Lo deberían matar, señor presidente

Por desgracia uno de los personajes de esta historia está muerto. No puede confirmar nada.
Otra vive, pero no le atribuyo interés alguno ni en leer esta columna ni en aclarar si las cosas son ciertas o no. Posiblemente, entonces, no valga sino como anécdota de un mundo viejo y desaparecido cuando algo así podría haber ocurrido.
La narración comienza en Los Pinos durante el gobierno de Luis Echeverría. El dirigente campesino y popular César del Ángel (de quien ahora tanto se habla nuevamente en Veracruz) había provocado el enésimo conflicto de su compleja vida como agitador social.
Muy cerca estaba aún el episodio aquel de los copreros guerrerenses (la endémica violencia de ese estado caliente e hirviente) , en el cual casi 40 personas murieron y un centenar terminó con heridas. Ese fue el fin del gobierno de Abarca Alarcón.
En la junta estaban los dirigentes agrarios oficiales, los funcionarios de Gobernación, los enlaces con el mundo político estatal de aquel tiempo.
—¿Qué hacemos con Del Ángel?, preguntó Luis Echeverría.
Las ideas cayeron en cascada. Unos hablaban de una mesa de diálogo, otros de una represión contundente, unos más de la compra del movimiento, algunos por refundirlo en la cárcel. Otros apostaban al natural desgaste por inanición. Todos hablaban y cada cabeza era un mundo.
De pronto alguien, a quien mi amigo e informador jamás quiso mencionar por su nombre, le dijo a Echeverría:
—“Señor presidente, con todo respeto, pero a ese cabrón hay que mandarlo matar”.
Echeverría lo miró con esos ojos penetrantes y miopes cuyo brillo podía derretir el cristal de sus anteojos y le dijo:
—“¿Y quién va a dar la orden, usted o yo?”.
—“Bueno, señor presidente, yo no soy quién…”.
—“¡Ah!, entonces usted propone un asesinato y yo debo ordenar una muerte nada más para darle gusto”.
—“¡Capitán!, le dijo a un ayudante. Tráigame una pistola. De inmediato”.
—“Pero señor…”.
—“Deme su arma, capitán, ordenó Echeverría con voz de trueno”.
Echeverría tomó la escuadra y le dijo al de la iniciativa.
—“Venga, tome esta arma, vaya y mátelo. A ver si es tan fácil”.
Pálido, el autor de la sugerencia le dijo al presidente:
—“Señor, ¿me permite retirarme?”. Y se fue.
Al día siguiente le entregó a su jefe inmediato la renuncia al cargo. Jamás volvió al gobierno.
Quien me contó esto fue uno de los secretarios auxiliares del presidente en aquellos años. Me lo narró muchos años después, cuando Echeverría estaba bajo arraigo, con una mezcla de asombro y admiración por su antiguo jefe y siempre recuerdo esa anécdota (real o fantasiosa) cuando escucho a los diletantes de la violencia hablar de cómo debería comportarse el gobierno en asuntos como el actual conflicto con la CNTE.
—Los deberían fusilar a todos, me dijo el otro día una señora en el supermercado.
Pero quienes así opinan no serían capaces de dar la orden de fuego si el pelotón estuviera formando el cuadro frente a un paredón.
Por lo pronto, el movimiento de los 400 pueblos tiene muchas cosas por explicar después de la pedrea con la cual agredió a los dirigentes del Partido Acción Nacional y al gobernador electo, Miguel Ángel Yunes.
Todos sabemos los resentimientos personales de Del Ángel con Yunes y con otros personajes de la vida política veracruzana, pero esas turbamultas violentas no deberían existir. Sólo pueden hacerlo si alguien los protege y financia. Eso nos queda claro a todos.
Alguien dijo, frente a los rostros estupefactos y asustados de los panistas en fuga, con la camioneta lapidada y los ayudantes maltratados a golpes y patadas:
—Bueno, así es la política.
Y no, la política es así (de cualquier lado), sólo en el encuadre primitivo de quienes no saben dirimir las diferencias de otra manera. Cuando alguien lanza una roca es porque no puede lanzar una idea.
VERIFICACIÓN
La Comisión Ambiental Megalopolitana no pasa la “verificación” de los ciudadanos. Están haciendo un ridículo pavoroso. Todos.
En los últimos meses sólo ha habido ocurrencias y dislates. El doble no circula, el no circula reforzado, las patrañas en la medición, las equivocaciones constantes, los malos diagnósticos, la evidencia de la incomprensión del verdadero problema, la mala puntería y ahora la clausura de los centros de verificación, los cuales no cuentan ni siquiera con los equipos necesarios para una aplicación conveniente de la norma oficial 167, la cual es en sí misma otra fantasía.
Ni la Comisión ni la Semarnat sirven para untárselas al queso. Estamos en manos de improvisados e ignorantes.
Como las mujeres equivocadas, quieren tirar el agua sucia de la tina sin sacar primero al niño de la bañera.
Se robaron 700 edificios
La proliferación de frases felices o torpes, según el caso, estimuladas en su circulación masiva por las redes sociales (“un filósofo en cada hijo te dio”), nos ha dotado a todos de un recetario de torpezas siempre a la mano.
Quizá la consagración de la idiotez sea ésa por la cual se estima o desestima la actividad crítica con el famoso vaso medio lleno o medio vacío. Nadie nos ha dicho nunca el contenido del vaso. Optimistas contra pesimistas, como si esa fuera la verdadera disyuntiva de la inteligencia.
Alguien mal leyó en un almanaque aquello de no estar de acuerdo, pero defender el derecho del otro a opinar y con base en la frase se pontifica con otro argumento tan mendaz como los anteriores: yo respeto tu idea, pero no la comparto.
—Sería mejor decir como Camilo José Cela: ¡no me venga con puñetas!
En ese sentido, en el de la corrección política caemos con frecuencia en el campo de la mentira política. Hay varios ejemplos. Uno de ellos, para comenzar, es el de las manifestaciones en la Ciudad de México.

