Rex Tillerson, secretario de Estado

Finalmente se despejó la duda acerca de quién va a ser el Secretario de Estado en el gabinete de Donald Trump (previa ratificación del Senado). Se había especulado que podría ser Mitt Romney, exgobernador de Massachusetts y candidato republicano a la presidencia en 2012; un hombre perteneciente al ala moderada de su partido. Pero no fue así, quien fue designado para esta importante posición (el equivalente a la Secretaría de Relaciones Exteriores) fue Rex Tillerson, Presidente Ejecutivo de la compañía petrolera Exxon Mobil. El problema es que, el único roce que Tillerson tiene con el tema internacional es su vínculo de negocios con Rusia y la amistad con Vladimir Putin. Y eso más bien va a dificultar su aprobación en el Senado norteamericano a partir de las audiencias de confirmación que deberá sostener en los próximos días. Y uno se pregunta: ¿Para qué nombrar a una persona sin experiencia en la diplomacia cuando se requiere la máxima destreza en política internacional para desempeñar ese puesto? ¿En qué estaba pensando Donald Trump cuando tomó esa decisión?
Lo primero que salta a la vista es que hay, en este nombramiento, un conflicto de intereses: Exxon Mobil tiene vínculos muy estrechos con la industria petrolera rusa y Tillerson tiene intereses personales en los negocios que se han establecido entre ambas partes. Si Tillerson es ratificado como Secretario de Estado ¿qué intereses defenderá? ¿Los de Exxon Mobil o los de Estados Unidos?
Debemos recordar que entre las primeras llamadas que se hicieron cuando se supo del triunfo de Donald Trump estuvo la de Vladimir Putin. Se habló de la conveniencia de mejorar las relaciones entre ambos países.
Un primer paso para el acercamiento entre ambas potencias (acérrimos rivales durante la Guerra fría) sería el levantamiento de las sanciones que Estados Unidos y la Unión Europea impusieron a Rusia por su presencia militar en la región de Ucrania y la anexión de Crimea el 18 de marzo de 2014. El gobierno de Barack Obama y la Unión Europea anunciaron desde el 6 de marzo de 2014 represalias políticas y económicas en contra de Rusia por realizar acciones contrarias al derecho internacional en la región mencionada. Las sanciones incluyeron la cancelación de visas a funcionarios rusos. También echaron a andar vetos contra empresas rusas y, viceversa, pusieron barreras para que empresas americanas y europeas pudiesen operar en Rusia. Obviamente, esas medidas se reforzaron al momento en que Rusia anexó a Crimea, o sea, doce días después de que se diera el anuncia de esas primeras medidas contra el país agresor.Desde su campaña, Trump dio muestras de simpatizar con Vladimir Putin. Por ejemplo, dijo que era el único que verdaderamente estaba combatiendo al Estado Islámico en tanto que la OTAN estaba haciendo muy poco en ese sentido.Hay un replanteamiento de la política exterior norteamericana. Trump está dando la espalda a los aliados de Estados Unidos y está extendiendo la mano a sus enemigos. El punto sustancial del acercamiento entre la Unión Americana y Rusia es que, mientras Trump lo está pensando en términos empresariales, Putin lo está concibiendo en términos políticos. Uno tiene en mente el gran negocio; otro tiene en perspectiva el gran Imperio.
Veamos simplemente el tema del posible levantamiento de las sanciones por la agresión a Ucrania y la anexión de Crimea a Rusia. Ese levantamiento le permitiría a Exxon Mobil reposicionarse en la carrera por el petróleo en el Ártico; apuntalar sus alicaídas finanzas, y llevar a cabo con más seguridad sus proyectos de extracción en la isla Sakhalin al este de Rusia.Putin anexó Crimea como una reivindicación histórica; es decir, como una reparación de la afrenta sufrida en la guerra escenificada entre 1853 y 1856 cuando el Imperio Ruso, encabezado por el zar Nicolás I, perdió esa península a manos del Imperio Otomano gobernado por el Sultán Abdülmecit I, respaldado por el Reino Unido y Francia. Aunque, a decir verdad, Crimea ya había regresado a ser posesión de Rusia, o más bien dicho, de la Unión Soviética como una república autónoma en 1921. Conviene añadir que en 1954, el líder comunista Nikita Kruschev cedió Crimea a Ucrania. Cuando se disuelve la URSS, Ucrania se convirtió en una república independiente y con ella fue incluida la república autónoma de Crimea.
El caso es que para los fines del nacionalismo populista de Vladimir Putin, Crimea juega un papel simbólico fundamental. Al separarla de Ucrania y anexarla a Rusia, pese a la violación del derecho internacional, activó de nuevo el orgullo ruso y se cobró aquella derrota sufrida en el siglo XIX. Por eso, Estados Unidos y la Unión Europea reaccionaron: había que frenar el afán expansionista. Como dijo Vaclav Havel, “el problema de Rusia es que no sabe dónde comienza y dónde termina.”La novatez de Donald Trump en materia diplomática le puede salir caro a Estados Unidos. Nombrar a un empresario vinculado fuertemente a Rusia y, especialmente, a Vladimir Putin es darle un sesgo demasiado parcial a un tema complejo que exige un tratamiento político, no simplemente económico.