El fusilamiento de Maximiliano, junto a los generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía, sólo fue la culminación de una historia trágica de principio a fin: el Segundo Imperio Mexicano. Mañana se cumplen 150 años de una decisión de Estado, a partir de la cual nuestra nación tuvo viabilidad.
A pesar de las múltiples peticiones de indulto que le fueron formuladas, Benito Juárez fue implacable. Justo Sierra describió con precisión el final de la breve aventura imperial (1864-1867):
Es terriblemente triste decir esto cuando se trata de un hombre que se creyó destinado a regenerar a México y de los valientes que fueron sus compañeros de calvario. La paz futura de México, su absoluta independencia de la tutela diplomática, su entrada en la plena mayoría de edad internacional, la imposibilidad de atenuar el rigor de la ley si no se descalzaba para siempre al partido infidente, obligaron al gobierno de Juárez a ser, no inhumano, pero inflexible, como, a pesar de su bondad, se creyó obligado a serlo Maximiliano con las víctimas de su decreto del 3 de octubre de 65 (1).
La legislación republicana fue congruente con sus principios. “A pesar de que la Constitución de 1857 ya no aprobaba la pena capital por delitos políticos, ésta había quedado silenciada a partir de la intervención francesa. La ley juarista del 25 de enero de 1862 era análoga al decreto imperial del 3 de octubre de 1865, en cuanto a que ambas castigaban con la muerte a quien se opusiera al régimen correspondiente”, explica Mauricio Ortega Guzmán en su trabajo de tesis Maximiliano en México, con el cual obtuvo el grado de Maestría Política de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, el 10 de junio del presente año.
Lo paradójico del fusilamiento, realizado en el Cerro de las Campanas en Querétaro, el 19 de junio de 1867, es que el emperador era un convencido liberal. Tanto, que al día siguiente de la entrada triunfal del ejército francés a la capital del país, el nuevo imperio reconoció “las leyes de reforma dictadas por Juárez, y que serían confirmadas todas las ventas legas que se hubiesen verificado durante la administración republicana”. (2) Al ratificar las leyes liberales en materia eclesiástica, Maximiliano perdió el respaldo del clero y de buena parte de los conservadores que lo habían traído al país.
Relata Ortega Guzmán: “El general Comonfort decretó la desamortización de los bienes eclesiásticos, y Benito Juárez ratificó esta disposición con las Leyes de Reforma en 1859. Naturalmente, el clero se opuso al cumplimiento de la expropiación de sus bienes, y amenazó a sus creyentes. Para 1861, el gobierno liberal aplicó con mucho más ahínco estas disposiciones. La Iglesia incrementó sus acciones al injerir en asuntos de gobierno de índole nacional e internacional, como ocurrió durante la intervención de las tres potencias aliadas (…) el clero mexicano manifestó abiertamente su apoyo para derrocar las reformas juaristas, a partir de la instalación de un gobierno extranjero”.
Ese gobierno, presidido por el archiduque austriaco Ferdinand José Maximiliano de Habsburgo, con el título de Maximiliano I de México, fue creado por Napoleón III de Francia, con el respaldo de Austria, Bélgica y España. Recibió el nombre de Segundo Imperio Mexicano y estuvo vigente entre 1864 y 1867. Se trató de una intervención militar que aspiraba a crear un sistema monárquico al estilo europeo en México, en un tardío intento por recuperar la grandeza de la época napoleónica. Contó con el apoyo del clero y de los políticos conservadores mexicanos.
Antes de 1861 cualquier intromisión europea en México hubiera sido vista como una provocación a Estados Unidos de América y nadie deseaba un conflicto con ellos. Pero la Guerra de Secesión en el vecino país hizo que Washington no pudiera intervenir en favor de sus intereses en el continente (la Doctrina Monroe estaba en suspenso). Por el contrario, ofreció a Europa la posibilidad de volver a desempeñar un papel activo en América.
Napoleón III aprovechó esta coyuntura para imponer al archiduque, bajo el supuesto de que podría controlar desde México los mercados de América de Sur. Adicionalmente, benefició a su medio hermano Charles Auguste de Morny, (3) quien era, casualmente, el mayor poseedor (en lo individual) de bonos mexicanos. Ya desde esa época se manifestaba el binomio política-negocios en nuestro país.
