Colegio de las Vizcaínas; prodigios del arte textil

Las jóvenes Rita Robles y Concepción  Pérez, dos de las huérfanas educadas  en el Colegio San Ignacio de Loyola Vizcaínas, bordaron con cabello humano sobre tela de seda, en el siglo XIX, las imágenes del Palacio de Minería y la estatua ecuestre de Carlos IV, respectivamente, con la técnica Punto de Lausín o de litografía.

Estas dos piezas únicas, en las que se aprecia “el máximo grado de virtud y excelencia” que alcanzaron las alumnas, pertenecen al acervo textil de esta institución educativa fundada hace 250 años.

Entre las colecciones de pintura, fotografía, música y mobiliario que resguarda el colegio, único de la época colonial que se ha mantenido en funcionamiento hasta nuestros días, destacan las casi cinco mil piezas de textiles, tanto litúrgicos como ornamentales, producto de las muchas horas al día que dedicaban las niñas a bordar, entre otras “labores mujeriles”.

El acervo de prendas elaborado a lo largo de dos siglos, comenta en entrevista Berenice Pardo Hernández, la directora del museo del colegio, está en proceso de clasificación y estudio; y, actualmente, se trabaja en conjunto con la Universidad Autónoma Metropolitana en el proyecto de una sala para exhibirlo, que planean abrir el próximo año.

La UAM hará el diseño del mobiliario y nosotros procederemos con la producción. Si los textiles no se conservan y exhiben correctamente se pierden con el tiempo, por eso cerramos temporalmente la sala que teníamos para enfocarnos en esto. Se mostrarían piezas que datan de finales del siglo XVIII, del siglo XIX y el XX”, detalla la historia de arte.

Entre las técnicas que aprendieron y utilizaron las niñas y jóvenes del Vizcaínas, el deshilado, el plisado, el bordado en relieve y el tejido con hijos de oro y plata, destaca el uso del cabello humano, del que se conservan sólo los dos ejemplos citados.

Las señoritas usaban la técnica Punto de Lausín para bordar con su cabello el nombre del novio en un pañuelo y se lo obsequiaban a éste en las prácticas de cortejo. Las niñas de aquí la aplicaron para reproducir dos grabados litográficos con imágenes de Manuel Tolsá. La definición que se logra con el cabello, que es un filamento continuo sin fibras, es lo que más se acerca a la virtud y a la excelencia”, explica la restauradora Lizzeth Armenta García.

La asistente de dirección del museo detalla que las alumnas dedicaban toda la tarde, después de ir a misa y hacer sus oraciones y deberes, a bordar figuras a color inspiradas sobre todo en la geometría de las plantas, y a tomar clases de costura, de tejido, listones y flores.

Hacían todos los ornamentos necesarios para la liturgia: casullas (la vestidura exterior que utiliza el sacerdote para la celebración de la misa), capas pluviales, dalmáticas, estolas y manípulos.; además de las prendas internas blancas, copones, pasamanería y roquetes con técnica de plisado”, agrega.

Según Karen Gen, quien realiza con este acervo su tesis de maestría en Historia, por la Universidad Iberoamericana, ha clasificado hasta ahora unas 289 piezas de ornamentos litúrgicos de color y unos 30 dechados de virtud, pedazos de tela donde las niñas mostraban un ejemplo de las técnicas que ya dominaban, una especie de muestrario.