Muchos de nosotros hemos compartido con una persona amargada. La amargura es una forma de depresión donde la persona se enfoca negativamente en el mundo exterior, pensando que ha sido tratado injustamente. Según el diccionario, la palabra amargura significa: Aflicción, sinsabor, disgusto, pesadumbre, melancolía. La amargura es el resultado de un resentimiento. Es el estado airado del corazón y del espíritu de una persona que ha guardado un profundo resentimiento y se ha rehusado a perdonar. Se vive una ofensa, al no perdonar, la ofensa se convierte en Ira o en dolor, y esta se convirtió en odio. Este odio se convirtió en amargura que es aflicción del alma. Nadie puede ser feliz o tener paz si su corazón está lleno de amargura. Cuando eso se da, el resultado es un corazón endurecido.
Los síntomas de las personas amargadas los podemos identificar, porque siempre están criticando, se están quejando, se sienten enojados, son volátiles, ofensivos, su autoestima está baja y les gusta hacer sentir mal a los demás. La amargura, puede transformar el carácter de una persona y su comportamiento reflejara negativismo, dureza, severidad, rencor y odio. ¿Conoce usted gente así?
La amargura se refleja en la persona que carga sobre sus hombros estas características dañinas y es una amenaza no solo para su desarrollo emocional sino para todos aquellos que le rodean, ya que la persona puede ser contaminada por esa persona amargada. Cuando una ofensa, una traición o una desilusión llena el corazón de una persona, puede afectar en forma negativa los sentimientos, pensamientos y acciones, transformándolo en una persona infeliz, resentida, atormentada y frustrada. Esta persona no se da cuenta de los daños que pueda estar causando a los demás, a través de sus palabras, acciones y actitudes. Esto le lleva a desconectarse de la gente y no considerar los sentimientos de los demás.
Algunos de los síntomas de una persona amargada se puede reflejar en su área, física, emocional y espiritual. Síntomas físicos: alta presión arterial, desordenes estomacales, problemas intestinales, insomnio, enfermedades cardiacas. Síntomas emocionales: ansiedad, amargura, depresión, temor, inseguridad, preocupación. Síntomas espirituales: perdida de la visión de la vida, perdida de su propósito, perdida de la fe.
Recuerde que la amargura es la suma de heridas, rechazos, resentimientos, frustraciones, iras y dolor.
Recomendaciones para manejar la amargura:
1. Determine la causa principal de su amargura.
2. Perdone y perdónese.
3. Entregue a Dios sus deseos de venganza.
4. Renuncie a sus derechos de seguir aferrándose a sus heridas pasadas.
5. Hable de su enojo con Dios y con un consejero.
6. Considere los intereses de otros, hable y actúe con humildad.
7. Alinee sus pensamientos con la palabra de Dios.
Ten presente que tu amargura procede de tu modo de pensar e interpretar las situaciones. Por tanto, observa tus pensamientos y detecta cuándo están fomentando tu amargura. Luego trata de modificarlos por pensamientos positivos y constructivos.
Con este artículo queremos crear conciencia que tenemos, que sanarnos, educarnos, motivarnos e influenciar a otros, para que mejoremos nuestra calidad de vida. Perdonemos y busquemos la oportunidad que nos trae los momento difíciles, porque detrás de cada adversidad puede haber una gran bendición.
actitudes comunes que distinguen a las personas amargadas
Amargarse y no hacer nada es mucho más sencillo que enfrentarnos a la negatividad y solucionar nuestros problemas, pero sin duda también muchísimo más perjudicial para nuestro yo individual y social.
Múltiples estudios han demostrado que los sentimientos de tristeza crónicos pueden afectar negativamente a nuestra salud, felicidad y bienestar. Aprender a detectarlos –tanto en nosotros mismos como en las personas que nos rodean– y saber cómo eliminarlos es una tarea que requiere un esfuerzo por nuestra parte pero que en ningún caso es imposible.
El profesor Preston Ni se plantea en Psychology Today cómo podemos gestionar las ocho actitudes negativas más comunes para poder diferenciar entre la confianza en uno mismo y el miedo al fracaso y ser capaces de dominar el victimismo para ser capaces de salir –o sentirnos– victoriosos ante las derrotas.
