Qué es y cómo atender una convulsión en niños

La labor del cerebro humano consiste en procesar miles de millones de impulsos eléctricos que viajan a través de las neuro-nas a una velocidad que alcanza los 300 kilómetros por hora, y gracias a esto cumple con el objetivo de coordinar todas las funciones de nuestro organismo. Sin embargo, este impresionante mecanismo creado por la naturaleza, de enorme complejidad y precisión, es también muy delicado y puede sufrir alteraciones que dañen su funcionamiento.
Cualquier irritación al sistema neuronal es capaz de desencadenar una descarga eléctrica anormal, misma que se traduce en actividad corporal o sensación descon-trolada cuya manifestación e intensidad dependerá de la magnitud del problema y de la región del encéfalo que se vea afectada.
De este modo, una descarga que sólo afecte a pequeña zona del cerebro puede hacer que la persona perciba un olor o sabor extraño, o sufra breve periodo de confusión y ligera pérdida del conocimiento, pero en aquellas ocasiones en que la alteración incide en un área más amplia se generan episodios más visibles y alarmantes: hablamos de las convulsiones, que son sacudidas o espasmos incontrolados de los músculos que se llegan a presentar a cualquier edad, aunque suelen ser un poco más frecuentes en niños.
Estas manifestaciones en ocasiones son precedidas por auras (sensaciones extrañas de olores, sabores, visiones o fuerte presentimiento de que va a empezar una crisis), las cuales son sumamente desagradables la mayoría de las veces. Cuando concluye el episodio suele presentarse dolor de cabeza y músculos, sensación de confusión y fatiga extrema, además de que el afectado no recuerda qué sucedió.
Se estima que poco menos de dos terceras partes de las personas que experimentan una convulsión nunca tienen una segunda, ya que se debe a una manifestación secundaria de padecimientos co-mo:
Infecciones en vías respiratorias, oídos o sistema digestivo que generan elevada temperatura corporal. Los niños representan el grupo más vulnerable ante esta causa.
Golpes recibidos en la cabeza debido a accidente.
Intoxicación por consumo de sustancias dañinas o sobredosis de medicamentos y drogas.
Ataques de histeria
Asimismo, se calcula que el 30% restante de las personas que sufren episodios convulsivos los experimentan de manera recurrente, de modo que padecen una condición conocida como epilepsia, cuyo origen se encuentra en problemas en los tejidos neuronales, problemas hereditarios y causas no determinadas.
Finalmente, otra causa de movimientos musculares incontrolados son las enfermedades que alteran el funcionamiento neuronal, como meningitis (infección de las meninges o tejidos que cubren y protegen al cerebro), rabia (enfermedad viral que afecta al sistema nervioso central y que se transmite por la mordedura de animales como perro y gato), tétanos (infección ocasionada por la bacteria Clostridium tetani, que genera toxinas dañinas para las neuronas), cisticercosis (infección del parásito Taenia solium, cuyas larvas y huevecillos se alojan en músculos y masa encefálica) y tumores cerebrales (proliferación incontrolada de células anormales en el cerebro).
Convulsión y temperatura elevada
Concretamente, la alteración en la transmisión de impulsos eléctricos en niños obedece a dos motivos: elevación de la temperatura corporal (fiebre) y epilepsia. Respecto al primero, cabe decir que el organismo de los pequeños se encuentra en formación y apenas inicia su interacción con el mundo, por lo que su sistema de defensas no cuenta con la capacidad de detener a todos los virus y bacteria que pueden generarle infecciones y, por tanto, enferma con más frecuencia que un adulto.
Así, es común que el organismo intente detener el embate de los microorganismos invasores a través de la elevación de su temperatura corporal (mayor a 37.5º centígrados, que es la media en niños), que conocemos como fiebre; empero, esta respuesta puede ocasionar alteraciones en la actividad cerebral, sobre todo entre los infantes de 3 meses a 5 años de edad, y generar espasmos musculares involuntarios.
Se estima que las convulsiones febriles (por fiebre) afectan al 4% de todos los menores de 12 años de edad, y tienden a presentarse en varios miembros de la misma familia. Por lo general, el episodio dura menos de 15 minutos, en la mayoría de los casos se presenta una sola vez en la vida y se considera un evento sin consecuencias.
Este tipo de crisis se distingue porque se tiene el antecedente de que el infante padece una infección y su temperatura es elevada, pero también porque hay pérdida de conciencia brusca seguida por sacudidas en brazos y piernas o rigidez en todo el cuerpo.
El pequeño suele tener la mirada desviada, los labios pueden estar morados y llegan a manifestarse espuma en la boca e incontinencia de esfínteres (orinan o defecan involuntariamente). Después permanecen en sueño profundo durante varios minutos.

Esta situación se vive con gran angustia por las personas que contemplan al pequeño, con pensamientos incluso de muerte inminente, sobre todo la primera vez que se enfrenta. La experiencia indica que, más bien, la convulsión cederá en pocos minutos y en un plazo inferior a una hora se recupera la normalidad.

Cabe destacar que aunque algunas investigaciones estiman que los infantes que han presentado esta condición son ligeramente más propensos a desarrollar epilepsia más adelante, la manifestación de alguna convulsión febril no es sinónimo de una alteración neuronal grave que ocasione problemas en el futuro.

