El clásico de Sun Tzu; la guerra ilustrada

La literatura y el arte pueden ser terrenos de combate sobre los que chocan ideas y reflexiones; muros de arcilla donde todos los días se escribe la historia del ser humano. A partir de esa idea, el artista plástico Damián Ortega (Ciudad de México, 1967) plantea una relectura de El arte de la guerra, escrito por Sun Tzu en el siglo IV a. de C., publicado en Francia en 1772, y considerado el mejor libro de estrategia bélica de todos los tiempos, así como un clásico que abre la puerta a una lectura filosófica.

Publicado por el sello Sexto Piso, este título, que alguna vez inspiró a personajes como Mao Tse Tung, Napoléon Bonaparte y Maquiavelo, sirve de terreno fértil para que Ortega libre una batalla distinta, una donde la arcilla sufre una transformación “de masa amorfa al sometimiento que le aplican las manos que la amasan, la cortan en cachitos, la soban y la embarran; le dan forma, la meten al fuego y le queman las patas.

Todos los pasos necesarios que la técnica nos permite dar para imponer nuestra voluntad sobre los objetos”, explica el artista.

Sobre este libro, Ortega comenta a Excélsior que su primer contacto sucedió hace mucho tiempo, cuando una amistad se lo obsequió. “Pero en cuanto empecé a leerlo, me sorprendió… me encantó, y, de pronto fue muy influyente para entender una parte de lo que estaba trabajando en ese momento con la instalación, la clasificación de los espacios, y se presentó como una enseñanza filosófica”.

Ahí, dice, “empezó la historia, pero hacia 2006 lo apliqué a una pieza en específico que estaba haciendo, a partir de la lectura de ese libro, que sirvió para hacer nueve películas de 16 mm que filmé en Berlín, bajo el título de Nueve tipos de terreno, que aluden los nueve emplazamientos descritos por Sun Tzu”, explica.

Aquella pieza fue pensada en México para ser hecha en un espacio rural, campirano, entre la ciudad y el campo, que mostraría el punto en que se empieza a colonizarse e intervenir los espacios de cultivos, graneros y establos, para mutar en espacios urbanos”.

Pero el artista obtuvo una residencia en Berlín, y decidió filmar en un nuevo lugar: “Apliqué la pieza de otra manera en un espacio entre una Alemania y otra, en una franja de un kilómetro, donde pude hacer las filmaciones”, lo cual derivó en una instalación que finalmente se mostró en Alemania, Basilea e Italia.

Tiempo después, el editor Diego Rabasa le preguntó si era posible hacer una extensión de este trabajo sobre El arte de la guerra comentado o con intervenciones gráficas.

“Y hasta hace poco menos de dos años empezamos en este proyecto que hice a partir de piezas de cerámica, ya que me interesaba el tema de los terrenos y los campos que se mencionan en el libro; y quería que la obra ilustrada corriera de forma paralela al libro, porque ésta no es tan descriptiva y conserva cierto grado de abstracción”, añade.

Entonces a Ortega se le ocurrió una idea: “Partir del campo de batalla como un campo de construcción, de imaginación, y hacer un paralelo entre la intervención de un espacio y de un material para jugar con él, manipularlo y transformarlo, como una estrategia de ataque haciendo un paralelo con las metáforas sobre la guerra que escribió Sun Tzu.