Slim: Donde chillan está el muerto

Sólo sus emisarios y esbirros le creen a Carlos Slim la nota con la que «conmocionó a los mercados»: que durante 2015 había perdido 20 mil millones de dólares, por la crisis de los precios del crudo –usted sabe, corrió la suerte de los palurdos, ejem, ejem– y la fuga en sus fideicomisos filantrópicos. ¡Pobre millonario!, han llegado a decir de él.
A raíz de la desintere$ada difusión de esa tragedia otomana, el mercachifle más rico del mundo se ha vuelto un truhán desaforado. Ha hincado sin piedad sus fauces sobre sus clientes cautivos de monopolios injustificables, arrebatándole a los mexicanos varios miles de millones más. Es un regulador de precios y servicios que sólo se obedece a sí mismo.
Últimamente, hemos notado que se han llevado al límite de la telenovela de barrio sus aparentes desvalimientos de salud, así como que sus publicistas difunden en prensa su cara lastimosa, tirada prácticamente al piso, mientras que se reproducen al horrísono sus magnas obras pías.
Cobra desorbitadamente sobre cantidades de gigas que no surte a los usuarios de Internet y celulares de Telcel. Se apropia fraudulentamente de las claves privadas de todas sus aplicaciones para ejercer funciones de autoridad investigadora sobre recintos ultra privados. Ejerce funciones antes reservadas al Estado. Es el dueño de todas las conversaciones digitales de sus enemigos.
Ha convertido a su fantasmal empresa Carso Oil & Gas en el prestanombre de las herméticas y afortunadas empresas transnacionales que se quedaron con las más ricas regiones geográficas mexicanas, subastadas por zedillistas vendepatrias, muchachitos subsidiados en sus pocos años de banca por el voraz magnate.

Mecenas de Lula, Felipe González y de los Clinton

En el período 2007-2014, la riqueza de los millonarios en el mundo disminuyó un 0.3%. En cambio, los haberes de los millonarios mexicanos como Slim, Bailleres y Larrea, crecieron 33%. La investigación es del Banco Mundial. Un dato demasiado revelador de cómo se cuecen las habas acá en el rancho grande.
El Estado ha sido el encargado de encubrir sus fechorías –que hoy alcanzan magnitudes de lesa traición al consumidor–, de neutralizar a sus oponentes comerciales y hasta de difundir esa especie de haber perdido 20 mil millones de dólares, ¡el equivalente a lo que cuesta la economía de Honduras!? ¿ Quién les cree, por Dios?
Puras patrañas. ¿De dónde saca el dinero para seguir manteniendo en sus nóminas a Luiz Inacio Lula da Silva, a Felipe González, a José Luis Cebrián, a William Clinton y a quién se le antoje?
Y es que el peñanietismo le paga con creces las lesiones que le propinó Televisa al utilizar las «reformas estructurales de telecomunicaciones» para prohibirle comprar su canal de televisión privada, el sueño infantil acariciado desde que vendía mercaderías en «La estrella de Oriente», la mercería familiar de la antigua calle de Capuchinas.
La gente con dos dedos de frente, se pregunta: ¿cómo puede perder 20 mil millones de dólares en 2015 un mercachifle que se convirtió durante ese mismo año en el accionista mayoritario del The New York Times?,? ¿ alguien que todo el año se la pasó financiando con cientos de millones de dólares la Fundación Clinton, para lograr el capricho de la tal Hillary?

También financia las locuras
de Margarita Zavala

A Slim le sobran ganancias multimillonarias para eternizar la concesión de Telmex, contrato estatal que sólo duraría 15 años y que inexplicablemente no ha sido revisado por ninguno de los Savonarolas de petate de la tolucopachucracia.
Le sobran tanto las ganancias, obtenidas de exprimir los bolsillos de los consumidores, que hasta le entra al juego perdido de la «dama del rebozo mordido», Margarita Zavala, su real candidata para el 2018. Desde que, en septiembre del 2014, se la sentó a Hillary en la primera fila del Auditorio Nacional, en el acto de la Fundación Telmex, no ha parado de promoverla.
Le financia todas las ocurrencias, paga tiempo triple A en platós de televisión estelares para que se realce su hipócrita figura , financia los resultados pactados de antemano con los negocios de las casas encuestadoras, «indemniza»? a todo comentarista que se preste al juego de olvidar el nefasto y criminal pasado de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, el consorte incómodo de la tal Margarita.
La acerca al costo que sea, a las predilectas latinas de Hillary, pues Carlos Slim piensa, igual que otro desaforado, El Chapatín Carlos Salinas de Gortari, respecto de las posibilidades de su sobrina, que la presidencia de Hillary necesitará en México una interlocutora, fémina, necesariamente. Como si se tratara de dos bueyes del mismo sexo jalando una carreta.

