¿De veras quiere ganar?

Hace unos días una persona desconocida me abordó en un aeropuerto. Me preguntó algunas cosas de política, como si por el solo hecho de comentar los acontecimientos y observar reflexivamente la vida pública, un periodista tuviera todas las respuestas a la mano.
De pronto, me dijo:
—¿Usted de veras cree que Andrés Manuel quiere ganar las elecciones?
—Pues lo supongo. Le ha dedicado la vida entera a ese fin y no lo veo fingir la competencia”. Sin embargo, esa breve conversación me trajo a la cabeza otra idea recurrente en algunos analistas: Andrés Manuel siempre comete, a la larga, los mismos errores, especialmente cuando ya se ha posicionado a la alza. Él solo se sabotea con sus declaraciones. Se exhibe, se perjudica. Y posiblemente se hayan presentado en estos días varios incidentes en ese sentido, al menos, en el curso de la campaña. Quitemos los videos cuyo escándalo ya ha dado los resultados previstos por quienes los promovieron. El primero y más evidente de los errores fue ponerse a jugar al acarreo contra el Partido de la Revolución Democrática como respuesta al Zócalo colmado por Alejandra Barrales y Miguel Ángel Mancera el 9 de abril, donde los amarillos, los residentes, los permanentes, los reacios a irse, mostraron la potencia frente a los desplantes de Morena. “…Hasta afuera del salón se escuchaban las arengas, “¡PRD, PRD, PRD!”, “¡Viva el PRD!” que lanzaban en uno de los salones del Gran Hotel de la Ciudad de México en el que sólo tenían acceso quienes presumían “nosotros nos quedamos” en el partido”. Juntamos a 200 mil, decían.
En contraste Morena convocó a sus leales a un mitin en el Monumento a la Revolución, especio más chico (en dimensiones) cuya concentración, por esa misma razón, necesariamente es menor.
“Con la presencia de nuevas figuras perredistas que se suman a Morena, el presidente nacional de este partido, Andrés Manuel López Obrador, dio a conocer el Acuerdo Político de Unidad por la Prosperidad del Pueblo y el Renacimiento de México. “Ante cientos de simpatizantes que abarrotaron las inmediaciones del Monumento a la Revolución y cobijado por senadores que renunciaron en días pasados a la bancada del sol azteca, el tabasqueño aseguró que cumplirán con sus promesas de campaña en el Estado de México y en el 2018”. Sea por esa causa o por alguna otra; los vientos de la conveniencia soplaron días después, en dirección contraria a la tradición. Al poco tiempo, Andrés Manuel explicó el presente y el futuro de las alianzas: si hoy no las hay con perredistas, petistas y demás morralla; no las piensen ni las invoquen ni las esperen para el 2018.
La única pregunta es: ¿lo hace por el deseo de consolidar la fuerza o su capacidad (con Delfina la marioneta) es realmente tan exigua como para necesitar aliados?
Nadie se sorprende de las mudanzas de los políticos. Nadie. Un día dicen algo y a la mañana siguiente se contradicen. Vea usted; por ejemplo a Miguel Barbosa. Mire a quienes militaban en una bandera y ahora la atacan desde la oposición. Es el caso del mismo Andrés y todos los fundadores importantes del PRD. Pero esas son materias de otra dimensión. Lo extravagante es cambiar la estrategia y la fidelidad, al cuarto para las doce.
—“Ni a la esquina —decía—, con esos ni a la esquina.”
Y de Miguel Ángel Mancera sólo opinaba: “Ya se echó en brazos de la derecha”. Hasta ahora nadie podría calificar esa actitud como una equivocación. En política lo único imperdonable es lo inútil, La utilidad es la moral del político. Ya lo sabemos. Si te sirve, hazlo. Lo dudoso en estos casos recientes de Andrés López, es si está haciendo algo en su favor o en su contra, como por ejemplo esa extensa entrevista con Ciro Gómez en la cual se mostró nuevamente incontinente, intransigente e impertinente. Su insistencia contra el aeropuerto (él le impidió a Fox iniciarlo, recordémoslo), su infantilismo mágico-verbal frente a la posible solución de cualquier problema, su reiterada fobia visceral contra Enrique Peña, su ataque a las instituciones (“sus”, les dice, como si hubiera otras); en fin, todo ese costal de gatos de un pensamiento oscilante entre el dogma, la autopersuación y la ligereza; en fin, la monotonía de la viaje prédica de la mafia del poder, la otra mafia, etc, hacen de su discurso algo previsible.
Congruencia, dirían algunos, fidelidad a los principios, advertirían otros. Quizá.
Pero también necedad, contumacia de meterse en los mismos hoyancos de una carretera de la cual ya debería haber salido. Por conveniencia suya, no por otra cosa.
—¿De veras quiere ganar?
Quizá su papel sea para toda la vida la versión contemporánea de Zúñiga y Miranda.