La aventura imperial requería la bendición papal. Y la obtuvo. Relata Ortega Guzmán: “El 18 de abril de 1864, los futuros monarcas mexicanos y su comitiva llegaron a Roma. El joven Habsburgo confiaba en que podría llegar a un acuerdo con el Santo Padre, a pesar de las advertencias de lo infructuosa que sería esta visita. Su objetivo principal fue establecer las bases para contener la lucha del clero mexicano en defensa de los derechos que la revolución liberal le había quitado. La reunión entre la pareja imperial y el Papa tuvo lugar en el Palacio Marescotti. Como resultado de esta conferencia, Pío IX ofreció toda su ayuda para resolver el conflicto religioso, y prometió enviar a su nuncio para crear un concordato en México. Así, con la confianza en el apoyo de la Santa Sede, los futuros emperadores se embarcaron hacia México tras haber recibido la bendición apostólica, luego de dejar su diezmo correspondiente en las arcas de San Pedro”.
Pero todo fue un engaño. El Papa Pio IX, y la alta jerarquía católica, consideraban al liberalismo como su enemigo y constantemente lo descalificaban. Consecuentemente, Maximiliano, luego de su breve entrevista con el pontífice en abril de 1864, fue juzgado como un “peligroso liberal”. (4) Y con ese calificativo firmó, de manera anticipada, la sentencia de muerte del emperador.
EL BREVE IMPERIO
Los nuevos emperadores se trasladaron a México a bordo de la fragata Novara de la marina austríaca. Maximiliano y su esposa Carlota, hija del rey de Bélgica Leopoldo I, desembarcaron en el puerto de Veracruz el 28 de mayo de 1864, a las 10 de la mañana. Caminaron entre una valla de soldados franceses, en su mayoría, y el repique de campanas de las iglesias, engalanadas para recibirlos.
Pero no todos se sumaron a la bienvenida —como sucedió en México y Puebla— pues el país se encontraba en medio de una lucha política entre conservadores y liberales. Estos últimos, encabezados por Benito Juárez, se oponían a la instauración de una monarquía europea en México.
Ambos grupos habían establecido gobiernos paralelos. Los conservadores controlaban buena parte del centro del país desde ciudad de México, y los liberales otra porción del territorio nacional, justamente desde Veracruz.
La aventura imperial duró tres años. Los liberales ganaban cada vez más batallas, mientras el Imperio se iba quedando solo. Sin el respaldo del Vaticano y del clero mexicano, y luego de los países europeos que lo instalaron en el trono, el gobierno de Maximiliano se derrumbó.
El sitio a Querétaro, último lugar donde se refugió el emperador, duró setenta y un días, hasta que Maximiliano izó una bandera blanca para terminar con el enfrentamiento entre ambos bandos. El 17 de mayo de 1867, el archiduque fue llevado al antiguo convento de las monjas Teresitas y posteriormente al de las Capuchinas. Su salud ya estaba muy menguada, porque durante todo ese lapso participó directa y personalmente en las hostilidades, como cualquier otro combatiente de su ejército. El consejo de guerra que definiría el destino final de Maximiliano, Miramón y Mejía, fue fijado para el 12 de junio de 1867.
El 13 de junio se llevó a cabo la primera sesión del Consejo de Guerra en el Gran Teatro de Iturbide. Las súplicas por la vida del emperador llegaron desde Europa. Los cargos no podían ser absueltos. Juárez conocía el carácter recio y apasionado de Maximiliano, quien podría intentar nuevamente recuperar la Corona, como lo hiciera Agustín de Iturbide.
“La ejecución se llevó a cabo tres días después de lo previsto —dice el autor de la tesis Maximiliano en México—, por concesión de Juárez. El 19 de junio, el pelotón republicano fusiló a Maximiliano, Miramón y Mejía en el Cerro de las Campanas. Así murió quien aspiró a fundar una monarquía constitucional, creyéndose pacificador de una guerra sin tregua entre bandos nacionales opuestos:
Los tres llegaron juntos al lugar donde los esperaba el pelotón que comandaba el capitán Jesús Montemayor. Maximiliano, en un intento por mejorar la puntería de los soldados, repartió entre los hombres de Montemayor las monedas que aún conservaba: cada uno recibió una pieza de oro con el rostro del condenado. (5)
“Nuevamente —añade—, el espíritu noble del Habsburgo destacó durante su encierro, cuando el Príncipe de Salm- Salm, un exitoso explorador simpatizante de la causa imperial, le ofreció huir durante una visita en la que había sobornado a los soldados juaristas. El Archiduque, fiel a su carácter, se negó a abandonar el lugar sin la compañía de sus fieles generales Miramón y Mejía. Por su formación, Maximiliano valoraba más el honor y el paso de su nombre a la historia, que su libertad. La huida no se concretó a pesar de que Salm-Salm y su esposa, planearon en dos ocasiones un proyecto de fuga, gracias a su habilidad para conquistar la voluntad de los oficiales y guardias republicanos”.
