Con la muerte de la cantautora Violeta Parra hace 50 años nació la leyenda. La de la mujer: la hija del profesor de música Nicanor Parra Parra y de la campesina Clarisa Sandoval Navarrete, la hermana del poeta Nicanor Parra, la niña enfermiza, la cantante innata, la defensora del folclore chileno, la pintora, la ceramista y la escultora.
La primera mujer latinoamericana que, sin hablar francés, consiguió que el Museo de Louvre de París expusiera una serie de sus dibujos en 1964.
Y a cien de su nacimiento, la leyenda se mantiene. Queda como herencia en músicos jóvenes; mujeres chilenas, por su puesto.
Las “Violetas” les dicen a las cantantes del quinteto chileno Amanitas o a las solistas Consuelo Schuster, Camila Gallardo, Claudia Acuña y Paz Binimelis. Ellas no solamente hacen covers de las composiciones emblemáticas de Violeta Parra, sino conservan su espíritu protector de la cultura de su país en su propia música.
Es, afirma Juan Pablo González, director del Instituto de la Música de la Universidad Alberto Hurtado de Chile, la nueva generación de herederos de la artista que nació el 4 de octubre de 1917.
“Hay una ola de artistas jóvenes que están retomando a la cantante que, sin duda, es un símbolo importante para nosotros”, apuntó el doctor en musicología, que precisó que Violeta Parra es para Chile lo que Frida Kahlo para México. “Representa al país, es un símbolo importante de nuestro valor cultural”. Y así se recuerda en el programa cultural “Violeta Parra 100 años” que entre octubre del 2016 y 2017 conmemora el aniversario del natalicio de la cantante.
“Recordar es un decir”, comenta González, pues asegura que el arte, en todas las expresiones que desarrolló Parra, se ha mantenido en la memoria colectiva. Tanto que grupos como Amanitas se apropian de la bandera “Parra” y en sus propias interpretaciones en rock y pop reflejan el folclor chileno. Pero más allá de la escena musical, la presencia de la autora de Volver a los 17 es constante en la cotidianidad.
Se le recuerda, señala González, por su trabajo como directora del Museo de Arte Popular de la Universidad de Concepción, por sus intervenciones en la radio pública, por sus recorridos por los barrios más pobres de Santiago de Chile, lo mismo que las comunidades mineras y las explotaciones agrarias en los años 50, y por el rescate de la tradición musical chilena.
No en un sentido metafórico, advirtió el investigador. Sino que en sus composiciones hay elementos de las tradiciones musicales de los pueblos indígenas. Por ejemplo, el canto a lo divino que reflejó en canciones como Rin del angelito o Verso por una niña muerta; también el lamento mapuche que se aprecia en Qué he sacado con quererte; sin olvidar la crítica social en Mazúrquica modérnica, Rodríguez y Recabarren y La carta.
Y si algo caracteriza la música de Parra es tal vez la melancolía, esa que también plasmó en su obra gráfica, como las 23 piezas, entre óleos, arpilleras y papel maché, que se conservan en el Museo Violeta Parra, junto con documentos sobre su proceso creativo. El diálogo entre sus pinturas y su música es directo, apunta el investigador. Por ejemplo, la portada e ilustraciones de su último disco son de su autoría y parte de las obras expuestas en París.
“Lo interesante en ella es que vuelve a las raíces cuando hay un movimiento de la modernidad en Chile y el mundo; ella se da cuenta del atraso en los pueblos y se centra en ellos. Por eso yo diría que sus obras musicales no son canciones en el sentido simple, sino composiciones, muchas de ellas abstractas”.