El sueño americano, mina de oro; niños migrantes, negocio en auge

ALTAR, Son.-Los niños de la frontera son un negocio en auge en este municipio del noroeste de Sonora, considerado como la puerta de entrada al desierto de Arizona, donde la economía gira en torno al migrante, ya que a diario pasan por aquí hasta tres mil indocumentados en su pesado andar hacia Estados Unidos.

Una ruta que a partir de 1998 se volvió referente internacional y en la que cada vez es más común observar a menores de edad viajando solos desde el interior de la República o algún país de Centroamérica.

Sus amplias calles pavimentadas, casetas telefónicas, bancos, casas de cambio, tiendas de autoservicio y comercios son prueba de la transformación que en 18 años sufrió la localidad, que antes dependía de la agricultura y la ganadería, —hoy extintas—, para dar paso a una economía de servicios.

Prisciliano Peraza, sacerdote y director del Centro Comunitario de Atención al Migrante y Necesitado, recuerda que anteriormente habían dos hoteles en Altar y, ahora, existen alrededor de 17, así como 35 casas de huéspedes.

En las calles aledañas al centro se observan decenas de locales donde se venden cobijas, mochilas, gorras, sombreros, paliacates, playeras y pantalones, todo confeccionado con tela de camuflaje, que evita destellos de luz en el desierto, lo que podría acabar abruptamente con el sueño americano, al poner en alerta a la migra.

“Los comerciantes se volvieron unos expertos en la atención a los migrantes, pero desgraciadamente existen abusos, porque los precios son distintos cuando se trata de una persona que viene de fuera”, lamentó el sacerdote.

Por ejemplo, el viaje en camioneta hasta el punto más cercano al cruce cuesta 100 pesos para un residente, pero para un migrante alcanza costos de hasta mil pesos.

Caminando entre los puestos ubicados a un costado de la parroquia llama la atención un par de alpargatas o pantuflas con suela de borrega, que se utiliza para cubrir el calzado de los indocumentados, con el fin de evitar que dejen huellas en la arena.

“Las alpargatas les ayudan mucho, para que no vayan dejando huellas o rastros; para que sea más difícil que la Bordel Patrol (patrulla fronteriza) los identifique”, explicó Sara Abdala Manríquez, administradora de la Casa del Migrante en Altar.

La joven, que recientemente concluyó la carrera de Publicidad, reveló que los garrafones de agua color negro, fabricados en la región, tienen también mucha demanda, porque impiden que el sol rebote en el plástico, así como el “kit de supervivencia”, que incluye vendas, medicamentos contra la diarrea y el vómito, además de anticonceptivos para las mujeres.

“La mujer que decide migrar sabe que va a ser violada, entonces se prepara sicológicamente y se inyecta; anteriormente tomaban anticonceptivos, pero empezó a correr el rumor de que los mismos polleros les tiraban las pastillas, así que, ahora, optan por inyectarse antes de iniciar el viaje”, comentó.

De acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Migración (INM), de enero a abril de 2016, fueron asegurados en México tres mil 633 niños migrantes no acompañados, de entre 12 y 17 años de edad, provenientes de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Belice.

Tan sólo desde Sonora fueron devueltos a su país 115 menores, bajo la figura de retorno asistido, en el primer cuatrimestre del año.

Incursión a El Pedregoso

En Nogales, Sonora, Excélsior siguió al Grupo Beta en un recorrido entre la frontera de Nogales y Arizona, a través de caminos de terracería en busca de migrantes con sed y hambre, que quisieran ser rescatados de su travesía, en medio de la nada.

Kilómetros y kilómetros de terreno agreste, con subidas y bajadas, pendientes y un calor arriba de los 42 grados, en una ruta conocida como mariposa, donde el cruce se hace ya sin muro, a través del cerro El Pedregoso.

A lo largo del camino se puede observar una especie de nicho con imágenes de la Virgen y restos de veladoras consumidas, donde los indocumentados rezan un poco antes de seguir su camino.

Entre arbustos y árboles hay ropa llena de tierra, algunas prendas como pantalones y chamarras para la noche que seguramente tuvieron que ser abandonadas en la huida, ante la presencia de grupos del crimen organizado.

Más adelante, un campamento habilitado con plásticos negros, donde polleros, de entre 16 y 17 años, que sin empacho pegan el golpe a un cigarro de mariguana para calmar los nervios, mantienen a la espera a cinco hombres migrantes originarios de Tepoztlán, Morelos, antes de adentrarse a territorio estadunidense.

Al llegar, los elementos del Grupo Beta se presentan en voz alta, preguntan en qué condiciones se encuentran y ofrecen rellenar los envases vacíos de agua, que transportan en tambos a bordo de su camioneta 4×4.

En lo alto del cerro, la avanzada de los traficantes de personas sigue atenta con sus “miralejos” los movimientos de la migra para aprovechar cualquier descuido o el cambio de turno y penetrar del otro lado de la línea imaginaria.

Así es como inicia la parte más difícil de este viaje que para muchos no tiene retorno, ya que por estos rumbos, dos migrantes mueren en promedio al día. En el mejor de los casos regresarán a sus casas en ataúdes o convertidos en ceniza, porque también corren el riesgo de acabar en una morgue, en calidad de desconocidos.

Eleazar Román luce muy pensativo, dice que va por segunda ocasión a Estados Unidos en busca de trabajo para enviar dinero a su familia, y que confía en que todo saldrá bien porque “Dios va por delante y nosotros atrás”.