La policía secreta de Maximiliano
Uno de los principales retos que enfrentó Maximiliano al hacerse cargo del gobierno, fue el establecimiento de las instituciones para conducir la administración del imperio. Pero en el corto plazo, sólo pudo instalar un gabinete ministerial, encargado de ayudarlo a gobernar el país (6). La actuación de los ministros, al igual que la del emperador, fue reglamentada a través del Estatuto Provisional del Imperio Mexicano, promulgado el 10 de abril de 1865.
Dos meses antes (febrero de 1865), y a nueve de su llegada al país, el emperador contrató —a través de Louis Alphonse Hyrvoix (7), inspector general de policía en el gabinete de Napoleón III—, un servicio secreto, integrado por un jefe de policía, un segundo, y otros varios agentes dirigidos por Jérôme Dominique Galloni dIstria “un jefe de reconocida capacidad, honradez, valor y prudencia. (…) sabrá muy pronto el español por ser originario de Córsega (sic). El gobierno francés le envió a Conchinchina a organizar la policía en los puntos cedidos a la Francia (…). El segundo (Maury) es un hombre inteligente y de valor, ha servido en la Caballería de la Guardia y habla español”(8).
Además de los jefes mencionados, llegaron de incógnitos los agentes Quilichini, Canetti, Freundstein, Benielli, De la Rosa y Leon Roche el 22 de marzo del mismo año. A su vez, Galloni entregó al emperador un documento fechado en París el 13 de febrero de 1865, sobre la organización de la policía que le dirigió un empleado, M. Berthier, del Ministerio del Interior francés. En ese texto se previó un servicio oculto o policía política del nuevo régimen:
En cuanto a la Policía política imposible es poder organizarla desde París, supuesto que su modo de funcionar, la elección y el número de su personal, se hallan subordinados absolutamente al caso en que el organizador se encuentra, y también a los acontecimientos en frente de los cuales se halla colocado. Sin embargo, hay reglas invariables que deben aplicarse o seguirse TANTO EN MÉJICO COMO EN FRANCIA, y estas reglas son: (sic):
1o. Tener agentes en todas las clases de la sociedad, y aún en todas las categorías.
2o. Los ECLESlÁSTICOS DEBEN PREFERIRSE a TODOS LOS DEMÁS.
3o. Las mujeres también pueden emplearse de una manera muy útil. Pero no se deberá nunca obrar sobre la declaración de un solo agente, los informes de estos individuos han de controlarse y verificarse siempre una segunda y aún hasta una tercera vez, si es posible (9).
El hecho de que los miembros de la iglesia fueran considerados como agentes predilectos, supone el apoyo de esa institución a la estabilidad del Segundo Imperio. Pero el último párrafo —“no se deberá nunca obrar sobre la declaración de un solo agente”— , resulta fundamental, ya que en la actualidad esa disposición es entendida como el principio básico del análisis y producción de la actividad de inteligencia: no aceptar nunca una única autoridad informativa. Lo que, a todas luces, demuestra la modernidad y la profesionalización de la policía francesa. Incluso, en esa época, tenían clara la especialización de funciones, el acopio y/o selección de datos y la toma de decisiones.
La corrupción policial también afectó al Segundo Imperio
El personal de la “policía oculta” aún no entraba en funciones cuando el agente Quilichini, designado por Galloni d´Istria como su secretario, ya organizaba un garito en el que se dividirían las ganancias.
Al hacerse público el asunto, el jefe se deshizo de él y consiguió que el gobierno le entregara 400 pesos para regresar a Francia. A pesar del ilícito, Galloni consiguió hacerse del control de las diferentes policías adscritas al Ministerio del Interior y al gabinete del archiduque. También quedó bajo su responsabilidad la policía municipal. Incluso despidió a la mayoría de los agentes secretos con que ésta contaba (10).
