Everardo González y la dolorosa verdad que puede revelar una máscara

“Yo tenía la necesidad de escuchar.  Saber qué había detrás de aquello que señalamos como lo violento o aquellos a quienes señalamos como violentos. Me llevé una sorpresa porque las personas no nacen violentas sino que todo se debe a las condiciones sociales», expresó el cineasta Everardo González, en una entrevista exclusiva con Crónica, a propósito del estreno en México de su película La libertad del diablo, un documental que bien podría definirse como una película de terror psicológico.

El filme solo guarda el pudor de no mostrar la violencia explícita. Se concentra en los testimonios de dolor y culpa de la sociedad lastimada por la guerra contra el narcotráfico en México. El espectador se vuelve una persona a quien le revelan un secreto desgarrador o incluso una figura de desahogo para aquellos que confiesan sus atrocidades.

«No sé muy bien porque hay gente que habla conmigo. A veces pienso que mi metro 65 ayuda porque no intimido a nadie. Lo que les hizo sentir que había posibilidad de hablar cosas que no habían dicho a nadie es que sabían que su rostro iba a estar cubierto, que les íbamos a dar una sensación de libertad en esta película y así fueron llegando», comentó el realizador.

«La película es un ensayo. Un coro de voces que reflexionan en torno a conceptos como el miedo, la obediencia, el odio y la compasión, en un escenario muy complejo que fueron 10 años de lo que llamamos la Guerra de Felipe Calderón contra el narcotráfico. Es una especie de reflexión de lo que pasó social y psicológicamente en ese periodo, en voz de quienes sufrieron la violencia como víctimas y de otros que la detonaron como victimarios», añadió.

La película nos muestra la mirada de un asesino que comenzó su tiranía a los 14 años y que se filtra por una máscara, que usualmente se usan para cubrir las quemaduras. No vemos los gestos pero sí la máscara mojada por las lágrimas de mujeres que narraron cómo vieron cuando el crimen organizado se llevó a sus seres queridos para no saber más de ellos. Nos muestra las historias de militares, civiles, sicarios… todos seres humanos que han contado parte de su dolorosa historia ante una lente que no deja ver su rostro real.

«La película habla de lo que representa cruzar esa línea tan delgada entre cometer una atrocidad o no, y qué sucede una vez que se cruza, ayuda a pensar si hay posibilidades o no de regresar a ser normal o al mundo cotidiano. El testimonio crece cuando la voz viene de un joven que lo cruzó j’ que se da cuenta, haciendo esta película, que no tenía regreso, que no había a donde ir, son personas orilladas a un rumbo sin retorno, en el que ya no hay más qué hacer, porque no serás bien visto nunca. Porque eso es lo que aprendiste a ser», cuenta Everardo.

«Habla de esta sociedad de consumo que le pone a un sicario un Audi A4 como recompensa, como un destino al que hay que llegar pisoteando a todos… ejecutando a todos… poniéndole precio a la vida. Habla de la necesidad de compasión que debemos tener como sociedad para mirar de frente a aquel que violenta y hurgar en sus miedos. Habla de esta necesidad de justicia… habla de muchas cosas que a veces uno no se da cuenta que eso está pasando o la gente ignora», agregó.

Filmes como Los ladrones viejos (2007) o El Paso (2015) son algunos de los trabajos que preceden a La libertad del diablo y que reafirman el interés de Everardo González por retratar la realidad de la sociedad mexicana desde el sector lastimado. Además con este filme buscó explorar la veracidad que puede tener un trabajo documental: «Yo tenía muchas dudas sobre donde está la condición de verdad en una película, sobre todo pensando en un documental. Si esa idea de lo verdada® es algo que el espectador le deposita al documental cuando al verlo en la pantalla asume que lo que se ve es verdadero», dijo.

Al usar máscaras el realizador también logró un propósito cinematográfico para que los testimonios tuvieran más impacto, «quería que pusieran la atención en la mirada, en los ojos del otro, no en sus gestos sino en su mirada. Que fuera un juego de espejos, en el que la mirada sea franca a la lente. Que quien vea la película esté atenta a los ojos de quien le está contando su historia», comentó.

Finalmente, el realizador explicó que su propósito más que provocador es reflexivo: «No soy un provocador. No es mi finalidad, aunque la película provoque.

Yo tenía esa inquietud de saber si realmente se era consciente del daño que se causaba, si aquel que jala el gatillo sabe si detrás de ese hombre y esa mujer que va a ser asesinada hay una familia que lo va a llorar y lo va a extrañar, y si es capaz de mirarse en ese espejo y pensar en su propia familia, su propio dolor o sus propios duelos», expresó.

«Sé que corría el riesgo de justificar las acciones brutales, pero lo que yo creo que se consigue es entender de una niñera empática la brutalidad. Creo que en una sociedad tan violenta como la mexicana la gente necesita reconocerse en la brutalidad para no solo señalar el acto sino también la génesis. Si no se modifica la génesis, siempre tendremos actos brutales. Debemos identificar de donde viene la semilla del mal», concluyó el cineasta.

La entrevista fue realizada en el marco de la más reciente edición del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG). El filme actualmente forma parte del festival Ambulante Gira de Documentales y antes de llegar a México se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Berlín, en donde ganó el Premio Amnistía Internacional, al Mejor Documental.