Las horas y las deshoras

La explicación justificadora del fiscal de Guerrero, don Xavier Olea, respaldada por el gobernador Héctor
Astudillo en cuanto al asesinato y la inutilidad de las escoltas cuya presencia iba (en teoría) a proteger la vida del pobre alcalde de Pungarabato, Ambrosio Soto Duarte (RIP y QDDG), nos aclara muchos de los grandes misterios de la historia, incluidos algunos magnicidios notables.
Los funcionarios guerrerenses, con la sabiduría de quien acaba de inventar el agua tibia, nos han dicho:
“… el alcalde de Pungarabato, Ambrosio Soto, se arriesgó al viajar por la noche a Michoacán, sin tomar en cuenta que estaba amenazado por la delincuencia organizada.
“Soto Duarte fue asesinado a balazos en San Lucas, municipio perteneciente al estado de Michoacán. De acuerdo a la información proporcionada por funcionarios de la administración de Pungarabato, el munícipe regresaba del municipio de referencia, estaba por pasar Riva Palacio para ingresar a la demarcación que gobernaba, cuando fue víctima de un atentado a balazos.
“Ante esto, Xavier Olea dijo en una entrevista televisiva que ‘lamentablemente tomó una decisión de ir a deshoras a Ciudad Altamirano a sabiendas de que había sido amenazado. De noche para cualquier ciudadano es peligroso viajar, no sólo por seguridad sino por cualquier eventualidad’”.
Dicho lo anterior podemos deducir dos cosas: no debemos salir a deshoras pues como todos sabemos de noche son pardos todos los gatos y los malos salen a hacer las maldades imposibles bajo la luz del sol. Ni viajar a deshoras ni andar en malas compañías. ¡Ah! Y comes frutas y verduras.
Visto lo anterior ahora entendemos: a Colosio lo mataron en Lomas Taurinas, cuando no había aún penumbra favorecedora, pero fue por haber ido a Tijuana. Si hubiera estado en su casa no le habría pasado nada, como tampoco a Jesucristo. Lo crucificaron por estar en el peor momento de la historia, entre truenos y centellas de Cecil B. de Mille, en una hora inconveniente, sobre el cerro de la Calavera.
Malo fue el horario de Julio César en el Senado (hubiera ido mejor a la orgía de al lado) y peor la mala hora de Cuauhtémoc cuando navegaba en su piragua por Tlatelolco en vez de llamar un Uber lacustre de los de aquel tiempo. Todo es culpa del reloj.
“La mala hora” se llama una obra de Gabriel García Márquez seguramente incógnita para el hoy difunto munícipe guerrerense, quien además de todo era terco y obstinado, pues si ya sabía de las amenazas sobre su edilicia cabeza, cómo no se le ocurrió suicidarse antes para evitar el crimen. Ésa es una forma segura de inhibir un atentado. El consejo se lo pudo dar también Xavier Olea, ¿No?
También pudo releer la crónica de la muerte anunciada, como no hizo Santiago Nasar.
Hoy ya lo sabemos: los narcotraficantes, en constante amago sobre las tierras de la zona caliente de Michoacán y Guerrero, respetan las fiestas de guardar y sólo asesinan a deshoras. Ahora y en la hora de nuestra muerte… amén.
Pero a mí me queda una pregunta: ¿cuáles son las horas y cuales las deshoras? Y otra cosa me escuece igual: ¿cuál es la madre y cuál es el desmadre?
Ya lo sabemos ahora. Si usted quiere ir por una carretera, digamos a Acapulco y detenerse a desayunar en Chilpancingo, por ejemplo (es como Lisboa, pero sin agua), y un bloqueo lo detiene, la culpa es suya por viajar a deshoras. Debería usted circular cuando los profesores no han salido del mullido lecho para colocar la barricada, pero ahí corre el riesgo de otra “deshora” y entonces lo atacan los otros salteadores de caminos.
Usted siempre vive a deshoras; ellos deciden las horas.
Si John Kennedy hubiera puesto su convoy a las tres de la mañana por Dallas y con las luces del alumbrado público apagadas, seguramente la puntería de Oswald no habría cambiado el curso de la presidencia estadunidense. Nunca habría llegado Trump a encabezar a los Republicanos, por ejemplo.
Esa puntada de Olea, joya del humorismo involuntario, me recuerda una anécdota sinaloense.
Un gatillero había recibido el encargo de matar a un político muy notable. Pero por cosas de la vida éste le había hecho al pistolero un favor, años atrás. Y aquel le quiso expresar su gratitud.
—Oiga amigo –le dijo–, si lo veo mañana en la carretera para donde va ir usted a Mazatlán, lo mato.
—Gracias, pero de todos modos voy a ir.
—Pues si lo veo, lo quiebro. Se lo aviso.
El político se guardó en la cajuela. Pasó a la hora ya sabida y el gatillero tuvo el auto y al chofer en la mira. Lo sabía, su “encargo” estaba dentro del coche, pero él era un hombre de palabra. Le había jurado disparar si lo veía, pero así como iba… no lo vio.
El sentenciado salvó la vida.
