Violencia social, cada vez más común

Para nadie es novedad que la violencia se ha instaurado en la sociedad de manera amplia. Hoy, esta entidad se encuentra en la escuela, familia o calle, y difícilmente tenemos una estrategia para combatir sus efectos. ¿Qué hacer para encontrar la paz tras un asalto, secuestro o saqueo? ¿Qué propuestas pueden existir para evitar que un delincuente hiera o asesine a una persona indefensa? ¿Servirá de algo la polémica en torno a la pena de muerte y, además, es ésta la solución a la ola criminal que azota a México?
Tales interrogantes son motivo de debate nacional, pero en lo que respecta al área de la salud mental hay una pregunta que se mantiene en el aire: ¿cómo hacer para que este clima de inseguridad y agresión no se convierta en un cuadro de ansiedad y angustia que nos impida desarrollar nuestras capacidades?
El psiquiatra Sergio Arturo Escobedo Návar, quien cuenta con una experiencia clínica que rebasa los 20 años, explica que en la vida podemos encontrar ideas, conductas y actividades que podemos considerar evolucionadas o primitivas. La esfera criminal se encuentra en la segunda, pues mediante sus acciones hay una especie de búsqueda del placer y la omnipotencia.
Ante ello, dice el psiquiatra, debemos comportarnos con fortaleza y tratar de explotar la capacidad que tenemos para ver la realidad y tolerar el dolor, lo que finalmente configura al ser humano y lo hace distinto de los animales. «El raciocinio, entonces, es el que impide que tome la justicia por mi propia mano», infiere el psicoanalista.
En la década de 1940, justo cuando se llevaban a cabo las situaciones que transformaban a México en un país industrializado, de grandes y modernas ciudades, los delincuentes eran vistos como una especie de artistas, ya que debían emplear todo su ingenio y habilidad para despojar a sus víctimas de la cartera o del dinero que se encontraba en el interior de una bolsa femenina, sin que la víctima se diera cuenta.
Cierto, había homicidios y peleas callejeras, además de balaceras y asaltos bancarios, pero difícilmente se hablaba de secuestros y mucho menos de personas que hubieran sido decapitadas.
Casos tan sonados como el de Goyo Cárdenas, «El Estrangulador de Tacuba», eran sumamente célebres porque eran excepcionales. Hoy ocurre todo lo contrario, pues el número de asesinatos se multiplican cotidianamente en todas las regiones del país, y ello se refleja en las ocho columnas de los diarios y en los titulares de los principales noticiarios de radio y televisión.
Muchos nos preguntamos qué fue lo que sucedió y, al menos para el Dr. Escobedo Návar, la respuesta al acertijo se encuentra en el hecho que nos hemos convertido en una sociedad sociopática (en las que se favorece que algunas personas manipulen, exploten o violen los derechos de otros), la cual surge básicamente como un reflejo de la gran desigualdad entre las clases sociales.
«Quien decapita a un ser humano no tiene freno porque quizá necesita del placer que le da el poder», dice el médico egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y añade que «en alguna ocasión atendí a un paciente que me confesó que se dedicaba a ‘encajuelar’ a la gente. Este individuo no buscaba despojar a la víctima de algo material, sino sentir que era dueño de la vida del otro y experimentar la omnipotencia».
—Todos los individuos tenemos dos tipos de instinto: por un lado, el que se asocia con la vida, la libido, la creatividad, la productividad y la fertilidad, pero en el otro lado de la moneda encontramos el que tiene que ver con agresión y muerte. La evolución del ser humano se centra en el equilibrio de esa energía, y es por ello que se dice que hay una enfermedad cuando existe inestabilidad en alguno de estos dos aspectos. Claro, puede haber agresión hacia uno mismo, como sucede en el caso de un alcohólico o suicida, pero también hacia los demás, si es que alguien se desarrolla como un sociópata o antisocial.
Superar las pérdidas y recuperar la salud emocional
Quizá todos los mexicanos deberíamos recibir ayuda por parte de un especialista en salud mental, pero es evidente que este deseo es imposible de realizar. Sin embargo, si nos centramos en las personas que han sufrido la pérdida de un familiar o la de su patrimonio, la ayuda psiquiátrica tendría que ser prácticamente obligada.
El Dr. Escobedo Návar, también adscrito al Hospital Psiquiátrico Guillermo Dávila, perteneciente a la Unidad de Medicina Familiar Número 10 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), apuesta por una terapia en la que se registren las emociones con exactitud, «lo que implica llamarle al pan, pan, y al vino, vino, es decir, al dolor llamarle dolor y al coraje, coraje».
La mente humana es compleja, dice el experto, al grado de que «un asalto y la manera en que se efectuó puede remontar a la víctima a su niñez, justo cuando su maestro la maltrató o la privo de un satisfactor. Cabe la posibilidad, asimismo, de que asociemos el comportamiento de un delincuente con el trato recibido por nuestro padre, o el que nos ha dado por años un jefe sumamente injusto. Claro, esto se averigua tras algunas sesiones de terapia», dice el psiquiatra.
En general, los seres humanos no tenemos desarrollada la capacidad para ver un suceso en forma integral, «y es por ello que tendemos a identificar a las personas como completamente ‘buenas’ o absolutamente ‘malas’, lo que es clásico del género melodramático», reflexiona el psiquiatra y pone el ejemplo el asesinato de Fernando Martí, hijo del empresario Alejandro Martí (ocurrido en 2008): «la sociedad se lamenta y conduele del sufrimiento que pudo haber experimentado, pero olvida que en el ataque también murió otra persona. Era un chofer, es decir, un personaje ‘de reparto’, y tal parece que por ello no merece que nos preocupemos por él».