Nadie gana cuando todos perdemos

En la Ciudad de México, es un axioma: nadie pierde y si pierde arrebata. Basta caminar por cualquiera de sus calles, especialmente en la zona céntrica, para darnos cuenta que todos ejercen “derechos” personales a cabalidad que consideran legítimos. Nadie cede y obtienen, generalmente, lo que quieren si están bien organizados o son audaces, descarados o “influyentes”.

Los microbuseros tienen centros de transferencia modal (Cetram) improvisados y cuentan con la tolerancia de la policía para subir y bajar pasaje en donde les convenga. Los comerciantes informales utilizan las banquetas, cualquier huequito es bueno, para vender o prestar servicios. Las empresas transportistas de valores cuentan con la anuencia de la autoridad para detener las unidades en cualquier momento y circunstancia en doble o triple fila en las vialidades mientras recolectan o entregan efectivo. Los choferes de los carros escolta, identificados con rótulos en la carrocería, cometen cualquier cantidad de infracciones de tránsito mientras cumplen con su deber de proteger la vida e integridad de sus patrones.

Los automovilistas dan vuelta a la izquierda desde el carril de la extrema derecha, en donde se les ocurra, sin sanción, ya que no hay señalización que lo prohíba ni cámara que los controle o se detienen en vía pública con sólo prender las intermitentes por un momentito, entre otras prácticas tales como chatear o mandar mensajes de texto mientras manejan. Los dueños de los talleres utilizan la vía pública para llevar a cabo sus composturas y las empresas de mudanzas estacionan las camionetas y camiones en la vía pública durante horas o días. Los franeleros apartan lugares de estacionamiento en la vía pública para rentarlos al primero que llegue en la mañana a una tarifa fija. Los restauranteros ocupan la banqueta como una extensión de su negocio. Los vecinos cierran calles a su conveniencia y construyen casetas de vigilancia. Los padres de familia atrofian el tráfico en la mañana y tarde para dejar o recoger en la puerta de la escuela a sus hijos. Los choferes de tráiler ocupan las vías primarias para hacer maniobras en las horas de mayor congestionamiento y las empresas constructoras obstruyen el tránsito en vía pública cuando lo requieren para continuar con su obra a cualquier hora del día. Los recolectores de basura hacen la pepena en las calles y los choferes de las gaseras surten sin importar que afecten la vialidad. El ambulantaje obstruye la entrada del metro o estorba en los reducidos pasillos de los Cetram.

Los patrulleros no restringen el uso de sus prerrogativas como autoridad a la atención de emergencias y suelen no respetar las normas de tránsito en ningún momento. Los repartidores de insumos estacionan sus vehículos en el lugar más cercano a la entrega de sus productos a cualquier hora. El peatón no respeta las señales de tránsito. Los taxistas o asociados de Uber “hacen base” en cualquier esquina.

Aquí abro un paréntesis, grande por supuesto, para que el lector agregue a esta lista los hechos que cotidianamente vive en la Ciudad de México y que afectan su movilidad.

Nadie pierde, todo mundo ejerce sus “derechos” alegando razones de conveniencia individual como su propia seguridad; la reducción de costos; lo caro de la renta; la falta de espacios; la improcedencia de una norma rígida; el capitalismo rentista; la desigualdad social; los privilegios que debe gozar la autoridad y su sacrificio por los demás; la necesidad de hacer las cosas con rapidez; la obligación de cubrir una cuota o de cumplir oportunamente una ruta; la imagen de la empresa que presta servicios en tiempos de calidad máximos publicitados, entre una infinidad de excusas.

Nadie pierde, todos encuentran la forma de darle la vuelta al orden y burlarse de los demás. La situación se agrava en los barrios bravos en los que la policía no entra.

Nadie supuestamente pierde cuando se obtiene lo que se quiere en forma inmediata, pero en realidad todos perdemos. La acumulación de estos hechos provoca los congestionamientos viales, los accidentes y la mala calidad de los servicios públicos de transporte. La tolerancia a un abuso —disfrazado de derecho— provoca que aumente el número de personas que se apropien indebidamente u obstruyan el espacio público para obtener una ganancia particular.

El anarquista de red social —aquel que combate todo desde un individualismo radical o una sobreestimación de sus aptitudes y competencias— desde una posición equivocada de poseedor absoluto de la verdad, culpará al gobierno de todos los males, dará soluciones simplistas y hasta es factible que defienda el “derecho” a utilizar una banqueta o la calle para el beneficio personal de alguien.

El buen aprovechamiento del espacio público es una combinación de planeación urbana, civilidad, conciencia de solidaridad, así como de la aplicación clara y precisa de las normas. El trabajo es lento, pero hay que empezar con uno mismo y el entorno inmediato. Se requiere tomar conciencia de que hay una corresponsabilidad gobierno-ciudadanía y que cualquier mejora en la infraestructura vial o implementación de política pública pierden sentido sin una autoridad firme y respetada, además de una sociedad que no solape todos estos hechos por mera conveniencia. Que los individuos más audaces ganen algo en perjuicio de la colectividad y que nunca pierdan, nos hace perder a todos.