Pero sólo hasta el 26 de abril de 1865, a doce días del asesinato de Lincoln y a dieciséis de promulgado el Estatuo Provisional de Imperio Mexicano, se dio a conocer a los prefectos políticos, delegados del emperador para administrar los departamentos en que se dividió el imperio (11), una circular publicada en el Diario del Imperio, mediante la cual Maximiliano informaba: “queriendo hacer organizar la policía del Imperio, encargamos de esta misión al Sr. Galloni de Istria que tendrá de título Encargado Provisionalmente de la Dirección Gral. De Policía”(12).
El director de la policía daba cada semana dos o tres comidas á las cuales asistían los ministros de Austria y de Italia con sus secretarios de legación; Mr. Davidson, representante en Méjico de la casa de Rotshschild; el Sr. Somesa, entonces prefecto municipal de la capital; M. de Bombelles, chambelán de la Arquiduquesa y los oficiales superiores austríacos. Después de la comida, los convidados pasaban al salón; aquí se bebía y se jugaba, mientras que los agentes de la policía francesa, inspiràndose del ejemplo de su director, cultivaban las mujeres, el ajenjo y el juego, y presentaban de tiempo en tiempo alguna noticia de sensaciòn, recojida no se sabe donde, pero que la secretaria se apresuraba á transmitir al gabinete del Archiduque con el título pomposo de Informe al Emperador. (13)
Pero el Estado Mayor del Mariscal François Achille Bazaine tenía igualmente su policía, que le informaba de cuánto pasaba en la Dirección. Las quejas contra Galloni (del mariscal, de los ministros y de los agentes despedidos, que continuaban trabajando por su cuenta), llovían en el gabinete de Maximiliano. A causa de sus constantes ausencias, las denuncias eran dirigidas a Carlota. El 10 de mayo de 1865, la emperatriz recibió la siguiente carta:
Señora: Otro atentado ha cometido ayer D. Galloni d´Istria que ha alarmado á toda la población. Más de 40 personas decentes han sido sacadas del callejón del Espíritu Santo No. 12, donde estaban reunidas jugando tresillo y otros juegos con licencia de la autoridad y bajo la vigilancia de la policía. Se les ha registrado quitándoles sus papeles privados, su dinero y hasta sus relojes, tratándoles de la manera más indigna y poniéndoles en la cárcel revueltos con los criminales. El Estatuto del Emperador es una burla si Galloni sigue de Director de la Policía. Ha derogado leyes. Ha invadido las atribuciones gubernativas y judiciales. Tienes presos a tres sugetos después de haberse concluido el plazo de su detención. Ha hecho el cateo de la casa de juego sin orden escrita como lo manda el mismo estatuto (14).
A pesar de las reiteradas denuncias (de Bazaine, de José María Esteva ministro de Gobernación y de la población), entre las que constaba que Galloni recibía 200 pesos diarios de dos franceses a los que autorizó una casa de juego, Maximiliano quería pruebas de la connivencia de Galloni con éstos. Le fueron aportadas por Esteva y un antiguo comensal de Galloni, que, valiéndose de un engaño, se las suministraron. Sólo entonces Jérôme Galloni D’Istria fue destituido. Lo remplazó Maury que, a pesar del apoyo de Bazaine, jamás obtuvo el título de director, como tampoco consiguió que la policía se encargara de la seguridad personal del emperador.
La profesionalización de la policía secreta
Maury asumió su encargo “apoyado en cinco agentes traídos de Francia (15), ninguno de las cuales aprendió español, lo que limitó seriamente su función informativa, y por ende, hubo graves dificultades para colocarlos en el Ministerio de Gobernación” (16).
Sin embargo, Maury permaneció año y medio en México y cumplió a cabalidad con el proceso de recepción y transmisión de información. Redactó, numeró y dividió temáticamente sendos comunicados al emperador en los que le notificó sobre la situación de México en general y en particular sobre la Policía General del imperio; la policía municipal, las prisones, la mendicidad, la vagancia, el desagüe de la ciudad de México, el ferrocarril, las finanzas, la prensa, la política y un tema fundamental: “la actitud amenazadora del gobierno americano”(17) que lo mismo pedía explicaciones a Francia sobre el envío de nuevas tropas a México; suministraba pertrechos de guerra para los liberales, o brindaba asilo a los participantes en el complot para asesinar al imperialista general Tomás Mejía.