El carbonatazo con el que se apropió de Sanborn’s

Carlos Slim está dispuesto a perder en esa aventura que le cuesta lo que a cualquiera de nosotros un puño de cacahuates. Lo que no puede perder –porque él lo inventó– es el jueguito digital de la Bolsa de Valores, a través de la cual y de los oficios zedillistas y cordobistas, convierte la mierda de los ladrones en oro. Si no, ¿cómo fue el carbonatazo mediante el cual se quedó con Sanborn’s?
Un prestidigitador y mentalista más efectivo que el embaucador hindú Sathya Sai Baba, el que tenía el poder de transmutar la arena del desierto en la materia que pidieran sus deslumbrados seguidores, quienes solicitaban desde comida, hasta telas preciosas y metales. Pero lo de Sai Baba era ilusionismo.¡ Lo de la Bolsa de Valores mexica, es una realidad!
Lo que pasa es que, como cualquier cacique de rancho, Slim esconde el dinero bajo siete llaves y, si fuera posible, lo guardaría en botellas de Arak, el anís libanes, o lo enterraría. Es tan ferozmente avaro que nadie sabe si ya le pagó la factura a los cocineros que le prepararon el jocoque y el shanklish que degusta de vez en vez.

De facto, es el dueño de la Bolsa
Mexicana de Valores

No tiene necesidad de esas artimañas de narco. Los circuitos electrónicos de la Bolsa de Valores –de su propiedad–, están gansterilmente diseñados para ocultar, entre los millones de «acciones al portador»?, los verdaderos nombres de los beneficiarios de las concesiones y rapiñas del gobiernito, así como los haberes del trasiego, que lo escogieron desde hace muchos años como el celoso vigilante.
El mecanismo electrónico es impenetrable, resguardado por una legislación aprobada a modo, hasta para los ameritados investigadores de la revista Forbes. Nadie sabe dónde queda la bolita. Y además, tiene la infinita capacidad digital de multiplicar por millones, de la noche a la mañana, los valores que representan.
Después de eso, o en el recorrido, estos valores falsos, sustentados en cifras módicas, pero reales, las acciones al portador se reciclan en el mercado de royalties y rollovers, negocios financieros oscuros que funcionan las 24 horas del día en los husos horarios de todas las Bolsas del mundo. El crimen perfecto.
Y sólo basta apretar una tecla, resguardada por los monitos de los traidores Ernesto Zedillo y José Córdoba Montoya, el espía que nunca se ha retirado de todos los entrambuliques que nos tienen «chiflando en la loma»?.

En acciones no nominativas, los «moches» del gobiernito

Las acciones al portador son recipiendarias de todas las porquerías: desde gigantescos fraudes financieros, ganancias petroleras, «moches» descomunales hasta los remanentes de los costos de gasolina, cuyo desabasto puede llevar al pueblo al borde del desquiciamiento total.?
Para colmo, ahora todos los haberes patrimoniales del Estado cotizan en la Bolsa de Valores, desde los contratos a presente y a futuro de los jugosos negocios petroleros y eléctricos, hasta las mil veces dedeadas Afores, usted se ha de imaginar quién es el primer beneficiado: el nefasto Slim.
Un traidor jurado de la Patria y del sufrido pueblo hambriento de México.
Carlos Slim es la enriquecida encarnación del afamado refrán popular: ¡Donde chillan, está el muerto!

Índice Flamígero:
El hombre más rico del mundo contrasta con los millones de pobres en México. Y El Poeta del Nopal no lo deja pasar por alto: «Mientras cosecha amarguras / el pobre, qué redundancia, / acechan a la distancia / el pan y tortillas duras, / y arguyen, en las alturas, / con su habitual ligereza, / que el índice de pobreza / suena como una blasfemia, / pero el hambre es epidemia / que hace perder la cabeza».