Sheridan y Christopher Domínguez, cuando llegó la llamada de Paz. “Él me dijo que le había gustado la novela y me pidió unos ejemplares para llevarlos a editoriales de Francia y España. Desde entonces iba a verlo y a platicar con él. Él era muy simpático, de veras, lo que pasa es que cuando entraba en el papel del escritor, no era simpático, sino muy regañón y peleonero. Pero cuando estaba tranquilo en casa, era simpático y ligero, como debe ser una persona”, concluye.