Es un ejemplo extraño de la «crisis de los 40», o de la mediana edad, porque
en este caso no afecta a personas sino a aparatos electrónicos.
La semana pasada se cumplieron cuatro décadas de la computadora personal: en este suplemento se contó la historia de cómo Steve Wozniak ideó la Apple ll, que se lanzó al mercado en junio de 1977. Ya desde 1965 la «ley de Moore» había establecido que cada dos años se duplicaría -aproximadamente- la capacidad de cálculo de los dispositivos y eso se viene cumpliendo, pero en los últimos años este crecimiento comenzó a estancarse: hay un límite físico, difícil de modificar, para la cantidad de transistores que pueden caber en un microprocesador.
Pero como en muchas historias relacionadas con la innovación, de los laberintos «se sale por arriba», con soluciones fuera de la caja, y en el caso de la crisis de la mediana edad de las computadores tradicionales la disrupción podría venir por un camino que hasta no hace mucho tiempo se consideraba una quimera teórica: la computación cuántica. En los últimos dos meses, gigantes de la tecnología como Google, Microsoft, IBM o Baidu, además de una constelación creciente de start ups, anunciaron que están en carrera para construir las primeras computadoras cuánticas con escala comercial.
Se trata de dispositivos que se rigen por la física de las partículas subatómicas, y que prometen revolucionar la capacidad de cálculo con soluciones que llegarían millones de veces más rápido que con las computadoras tradicionales. Las computadoras que conocemos hoy se sirven de «bits» que representan valores de 0 y 1, y así van armando progresiones lógicas. Los «qbits» -el equivalente en el mundo cuántico- pueden tener los dos valores al mismo tiempo, o cualquier superposición de ellos, con lo cual procesan información mucho más rápido.
«No es sólo una cuestión de rapidez: vamos a tener respuestas para preguntas que hoy ni siquiera nos imaginamos», explica a LA NACION el físico y matemático brasileño Rodrigo Parreira, que hoy dirige la empresa de software Logicalis y anteriormente investigó y dio clases en las universidad de San Pablo y de Princeton.
Casi en paralelo con el lanzamiento de la Apple ll hace 40 años, el Nobel de Física Richard Feyman hipotetizó por primera vez sobre la posibilidad de construir computadoras cuánticas. A pesar de que la física de las partículas subatómicas comenzó a desarrollarse a principios del siglo XX, sus características tan extrañas y contraintuitivas la mantuvieron a menudo en los márgenes de las discusiones centrales de la ciencia. «La física cuántica tiene un aura de misterio, y a veces se la presenta como una rama exótica de la física», cuenta Juan Pablo Paz, una eminencia académica en este campo, profesor de Exactas, en su reciente libro La Física Cuántica: todo sobre la teoría capaz de explicar por qué los gatos pueden estar vivos y muertos a la vez, de la colección Ciencia que Ladra, que dirige Diego Golombek para Siglo Veintiuno.
«Nada más alejado de la realidad -sigue Paz-, sin la física cuántica no entenderíamos casi nada de la física contemporánea. Sin ella no existirían los microchips, las computadoras, los punteros láser ni los reproductores de DVD. Sin ella tampoco conoceríamos las lámparas LED, los paneles solares ni las centrales nucleares. En síntesis, la cuántica está en nuestra vida cotidiana, aunque siga conservando su aura de misterio». Además de su recorrido académico y de investigación, Paz fue asesor científico de varias obras teatrales, entre ellas Copenhague, que estuvo en cartel en el Teatro General San Martín entre 2002 y 2006.