Confieso que me llegó a entusiasmar la idea de participar como constituyente en el proceso que se avecina, habiendo incluso sondeado la posibilidad de ser uno de los designados para ese propósito. Confieso también que mi sondeo con políticos tuvo, en general, buenos resultados. El hecho de que durante mi gestión se materializara la democratización de la vida en nuestra ciudad parecía apoyar mis pretensiones.
Hubieron también opiniones de personas, como mi esposa, que tanto me ha demostrado su amor a lo largo de casi 40 años, en el sentido de que volver al “jaloneo” de la política, después de todo lo que vivimos, no sólo resultaba inexplicable, sino que nos volvería a exponer a un posible golpeteo, en el que lo último que contaría, como ya nos había sucedido, serían las buenas intenciones de aportar algo para bien de mi ciudad, de la que sigo siendo un verdadero amante. Hacerlo, además, en este entorno de tan poco aprecio al quehacer político-partidista lo hacía aún menos recomendable. Además, conviene no olvidar que la política puede ser fría y cruel: como a un pañuelo facial te usa y se deshace de ti.
Sin embargo, creo que es natural que una posibilidad como esta me inquiete y me provoque. Finalmente, soy una persona inoculada por el virus de la política, el cual parece permanecer en la esencia de uno para siempre; pero además, vivo permanentemente inquieto por el futuro de nuestra capital, de esta ciudad que aparentemente perdimos, no sólo electoralmente quienes pertenecíamos en aquel entonces al PRI, sino todos los que vivimos en ella. Ahí están las crisis constantes que padecemos en materia de contaminación o transporte público, por sólo mencionar algunos aspectos especialmente preocupantes.
Y en ese orden de ideas, aun cuando al democratizar la vida de la ciudad de México no fue para nosotros una prioridad buscar una Constitución, creo que el hecho de que ahora tengamos que atender al mandato de elaborarla abre la posibilidad de debatir, revisar y definir las bases en las que debemos apoyar una nueva forma de desarrollo de ésta que es una de las ciudades más grandes y complejas del mundo.
Bases que incluyan los lineamientos para planear su crecimiento con visión metropolitana, definan con claridad las atribuciones de las diversas autoridades y consagren los derechos que tenemos los capitalinos, por el simple hecho de serlo. Y que también establezcan las obligaciones que nos corresponden como miembros de esta asombrosa y plural comunidad, para poder convivir en paz y en armonía. Quizás nos dé hasta la oportunidad de definir con claridad si el ejercicio de nuestros derechos se limita o no, por la vigencia de los derechos de los demás.
Así las cosas, y respondiéndome a las preguntas que me he hecho en la intimidad, he decidido no remitirme a ser un simple ciudadano pasivo, espectador de las decisiones de los políticos, ni buscar ser miembro de la Asamblea Constituyente. Más bien, pretendo ser un activo “ciudadano constituyente” como creo que debiéramos ser los millones de habitantes de este Valle del Anáhuac, al cual debemos recuperar como un espacio de vida digna, saludable y edificante. Es momento de proponer temas a debate, aportar puntos de vista y someter a juicio de la población formas de vida y convivencia que hacen posible vivir felices a millones en otras latitudes.
A diferencia de lo que opinan destacados miembros de la llamada comentocracia, creo que Miguel Ángel Mancera logró abrir una oportuna instancia para discutir con seriedad y proponer lo que más convenga a todos. Y yo me propongo aprovechar este espacio, iniciando con una primera propuesta, consistente en plantear a los miembros de la Asamblea Constituyente una verdadera exigencia para que definan las formas en que garantizarán la participación ciudadana en este próximo proceso deliberativo y legislativo.
Y una alternativa interesante para acercar el debate constitucional al ciudadano consiste en aprovechar las redes y el espacio público en internet. Mi muy querido Pablo Noriega, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Barcelona, señala que las herramientas digitales permiten utilizar la teoría económica del wisdom of crowds. La teoría señala que si observamos el promedio de varias opiniones sobre cómo solucionar un reto, nos acercaremos a la respuesta real al problema. Este enfoque tiene algunos límites, como la necesidad de independencia de las opiniones y tener grupos descentralizados y diversos. Pero, en agregado, las multitudes pueden producir mejores decisiones que los individuos.
Las redes y comunidades digitales ya operan mecanismos propios de gobernanza e información. Estas constituyen un nuevo espacio público, donde la “sabiduría de las masas” toma decisiones y genera sus propias reglas. En las redes, los ciudadanos deliberan y se forman opiniones. Las redes operan en una tensión entre lo público y lo privado; aún no existe un concepto definido de responsabilidad sobre los derechos políticos. Pero este espacio público aún no se refleja en los sistemas políticos. Particularmente, en la toma de decisiones sobre las reglas que rigen a los ciudadanos: las constituciones.
Una alternativa para aprovechar el espacio público de las redes consiste en diseñar digitalmente el sistema de reglas para tomar decisiones. En estos “sistemas sociales híbridos”, un algoritmo puede gestionar la interacción política entre los actores de la sociedad. Sin embargo, para adoptar estos modelos de gobernanza, es necesario que el ciudadano entre en una dinámica de alfabetismo digital y que conozca más a fondo sus derechos.
En primer lugar, se debe permitir que los ciudadanos conozcan la información sobre el proceso constitucional. Esto no sólo consiste en presentar la información, sino involucrar al ciudadano digitalmente en ella. Ejercicios orientados a que el ciudadano conozca las propuestas y candidatos para la Constitución de la Ciudad de México se pueden observar en los portales votoinformadocdmx.unam.mx y yodecidodf.org.mx.
Pero tras el proceso de información, se debe tomar el siguiente paso en el ejercicio de la ciudadanía: la participación. Los organismos electorales, pero también la ciudadanía, pueden establecer las reglas para tomar decisiones en comunidades virtuales. Se pueden diseñar algoritmos para emular las reglas electorales de una democracia. La ciencia política ha previsto los efectos de la representación proporcional, de la mayoría absoluta, de la doble vuelta y los problemas que conllevan como la sobrerrepresentación, por lo que los resultados de la participación digital serían similares la participación física. En cambio, sí permiten un mejor reflejo de las preferencias ciudadanas.