El jefe policial del Segundo Imperio también capturó un correo del general Mariano Escobedo, en el cual el liberal decía haber contratado con “los yankees” municiones, y reconocía que todos los proyectiles le habían sido proporcionados por los americanos de Brownsville (18). En este tema, la cuestión americana, a Maury se le reconoció que sus apreciaciones tenían no sólo el mérito de la franqueza, sino también el de la verdad (19).
Además, en sus minuciosos reportes Maury integró un análisis que incluyó componentes socio-culturales que hoy parecen ser determinantes de la realidad mexicana, la cual no cambia al paso de los siglos:
El prefecto y la Comisión omitieron decir lo más grave; que de noche salían los sentenciados a la calle para entregarse á acciones abominables; y a esto atribuye la opinión pública los numerosos robos nocturnos, y todavía más, se dice generalmente que es muy frecuente que se encierre expresamente a individuos por empleados que son sus jefes, y aseguran así la impunidad. Y se dice también que el gobierno estaba al corriente de esto, y lo toleraba, por inercia. (…) Las calles hormiguean de mendigos a todas horas del día y de la noche, y todo el mundo pregunta por qué no se pone en vigor el decreto contra la vagancia del 1º de marzo de 1865. (…) los conocidísimos asaltos diarios á las diligencias (…) (20).
O bien: “Es horrible la situación de Sonora, Sinaloa y Tamaulipas”(21).
El 1 de diciembre de 1865 el Diario del Imperio publicó la Ley de Organización de la Policía, misma que fue duramente criticada por Maury, que sugirió a Maximiliano la creación de un servicio integrado por 10 o 12 europeos capaces y fieles, que él mismo reclutaría, y que estuvieran familiarizados con las actividades policiales para implantar un servicio calificado y eficaz (22).
Pero su propuesta no obtuvo resultados y a un año de su llegada a México, Maury entregó al secretario privado del emperador, José Luis Blasio, una carta fechada el 24 de marzo de 1866 en el Palacio de México, diciéndole:
Venido yo de Francia por ser especial y exclusivamente agregado á la policía de seguridad de Sus Magestades el Emperador y la Emperatriz, no puedo aceptar sin protestar, la prescripción que me hacéis, de ponerme desde mañana á las órdenes del Ministro de Gobernación [José Salazar Ylarregui], sin saber cuál sea mi posición. Deseo, sobre todo, que esta posición sea definida de manera clara, precisa y terminante, á fin de no continuar haciendo un papel ignorado y comprometida para mi dignidad de hombre, como ha sucedido hasta hoy. En todo caso, si mis servicios ya no son necesarios, reclamo la ejecución de los convenios ajustados en Paris, entre S. [u] E. [xcelencia] el Señor Ministro de Méjico y el Sr. Director General de la Policía de Seguridad de S.[u] M [ajestad] Napoleon III… [es necesaria] para mi garantía, mi salvaguarda y mi porvenir, la firma de S.[u] M.[ajestad] el Emperador. De mi alta consideración en Jefe de la Brigada de Seguridad de las Residencias Imperiales (23).
Sin obtener respuesta alguna, regresó en septiembre a París junto con sus agentes, pero antes exigió que les fueran pagados los adeudos sobre sus salarios, los costos del traslado a Francia y la indemnización correspondiente. Para obtenerlos envió su reclamación a varias dependencias, a pesar de la deliberada tardanza en la remisión de los contratos correspondientes, promovida por: “el frío, avaro y vengativo”(24) Juan Nepomuceno Almonte, de quien ni el propio Maximiliano tenía buena impresión a pesar de ser el encargado de la legación mexicana en Francia, donde se contrató a Maury. Finalmente el francés obtuvo la cantidad de 5 mil 920 pesos equivalentes a casi tres años de su salario (26).
Jérôme Galloni d’Istria fue diputado de la Asamblea Nacional al término de la Guerra franco-prusiana en 1871 y más tarde senador por Córcega (27).
