Candados ¿Qué parte no habrán entendido los priístas?

Veo con interés (y no sin cierto morbo) que los priistas se preparan para su asamblea en agosto próximo, la cual adquiere una gran importancia, pues en ella habrán de precisarse las reglas conforme a las cuales se definirá quien será su abanderado para la presidencia de la república en la contienda del 2018. Y leo y escucho por doquier que ha vuelto a escena el tema de los célebres candados que se establecieron en tiempos de Zedillo para cerrar la puerta a personas cercanas al presidente que, al parecer de los grupos más conservadores y retardatarios de ese partido, no debían aspirar ni contender por la candidatura del PRI a la presidencia de la república.

Vale la pena traer a cuento ciertos hechos y reflexionar sobre la posibilidad de que el PRI pudiera volver a cerrar sus puertas a ciudadanos que no hayan accedido a una posición mediante elección y/o aquellos que no hayan ocupado una posición de dirigencia dentro de ese partido, acercándose así, aún más, al suicidio político. Empiezo por señalar que, en mi caso, siempre milité en ese partido y nunca pertenecí a ningún otro y accedí en dos ocasiones a cargos de elección y fui miembro de su dirigencia nacional. O sea que los candados, personalmente nunca me afectaron. Hablo de mi militancia en pasado, pues, aunque poca gente lo sabe, renuncié a ella hace alrededor de 15 años mediante una carta a su entonces presidente nacional.

No lo hice por despecho, ni como respuesta al abandono de que fui objeto de parte de mi partido o de su líder máximo, mi jefe, el presidente de la república, cuando sufrí la adversidad, originada en buena medida por mi actividad política priísta. Mi decisión, tomada varios años después de que fui absuelto de todas las acusaciones que se me hicieron y con la cabeza fría, se debió más bien a que pretendía iniciar una actividad de consultoría a través de un Think Tank que aconsejaba una mayor independencia de los partidos en general.

En cuanto a los candados, no tengo duda de que fueron establecidos en su momento como una vendetta política a la actitud de Zedillo en relación al PRI, partido que lo postuló a la presidencia de la república y el cual, no solo no gozaba de su simpatía, sino, muy al contrario, según me lo comentó personalmente en varias ocasiones, se había ganado, a lo largo de los años, su desprecio, como el de muchos mexicanos.

En particular, al igual que yo, pensaba que nuestro partido se había vuelto un apéndice del gobierno, sin una vida propia, convertido en una enorme y muy costosa maquinaria burocrática, a cargo de garantizar los votos requeridos por el sistema, así como de gestionar con sus legisladores el apoyo para los planes presidenciales en el congreso.

Recuerdo concretamente el día en que surgió el tema de la “sana distancia” en que yo viajaba con él en su camioneta y que veníamos hablando de esa especie de malformación genética del PRI, que lo hacía depender permanentemente del cordón umbilical conectado al aparato gubernamental. Eso se acabó, me dijo, es hora de que establezcamos una sana distancia y que, con ello, el PRI crezca y madure políticamente de una vez por todas.

Nunca lo hubiera hecho. La reacción negativa a esa propuesta y a aquella línea “tirada” por el primer priísta, no se hizo esperar. Por montones, miles de sus correligionarios se tiraron al suelo, agraviados por lo que interpretaron como el rompimiento de la presidencia con su partido, en lo que constituía no solo un agravio, sino incluso una alta traición. Y de ahí, pal real, como se dice popularmente. Muchos destacados “cuadros” se dieron a la tarea de orquestar la venganza, que llegó a su máxima expresión cuando, en una asamblea, como la que se llevará a cabo en agosto próximo, para sorpresa y enojo del presidente, se establecieron los candados que impedirían a varios colaboradores de Ernesto Zedillo, aspirar a la candidatura presidencial.

Hoy a la distancia, me parece que, en la práctica, durante esa gestión presidencial, aquella sana distancia fue solo un mito, ya que el presidente operó en el partido a sus anchas, al más puro estilo histórico de los grandes priístas. Y hoy también a la distancia, hay quien señala que la historia de estas vendettas no terminó con los candados, sino con la derrota en la Ciudad de México y en la contienda presidencial en la que el PRI perdió, por primera vez en la historia, la presidencia de la república, precisamente contra un ciudadano muy parecido a esos que eran víctimas de los candados priístas y que poco o nada tenía que ver con la nomenclatura panista.

Hoy está por discutirse si el PRI vuelve a dar a los ciudadanos con la puerta en las narices, vetando la entrada a la contienda presidencial a aquellos que no hayan sido electos previamente o que no hayan ocupado un cargo en su dirigencia. Ya veremos que hacen, pero vale la pena señalar que, de optar por la alternativa de dejarlos fuera, estaríamos ante la expresión más acabada de una organización que no ha entendido para donde se mueve la política en estos tiempos modernos, en los que día con día, los ciudadanos sin partido ocupan crecientemente espacios en las grandes decisiones.

¡Qué paradoja! En los tiempos en que se impone una alianza con los ciudadanos, como nunca la ha habido, el PRI se encerraría en su guarida para seguir, como diría recientemente Manlio Fabio Beltrones, como un partido de cuates y cuotas o como, agrego yo, un partido de bandas y vendettas.