Colegio de las Vizcaínas; la riqueza del barroco

Las celebraciones por el 250 aniversario del Colegio de San Ignacio de Loyola de las Vizcaínas arrancarán en mayo, con el concierto del pianista y jazzista mexicano Mark Aanderud, en la capilla de este recinto; así como una exposición fotográfica con imágenes históricas del edificio, captadas entre finales del siglo XIX y principios del XX, que se expondrán en el Festival Internacional de Fotografía Foto México, que organizará el Centro de la Imagen en octubre próximo.

Así lo adelantó a medio informativo Óscar Lewis Mertz Río, director de este espacio, quien también habló sobre la historia de este inmueble y su rico acervo barroco, que incluye obras de José de Villalpando y Miguel Cabrera, una capilla con cinco retablos originales y el único pianoforte en México que construyó Muzio Clementi.

Este colegio, ubicado en el número 21 de la calle Vizcaínas, en el Centro Histórico, abrió sus puertas el 9 de septiembre de 1767 como la única escuela laica en toda la Nueva España, cuya construcción tuvo un costo de dos millones de pesos de la época.

Desde entonces ha operado ininterrumpidamente, sobre una superficie de 17 mil 254 metros cuadrados. Fue declarado monumento histórico el 9 de febrero de 1931 y quedó registrado en la lista de monumentos históricos el 11 de marzo de 1980, por ser una edificación con arquitectura religiosa del siglo XVIII, cuyo acervo artístico contiene más de 200 obras.

Además, en 2013 obtuvo la declaratoria de la Unesco como Memoria del Mundo por su patrimonio documental, considerado una fuente “extremadamente rica que permite conocer los comportamientos y pensamientos acerca de la mujer, particularmente su educación y amparo, durante más de 200 años de evolución histórica”.

Este Colegio, que nació para dar abrigo a 70 niñas huérfanas y a viudas pobres, hoy es una institución de asistencia privada y educación que da cátedra a 700 niños de preescolar a bachillerato, bajo el sistema de la SEP.

Según la historia, esta institución fue creada por tres vascos, quienes se instalaron en la Nueva España. Se trata de Francisco Echeveste, Manuel de Aldaco y Ambrosio Meave, quienes reunieron numerosas donaciones de vascos dedicados a la minería y la ganadería, para crear un espacio de educación laica entre la población novohispana.

La primera piedra del edificio se colocó en 1734 y su construcción se concluyó en 1755. Pero el arzobispo Manuel Rubio y Salinas no quería autorizar el espacio por su carácter laico.

Entonces, los miembros acudieron al abogado Francisco Gamboa, con quien llegaron al Rey de España y al papa Clemente XIII, para que dictara una bula papal, en la que autorizaría el funcionamiento del recinto sin la influencia de la Iglesia. Esto sucedió a mediados de 1767, relató Óscar Lewis Mertz.

JOYAS DE LA COLONIA
Lewis Mertz también habló de las distintas colecciones con que cuenta este colegio.

Primero está el fondo fotográfico: definido como la memoria visual del recinto histórico, conformado por 350 imágenes de la colección antigua, integrada por imágenes de finales del XIX y principios del XX, así como un número indeterminado del archivo moderno, dado que éste no se ha sido contabilizado, pero comenzará a la brevedad, junto con un proceso de digitalización.

Tenemos muy ubicado lo de finales del XIX y principios del XX. Se trata de fotografías que dan cuenta de una época, donde se puede ver a niñas tomando clases, sentadas en los comedores y en los diferentes patios, frente a las máquinas de coser o recibiendo la visita de Porfirio Díaz”, detalla.

Otra joya es el Archivo de las Vizcaínas, conformado por cientos de documentos, partituras, instrumentos de época; y su colección de textiles, “considerada la más importante de todo el continente, ya que las niñas, durante casi dos siglos, produjeron cerca de mil 200 bordados de carácter civil y religioso entre los siglos XVIII y XX”, donde hay desde casullas para los sacerdotes hasta vestidos que ellas mismas utilizaban”.

También está su capilla, integrada por cinco retablos que fueron confeccionados por José Joaquín de Záyagos, maestro dorador y ensamblador del siglo XVIII, cuyo retablo principal está dedicado a San Ignacio de Loyola, patrón del colegio.