Los conservadores también tenían su policía secreta
Paralelamente a los esfuerzos de los informantes de Maximiliano, el coronel Francisco Carbajal y Espinosa, militar cercano a Juan Nepomuceno Almonte, de larga trayectoria tanto en la administración pública como en el ejército, a la vez que comisario central de policía en la Ciudad de México desde noviembre de 1863, consideraba tener organizado un amplio y eficiente servicio de policía secreta con catorce agentes mexicanos que trataban sólo con él para mantener la secrecía. Los vigilantes eran recibidos de noche para rendir sus partes y recibir instrucciones. De acuerdo a sus funciones, fueron denominados bajo las siguientes categorías:
Los locales, que servían también como: contrapolicía, vigilando los cuarteles, y dando parte de las faltas que notan en la policía de seguridad, lo que produce muy buenos resultados para el servicio. También vigilan todas las reuniones de fondas, cafés, pulquerías, vinaterías, mesones, y el resultado que he obtenido de haber descubierto y destruido las tres grandes cuadrillas de ladrones, se debe á esos agentes. Los ambulantes, llamados así porque no tienen demarcación fija se introducen en los círculos de la sociedad, desde la clase elevada hasta la más ínfima, para oír cuanto se habla, aprovechar cualquiera especie ó noticia y seguir el hilo de la averiguación, si conviene. Se ocupan también de vigilar y seguir los pasos á los sugetos más notables ó que se sabe que trabajan con actividad. Todo este ramo lo manejo yo esclusivamente [sic] para mantener el secreto: de noche trato con los agentes, recibo sus noticias y les doy instrucciones. Sirve esta policía, no sólo para la política, sino para la persecución de toda clase de delitos (28).
Adicionalmente, Carbajal y Espinosa redactó un reglamento que fue remitido al comisario de policía francés para su revisión, pero este último no lo despachó, por lo que envió directamente a Maximiliano un largo e importante documento: “Pequeña Noticia sobre la Policía de México”, en el cual, además de hacer un excepcional recuento histórico sobre el servicio de vigilancia, detallaba los resultados de sus trabajos y el “estado de cosas políticas”.
Se refería, concretamente, a las actividades de los círculos conspiradores: el juarista: “regenteado por el ministro americano y Doña Luciana Baz” y el más penetrante: “por el odio mortal que profesa á la monarquía y á su S.[u] M[ajestad]”; el de Manuel Silíceo, ministro de Ignacio Comonfort, que empleaba al abogado Cástulo Barreda y al geógrafo Antonio García Cubas, entre otros, para trabajos de intrigas; en cambio para incitar a la plebe de los barrios se valió de carniceros, vaqueros, pulqueros y algunos oficiales que fueron de guardia nacional (29).
Además, Carbajal y Espinosa precisó que él “siempre” había tenido vigilados a los principales conspiradores, por lo que éstos tomaban sus precauciones y nada escribían, lo que hacía muy difícil hallar documentos que los comprometieran: “ y el imperio de la policía es tenerlos á raya para que no puedan realizar ningún motín”(30).
Para evitar el éxito de los conspiradores, Carbajal y Espinoza solicitó un presupuesto de 10 mil 200 pesos anuales y propuso la coordinación con el general francés Gabriel Neigre, Comandante Superior de la Plaza: “que por sus acertadas disposiciones, como por el miedo que sea tenido á las tropas francesas, se conservó la tranquilidad”. También informó que existían, además de los conspiradores, dos círculos de descontentos:
Uno, compuesto principalmente por militares, que carecía de un plan fijo, presidido por el general Miguel Miramón al que se sumaron muchos conservadores con motivo de los sucesos sobre bienes eclesiásticos. Dicho grupo oscilaba entre: “hacer una combinación con Comonfort y [Manuel] Doblado, bajo la base de eliminar a [Benito] Juárez, o hacer ellos un esfuerzo para lograr el cambio de algunas personas del Gobierno, siendo su principal deseo separar al Señor General [Juan Nepomuceno] Almonte y conservar en la regencia al Señor Arzobispo” (31).
El segundo círculo, más moderado, “de descontentos o de oposición” tuvo su origen en los despidos de personal en la Suprema Corte de Justicia y los juzgados y exclusivamente aspiraban a la destitución de Almonte. El trabajo de Carbajal y Espinoza no se limitó a la función informativa, sobre personas y actividades, dado que intervino el depósito de pólvora que abastecía a las guerrillas juaristas y reconoció su incapacidad para descubrir a quiénes imprimían y tiraban por las calles de la Ciudad de México, “papeles” con escritos en contra del emperador.
