Para Morena, Toluca bien vale una misa

En 2013, durante la discusión de la reforma fiscal, el título de esta columna fue “El Viraje”, y se refería a un abandono de la ideología de izquierda de parte de Andrés Manuel López Obrador.
En esa discusión habían vuelto a aflorar —tal vez como en el canto del cisne— las ideologías del siglo XXI. Por un lado, la mayor parte de los empresarios, estaban militantemente en contra, en cada una de sus organizaciones cúpula, con los matices de siempre, y los acompañaban los panistas, reciclados como defensores de los intereses de las “clases medias productivas”. Por el otro, la mayor parte del PRD, que consideraba correcto un aumento en la carga impositiva: que paguen más quienes más tienen y que las grandes empresas pierdan privilegios.
Hasta ahí todo normal, el esperado regreso al Siglo XX. Pero hubo una excepción, un outlier, como dirían los politólogos modernos. Morena y sus partidos satélites, así como el ala supuestamente radical del PRD votaron, y vociferaron, en contra de una reforma progresiva respecto al ISR, que gravaba ganancias en bolsa y eliminaba el régimen de consolidación fiscal (afectando a los 422 grupos empresariales más fuertes, que son menos del 1 por ciento de las personas morales), que cortaba con el dogma del déficit cero y que tenía lógica federalista.
Comenté entonces que “sería fácil y simplificador decir que el rechazo se debe exclusivamente a la conocida estrategia lopezobradorista de oponerse a todo lo que provenga del odiado gobierno. Hay algo de más fondo”.
Morena fue específica en su defensa del empresariado nacional (¿”empresariado bueno”?) durante la discusión de esa reforma. Fueran refresqueros, transportistas o mineros. Fue específica en decir que no era necesario un cambio fiscal, sino “acabar con la corrupción”. Y consideró, literalmente, dignos del muro de la ignominia, a los legisladores que aprobaron las reformas que dotaban de más recursos al Estado. En otras palabras, lanzó al bote de la basura las antiguas propuestas de su líder único, las que estaban en su programa del 2006.
¿Por qué lanzó a la basura esas propuestas? Porque Andrés Manuel, fuera del PRD, ya no trata de buscar un lugar dentro de la izquierda, sino de hacerse un espacio propio en la nueva disposición ideológica del país. Y ese espacio está en el nacionalismo radical.
Es que, sabrá el apreciado lector, AMLO es dialéctico. Él cambia. No lo hace en función de valores sociales, sino de la estrategia en pos del poder.
Hay indicios de que ese viraje se ha profundizado a últimas fechas. Atrás quedó la idea de “primero los pobres”, y avanza la del “pueblo bueno” (y ya sabemos que, salvo los miembros oficiales de la Mafia del Poder, todos somos pueblo). El enfoque del discurso, muy en línea con las preocupaciones de los electorados del siglo XXI, ha estado en el combate a la corrupción, que es visto como la panacea que arreglará todos los males del país. La justicia social vendrá por añadidura.
Esto implica, necesariamente, una nueva política de alianzas, que empieza por los grupos empresariales interesados en mantener buenas relaciones con el gobierno en turno, sin importar su procedencia (y, si se puede, obtener nuevos beneficios), pasa por grupos eclesiásticos de diverso tipo, continúa con organizaciones sindicales corporativas y termina con la incorporación individual de políticos reciclables (o no, el chiste es que sumen sus fuerzas).
En el Estado de México, como laboratorio de la elección presidencial del año próximo, se acumulan las evidencias de esta nueva estrategia.
Algunos de los seguidores de Andrés Manuel son simplemente miembros de una Comunidad de la Fe. Lo seguirán hasta donde tope. Su esperanza está puesta en un hombre, más que en un proyecto. Y todo aquel que disienta será visto por ellos como un hereje, un apóstata, un infiel. AMLO los llevará de paseo, y serán dialécticos a su manera: cambiarán de opinión sobre temas y personajes, al son que les toque el líder indiscutible.
Al mismo tiempo, una parte de la izquierda radical —y un cachito de la tradicional— ha confluido en Morena. Va siendo hora que empiecen a hacer cuentas, y a hacerlas en serio, porque la nueva agrupación tiene otras prioridades, y una lógica de pragmatismo, que es típica también de los nuevos partidos alejados de las ideologías.
Ya están empezando a tragar sapos. Figuras del nacionalismo de la derecha están allí desde hace rato; ahora las acompañan personeros de empresarios multimillonarios, curas, chamanes, personajes del sindicalismo rancio —muy capaces de jugar sucio, como se vio en la Línea 7 del Metro— y otros actores políticos todavía menos presentables.
Por el momento, varios de estos militantes de Morena hacen todo tipo de cabriolas mentales (por no decir otra cosa) para justificar alianzas con aliados que no les gustan.
Quieren congratularse de que hay un liderazgo más allá de los rencores, pero les cuesta trabajo hacerlo. Quieren pensar en que todo es por la prioridad de la victoria electoral. Toluca (por ahora) bien vale una misa.
El problema es que al rato se van a tener que chutar todo el catecismo y comulgar con ruedas de molino.