La interminable violencia de Chiapas
Con sus peculiares ingredientes actuales, el episodio de San Juan Chamula de este fin de semana (resulta triste llamar episódico a un hecho de esta gravedad) puede ser visto simplonamente como un hecho accidental, incidental, aislado o —como me parece es— un eslabón más en la infinita cadena de sangre en Chiapas, cuyo gobierno, obviamente, carece de la luz suficiente para hallar una forma inteligente de convivencia entre las contradicciones crónicas de esa sociedad tan diversa, dispersa, clasista y cerrada. Hoy sucede esta matazón en San Juan Chamula, pero la lista es interminable. No se necesita la sevicia de Acteal, pero tampoco vale olvidarse del todo. A fin de cuentas se habla, nada más, de hombres y mujeres asesinados con bárbara frecuencia. Como en Guerrero (apenas, hace poquísimo el caso de Ambrosio Soto, alcalde de Pungarabato), como el caso de Oaxaca, Tamaulipas, Guerrero o cualquier otra parte de esta convulsa nación cuyo bronco temperamento parece no haberse dormido nunca.
Revisemos a Miguel León Portilla y tratemos de encontrar sus líneas de anticipación.
“…Lo que los pueblos originarios demandan —autonomía en sus territorios ancestrales, representación en las cámaras.
, respeto a sus lenguas y costumbres, apoyo para su desarrollo sustentable—, no es una quimera… el doctor Manuel Gamio señaló todo esto como una requerida respuesta nada menos que desde 196… Chiapas está haciendo una llamada de atención que concierne al destino de México”.
“(Cuarto Poder).- El alcalde de San Juan Chamula, Domingo López González; el síndico Narciso Lunes Hernández; el quinto regidor, Miguel López Gómez y dos personas más fueron asesinados a balazos ayer por la mañana.
“El secretario de gobierno de Chiapas, Juan Carlos Gómez Aranda informó que además resultaron lesionadas de bala, 12 personas que fueron trasladadas a hospitales de San Cristóbal.
“Pobladores de este municipio tzotzil informaron que desde el viernes avisaron que opositores al alcalde, quien era conocido por el sobrenombre de ‘Tsetjol’ (corta cabeza), se concentrarían en la cabecera para tomar el Palacio Municipal y exigir su destitución.
“Agregaron que cuando López González —que ya había sido alcalde por el tricolor de 2008 a 2010 y el primero de un partido diferente en ocupar el cargo y en reelegirse—, llegó ayer a las 7 horas a la alcaldía. Había gente armada.
“Dijeron que los cientos de habitantes de diversas comunidades que estaban enfrente del edificio, gritaron mediante un aparato de sonido:
“—Queremos que nos entregues el dinero para artesanías y construcción de obras”.
El asunto por elucidar ahora es si estas protestas, cuya raíz visible proviene de la lucha de partidos, son expresión de genuinos reclamos indígenas o si se trata de fuerzas políticas incrustadas en la comunidad tzotzitl desde la cuales, con ese escudo del “redentorismo” étnico y la impagable deuda con la historia aborigen, estimulan la desestabilización del estado y el Estado.
Sea cual sea la explicación o el mecanismo político detrás de los hechos, por su gravedad y sangrienta condición, estos sobrepasan cualquier interpretación. Son demasiado fuertes para no tratar de comprenderlos desde el ángulo de la ingobernabilidad crónica de Chiapas.
Dice Carlos Fuentes:
“¿Cuántas personalidades políticas, cuántos discursos, cuántas promesas han pasado sólo en este siglo (XX) por los palacios del poder en Chiapas, sin resolver un solo problema de esas comunidades descalzas, empapadas, sangrientas…?”.
No se trata ahora del maniqueo discurso del indígenas bueno y puro frente al blanco explotador, finquero y descendiente de encomenderos, pero la violencia es en sí misma un problema (no sólo la manifestación de otros problemas germinados lentamente hasta el estallamiento), y si no se ha resuelto nada, se debe, básicamente, a la imposibilidad de solucionar el conflicto de sus componentes.
Cada uno de los actores en este conflicto mantiene intereses en juego. Puede haberlos legítimos e ilegítimos. Del gobierno (cuando hay) depende equilibrarlos, armonizarlos darles prioridad y poner calma y orden donde no lo hay.
Y eso no ha sucedido en esta historia reciente. Y por reciente digo centenaria. Nada de esto baja del cielo, ni es obra de la ironía de la vida ni de la compleja condición de los humanos. No. La política debe ser la solución de las contradicciones. No el escenario para aumentarlas y enfrentarlas en un choque permanente.
“…Como siempre —escribió Horacio Flores de la Peña en 1998 cuando la matanza de Acteal—, se promete “una investigación a fondo cualesquiera que sean las consecuencias”, que en nuestro medio político significa que no habrá culpables y no se castigará a ningún autor intelectual, solo a los indígenas gatilleros…”.
SENADO
No lo aduce abiertamente como un motivo, pero frente a los ominosos mensajes de Donald Trump y su racista clausura migratoria, la fracción del PRI en el Senado alaba la reunión Obama-Peña en la cual la política, la competitividad, la educación, la investigación, la innovación y otros temas dominaron el temario.