Dejarnos dominar por el miedo al fracaso y el victimismo nos hace infelices. (iStock)
Dejarnos dominar por el miedo al fracaso y el victimismo nos hace infelices. (iStock)
1. Mensajes autodestructivos
Tener charlas con uno mismo es estupendo para colocar sentimientos e ideas en nuestra cabeza, pero si la conversación se centra en destruir nuestra moral a través de automensajes sobre lo zopenco que eres y lo terriblemente mal que lo haces todo –cuando lo haces, que el castigo también puede venir precisamente de dejar que te coma la desidia– apaga y vámonos, que se suele decir.
¿Te has escuchado a ti mismo un “no puedo”, “no soy lo suficientemente bueno” o “no tengo lo que se necesita”?.
Acalla esa voz interior proveniente de El Mal porque si los mensajes que nos enviamos a nosotros mismos reducen nuestra confianza, disminuyen nuestro rendimiento, acaban con nuestro potencial y, en última instancia, sabotean cualquier posibilidad de que triunfemos, son charlas contraproducentes.
Como explica el profesor Ni, igual que un amigo no te estaría repitiendo constantemente que “no eres lo suficientemente bueno” o que “vas a fracasar”, auto-bombardearte con estos mensajes “te convierte en tu peor enemigo y detractor”.
Autobombardearte con mensajes como «vas a fracasar» te convierte en tu peor enemigo y detractor
2. Pensar que lo vas a hacer mal.
Una forma predominante del pensamiento negativo es hacer un balance de una situación o una interacción y anticiparnos con la idea de que saldrá mal. “Para muchas personas, esta actitud de ver el vaso medio vacío es habitual y automático”, comenta el profesor y coach profesional quien añade que “la forma en la que nos relacionamos con las circunstancias es la que hace que una experiencia sea positiva o negativa”.
Esta elección instantánea puede hacerte más fuerte o más débil, más feliz o más triste, seguro de ti mismo o una víctima acabada. No hay por qué vivir en el país de la piruleta, algunos imprevistos de la vida pueden resultar incómodos, pero no hay por qué hundirse: ¿Se ha pinchado la rueda del coche en mitad de una granizada? Ya has aprendido a usar el gato. Eso que te llevas.
3. Las comparaciones nunca fueron buenas
Una de las maneras más sencillas y comunes para sentirnos mal es compararnos desfavorablemente con los demás. Claro que nunca lo hacemos con los considerados “iguales” sino que tenemos tendencia a hacerlo con “los que tienen más triunfos, parecen más atractivos, ganan más dinero o presumen de tener más amigos de Facebook”, comenta el profesor.
Cuando nos vemos a nosotros mismos deseando tener lo que otro tiene y nos sentimos inferiores, “estamos teniendo un momento de comparación social negativa” explica Ni. Corta de raíz las envidias –no, no existe la “sana” por mucho que te lo repitas– porque estas comparaciones “derivan en estrés, ansiedad, estados de depresión y la toma de decisiones autodestructivas”. ¿Merece la pena?
Compararnos constantemente con personas a las que les va mejor que a nosotros termina por amargarnos. (iStock)
Compararnos constantemente con personas a las que les va mejor que a nosotros termina por amargarnos. (iStock)
4. La idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor
“Debemos aprender del pasado pero no sentirnos atrapados por él”. Pensar constantemente que has tomado el camino equivocado y que aquella decisión es la culpable de que ahora te encuentres en estas circunstancias. Sumergirnos en el pudo ser y no fue no conduce más que a la autoflagelación mental sobre algo que ni siquiera sabemos si realmente habría salido tal y como nuestra mente negativa nos relata. No sabemos si habría sido mejor, sólo lo que tenemos ahora mismo, y depende de nosotros afrontarlo con una u otra actitud.
Hay que saber reconocer las nuevas oportunidades: “A veces el primer paso es simplemente romper con el pasado y declarar que eres tú, no tu historia, quién está al mando” recomienda Ni.
5. La culpa de (todos) mis problemas es de los demás
La mayoría de nosotros nos encontramos con personas complicadas en nuestras vidas: manipuladores, desafiantes, narcisistas, mentirosos… Lo más sencillo es pensar que ellos son los culpables de nuestros problemas y nosotros somos las víctimas, pero, como explica el profesor, “esta actitud, aunque justificada, es reactiva y por lo tanto nos autodebilita”.