Carbajal y Espinoza reveló, igualmente, que la integridad personal de Maximiliano y Carlota estaban amenazadas pues algunos: “despechados como Juan José Baz, [José] Garnica, un tal González de González y otros, [planeaban] atentar contra S.[u] M.[ajestad]; y como la capital está llena de guerrilleros desalmados, no será estraño [sic] que algo intenten, principalmente en los viajes de S.S. M.M. á Chapultpec”(32). Anticipando un posible atentando, en combinación con el general Neigre, mandó vigilar las veredas que conducían al Castillo de Chapultepec, residencia oficial del emperador.
El 20 de enero de 1867, el representante de Maximiliano en Washington, Mariano Degollado, recibió una carta manuscrita del Subsecretario de Negocios Extranjeros, J. Nep. De Pereda, acusando recibo de los 30 expedientes numerados:
“y acompañados de un índice en que consta su contenido, formando todo ello el archivo de la Agencia Confidencial de que estuvo U.[sted] encargado. (…) en respuesta me es grato manifestarle que si este Ministerio pudiera agregar alguna cosa a la aprobación de su S.[u] M. [ajestad] el Emperador que ya á obtenido U., le diría que conservara ese archivo como un monumento del celo, patriotismo, inteligencia y lealtad con que ha correspondido a la confianza que S. .[u] M. [ajestad] depositó en la digna persona de U. (33)
Los traidores pintados por sí mismos
El archivo formado por Mariano, hijo del general republicano Santos Degollado, puede consultarse actualmente en la Colección Benson Latinoamérica de la Universidad de Texas (34). Una parte sustancial de los informes de Maury se publicaron en forma de libro, una vez que el frágil imperio fue abandonado por Francia y derrotado por los liberales mexicanos en 1867. Los traidores pintados por sí mismos. Libro secreto de Maximiliano, en que aparece la idea que tenía de sus servidores, se divulgó con la certificación del Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones y Gobernación y se editó en la imprenta del gobierno que se encontraba en los bajos del Palacio Nacional. En la primera edición del 24 de diciembre de 1867, se insertó:
Como apéndice á dicho libro, la traducción de una biografía de D. Antonio Pelagio de Labastida, el Príncipe de la Iglesia mexicana, escrita por M. Maury , agente enviado por Napoleón para organizar la policía de Maximiliano. Su posición y sus antecedentes hacen creer que la biografía sea exacta (36).
Efectivamente, Maury fue el autor de dicha biografía, como consta en fondo documental del Segundo Imperio, resguardado en el Centro de Estudios de Historia de México CARSO (37). En este caso concreto, Maury indagó acerca de la honestidad, la fama pública, ideas políticas y las conspiraciones del arzobispo de México, enemigo de la Constitución de 1857, pero no lo hizo él solo, como ya se dijo líneas arriba.
En el Libro Secreto es posible identificar a varios informantes, de los cuales sólo tres tienen apellidos españoles. El resto son franceses, austriacos o belgas, como Félix Eloin, que gozaba de una influencia ilimitada con el emperador. De igual modo, existe una Relación de papeles del Célebre Maury (sic), pertenecientes al entonces Ministro de Francia en México, Paul Lefebvre, acompañados de un carta en francés, fechada en Oaxaca el 14 de noviembre de 1866, firmada por Charles Thiele, “secretario de Porfirio Díaz”(38). Aunque el secretario de Díaz era Manuel Travesí (39), Charles Thiele era un desertor francés que se presentó ante Díaz a ofrecer sus servicios, y en virtud de su conocimiento de la lengua francesa trabajaba como auxiliar del “héroe del 2 de abril”.
De lo anterior se desprende que a Maximiliano le importaba, además de qué tan buenos empleados tenía el imperio —el desempeño laboral de muchos fue juzgado—, saber sobre las ideas políticas de sus colaboradores.
Es importante señalar que los informes están exentos de juicios morales. Ni siquiera en el caso de Miguel Miramón, que se quedó con dinero público, o bien su gusto por los juegos de azar. Cabe señalar a Tomás Mejía, que no tenía ambiciones políticas y sólo le importaba ser un buen soldado: es el gran ausente en los papeles del archiduque.
La publicación de los informes de la policía política, constituyó un arma fundamental para desprestigiar a los ya desprestigiados conservadores, de tal forma que a las derrotas política y militar, se sumó la derrota moral.
Benito Juárez sabía que la información es poder, y también una poderosa arma política, que no dudó en blandir contra sus opositores.