—¿Las marchas son un problema?

Pues depende quién las haga.

En esta ciudad cada año, en promedio, se realizan 700 peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe. Jamás nadie se ha quejado de ellas, ni siquiera los vecinos de las colonias cercanas, quienes solidarios les ofrecen a los romeros algo de pan, una taza de café o una torta de jamón preparada por la señora de la casa la noche del 11 de diciembre.

Nadie levanta los ojos al cielo y pide compasión cuando la ciudad se convierte en dominio de los bicitecos. Cada semana cierran Reforma y otras avenidas en otras delegaciones y todo mundo está feliz por el Paseo Ciclista. Tampoco hay quejas por la carrera maratónica. Al contrario, la gente sale a la calle a aplaudir a los corredores. Como otros, salen a fisgar a los homosexuales el día de su orgullo marchoso.

Cuando la capital se desquicia con una visita papal, poco frecuente por fortuna, no hay ni una sola persona en contra de los cierres de calles y avenidas, esté por ahí el Pontífice o se haya ido horas antes. Y ni hablar de cuando los soldados marchan gallardos y altivos el 16 de septiembre y sus caballos llenan de boñiga la avenida 20 de noviembre.

Pero la idea central, de esto es la utilización de frases para no resolver los problemas. El de las marchas y los derechos y el respeto y bla, bla, bla.

Mejor nos haría a todos si alguien nos dice: las manifestaciones en esta ciudad son un mal crónico. Ni se van a regular, ni se van a prohibir, ni va a pasar nada de nada.

Exactamente igual con otros fenómenos crónicos e incurables como el comercio callejero (ambulante fijo o semifijo), la no utilización de la fuerza pública, la tolerancia (y aprovechamiento) de la prostitución en la vía pública, la mala calidad del transporte, los abusos de constructores, la corrupción en la (no) planificación urbana, el desastre de la ecología (no solo de la calidad del aire) y la tolerancia al robo ya sea de tepiteños o integrantes de la Asamblea de Barrios, tan de moda en días recientes.

Esos problemas no se van a resolver nunca.

—¿Por qué?

—Porque son la forma de vida de millones de personas. Son acciones de los ciudadanos y no se pueden resolver si no se cambia de ciudadanos.

Así lo explica el delegado de Cuauhtémoc, Ricardo Monreal —entre la queja y la impotencia—, en cuanto a las invasiones urbanas de la Asamblea de Barrios, como si no existiera la ley de Extinción de Dominio.

“…Muchos de ellos (edificios) están intestados, otros tienen conflictos de carácter civil, y muchos otros son de propiedad incierta o que no se encuentran (sus dueños), pero estoy seguro, que estos más de setecientos inmuebles padecen de injusticia por parte de sus ocupantes”, explicó.

“El delegado de Cuauhtémoc consideró que existe toda una red de corrupción, integrada por partidos y líderes políticos de alto nivel, que permite a la Asamblea de Barrios apoderarse de los inmuebles.

“¿Quién les informa del estado jurídico en el que se encuentran? ¿Quién les da datos del Registro Público de la Propiedad, que el bien inmueble está solo, en conflicto o intestado? ¿Qué es lo que pasa? Son las mafias tan bien armadas que tienen despachos de abogados, de consultores, despachos de arquitectos”.

¡Ah, bueno! Ahora resulta: todos lo sabíamos desde hace años. Monreal se entera ahora, apenas ahora. Andaría en Zacatecas.