Desafortunadamente, es muy difícil saber en qué casos se presentarán crisis recurrentes, pues aunque es posible determinar a través de tomografía (sistema de rayos X que permite obtener imágenes del interior del encéfalo desde distintos ángulos) o electroencefalograma (medición gráfica de la actividad eléctrica cerebral) que algunos casos de convulsión febril son una primera manifestación de epilepsia por lesiones del tejido cerebral, en muchos otros se dice que las convulsiones se deben a epilepsia idiopática, es decir, aquella en la que no se encuentra ninguna deficiencia orgánica o causa concreta.

Cuando los ataques son repetitivos
A diferencia de las convulsiones ocasionadas por alta temperatura corporal, la crisis de tipo epiléptico, también conocida como espasmo infantil, se presenta en ocasiones repetidas durante un día y puede durar sólo algunos segundos. Se deben en muchas ocasiones a lesión cerebral o malformación en el sistema nervioso, y tiene la peculiaridad de presentarse por primera vez en niños con menos de tres años de edad.

El episodio, igualmente llamado crisis generalizada motora, es más notorio cuando los pequeños se encuentran acostados boca arriba. Se distingue porque el infante hace una brusca flexión de los brazos, extiende las piernas y estira hacia delante el cuello y el tronco; en otras ocasiones pueden presentarse:

Alteraciones respiratorias.
Gritos.
Enrojecimiento.
Movimientos en los ojos.
Gesto similar a una sonrisa u otras muecas.
Los niños que presentan este tipo de convulsiones tienen posibilidades más altas de evolucionar hacia formas de epilepsia permanentes, y es frecuente encontrar que otros miembros de su familia padecen de algún trastorno neuronal parecido, por lo que se habla de factores hereditarios. En otras ocasiones, luego de realizar estudios (tomografía y electroencefalograma) se suelen encontrar lesiones como cicatrices microscópicas a consecuencia de una herida generada en el cerebro durante el nacimiento o después de éste (debido a golpes y uso de fórceps, instrumento quirúrgico utilizado para tirar de un objeto o comprimirlo, por ejemplo), pero todavía hay muchos casos en que las causas son desconocidas.

Una forma particular de epilepsia es el síndrome de West, que se asocia a infantes cuyo desarrollo neurológico y actividad motriz sufre deterioro muy severo; de hecho, los pequeños llegan a vivir en estado semivegetal que sólo se interrumpe por episodios convulsivos. Se manifiesta en uno de cada 4,000 o 6,000 niños de entre 4 y 7 meses, principalmente varones.

¿Qué hacer ante una crisis?
Toda convulsión infantil debe recibir atención a través de estos pasos:

Aunque la situación pueda ser dramática, actúe con calma y trate de prestar atención a cuánto dura.
Para prevenir heridas accidentales, acueste al niño en una superficie blanda y libre de objetos. Si no le queda otro recurso que utilizar el piso, desplace mesas y sillas para evitar que se golpee mientras dura la crisis.
Coloque la cabeza del infante de lado para prevenir ahogamiento.
El niño no debe ser sujetado durante la convulsión, salvo que los movimientos provoquen golpes en la cabeza.
No introduzca nada dentro de la boca del pequeño. Colocar un objeto de madera, la mano o un cinturón puede lesionar labios, lengua o dientes.
La mayoría de las crisis ceden después de 15 minutos. Sacudir o estimular al niño de cualquier otra forma no ayuda a interrumpir el episodio.
Traslade al pequeño al pediatra o al servicio de urgencias hasta que termine la crisis, ya que puede ocasionarle una lesión si lo hace mientras hay contracciones musculares. Sólo deberá desplazar al niño convulsionándose cuando los movimientos duren más de 10 minutos.
Después de una crisis el niño queda exhausto; por este motivo no tiene sentido tratar de mantenerlo despierto a toda costa ni debe haber angustia si no hay respuesta adecuada a los estímulos del ambiente. Se le debe dejar dormir.
Es muy importante que al acudir al médico (pediatra, neurólogo o personal de urgencias) se describan los síntomas presentados durante la convulsión:

Duración. Es muy difícil ser objetivo, pues un episodio «puede hacerse eterno» y haber durado tan solo unos segundos. Si no está seguro del tiempo de la crisis, reconózcalo.

Movimientos. ¿Afectaban a todo el cuerpo o sólo a una parte del mismo? ¿Hacia dónde se desviaban los ojos?
Temperatura. Si el niño tenía temperatura corporal elevada o padece alguna enfermedad que le ocasiona fiebre, coméntelo.
Diagnósticos previos. Dé a conocer al médico si su hijo ya ha sido diagnosticado con epilepsia, y si las dosis de los fármacos que toma fueron modificadas recientemente.
Es muy importante que los padres no saquen conclusiones sobre el origen de la convulsión, y aunque deben considerar que la mayoría de los casos no tienen consecuencias, tampoco deben desestimar la situación. Sólo un médico puede establecer el veredicto final sobre la causa de la crisis en el infante.

Debe tomarse en cuenta que, por lo general, el origen de un problema severo se determina sólo a través de estudios complejos, como tomografía, electroencefalograma o resonancia magnética (obtención de imágenes tridimensionales del interior del encéfalo mediante el uso de campos magnéticos), los cuales siempre deben ser realizados por especialistas.

Finalmente, cabe aclarar que aunque las convulsiones son difíciles de prevenir, ya que pueden presentarse en forma imprevista, es posible disminuir la presencia de estos desagradables episodios al atender adecuadamente los padecimientos que generen fiebre en el infante y utilizar medicamentos adecuados para aminorarla, como el paracetamol o acetaminofén. Nunca utilice ácido acetilsalicílico en menores de 14 años, ya que se le ha encontrado relación con el síndrome de Reye (padecimiento caracterizado por inflamación cerebral).