¡Se acabaron las opciones del país!

Después de destrozar a Pemex, devaluar la moneda, secar la economía y arrasar con la inversión, ¿cree usted que queda alguna opción al país? Si nadie apuesta por el futuro, aunque sea una parte ínfima de su bolsillo, por el temor de quedar desvalijado o secarse entre las horcas caudinas de los “moches”, ¿hay pa’ dónde hacerse?
Toca la «honrosa» distinción a la tolucopachucracia de arribar al medio siglo de país perdido. Eso sí, ganado a pulso. Llegan a tambor batiente. La rapiña y la deshonra por delante. La ignorancia preside el cortejo. Los Atracomulcas despliegan sus banderas de podredumbre.
Los analistas compiten porque se les adjudique el eufemismo benigno de haber bautizado el desastre de la economía y de la sociedad mexicana como «las tres décadas perdidas». Si se ve con detenimiento el fracaso, ya vamos para cincuenta años arrojados a la basura por incompetentes de toda estofa. ¡Cinco décadas perdidas! ¡Diez lustros!
Decidir entre lo peor o lo más malo
Después de los infames gobiernos, de Echeverría a Peña Nieto, no queda una sola vara que recoger, menos un cuete para festejar. A finales de los 60’s, México era un páramo de miseria, que se había echado en brazos gabachos para detener catástrofes inminentes, sin pensar que estaban recurriendo a la peor vía, al más infame de los cobijos.
México siempre ha sido, desde que se optó por el modelo de sustitución de importaciones para favorecer el enriquecimiento despiadado de los jenízaros de la economía, un país con opciones muy limitadas y harto reducidas. Se podría decir que se encontraba entre decidir entre lo peor o lo más malo.
Sin embargo, ante esas falsas disyuntivas, después de haber caído en el garlito de la firma del GATT y del ingreso ingenuo al TLCAN, había cuatro opciones que vislumbraban la gente de cubículo y que a los gerifaltes les pasaron como «bolas de humo». Nunca se pudo concretar una sola.
En términos del debate político nacional, siempre con los dados cargados, y de las posibilidades reales, ahorcadas por la avaricia de los potentados, la economía mexicana tenía cuatro opciones:
Las alternativas desperdiciadas
La primera, continuar con las políticas del Consenso de Washington, sometiendo el objetivo del escaso crecimiento a la primacía del control de la inflación, monstruo de siete cabezas que siempre se la pasó asustando el sueño de los tecnócratas.
La segunda, recuperar el crecimiento de la economía con base en una aplicación aún más radical del modelo neoliberal, sin establecer redes de protección social, ni mecanismos simples de redistribución del ingreso.
La tercera, era volver al proteccionismo empresarial de la sustitución de importaciones, cerrar la frontera a todos los productos manufacturados y engancharse al financiamiento de los años setenta, en base al endeudamiento indiscriminado. Le llamaban el populismo, de todos tan temido.
La cuarta, adoptar un nuevo modelo de crecimiento de hechura propia, adaptado a nuestras circunstancias, que recuperara la capacidad promotora del desarrollo, mejorara la competitividad y redujera las desigualdades extremas. Un empedrado de buenas intenciones surgidas de las mentes febriles de pontificadores «reconocidos».
Pensaban que todavía era posible un modelo de mercado con Estado fuerte e instituciones eficaces y confiables.
Estas cuatro opciones, decían, coinciden con los términos en que se debate el futuro de la economía en la arena política: continuidad bajo el modelo neoliberal, radicalización del modelo neoliberal, regreso al populismo, o crecimiento con justicia en una economía internacional altamente competitiva.
Populismo, ¿”peligro para México”?
Respecto al recrudecimiento del modelo neoliberal, estos apóstoles de la fantasía pensaban que si se privatizaba la explotación de la energía, se cobraba IVA en alimentos y medicinas y se quitaban las protecciones laborales a los trabajadores, el problema del crecimiento del país se resolvería de inmediato.
En cuanto a la radicalización del modelo neoliberal, proponían que se implementaran cambios más radicales: privatizar todas las empresas públicas, la seguridad social, los servicios públicos de cualquiera índole y la educación, mediante un sistema de transferencias fiscales.
Respecto a lo que llamaban «regreso al populismo», pensaban que el triunfo de un gobierno de izquierda terminaría con el balance macroeconómico, que gastaría de más, que de nuevo cerraría las fronteras y pondría en entredicho los compromisos internacionales con gabachos y europeos…
… que pondría en riesgo el pago de la deuda soberana por su afán de revisar el rescate bancario, que impulsaría programas sociales imposibles de sostener en el mediano plazo, que modificaría el régimen de propiedad y «pondría en riesgo la seguridad de los empresarios».
Remataban con el clásico jolgorio ideológico de pizarrón: «un retorno al populismo de los años setenta sería inviable si ganara la izquierda. La globalización y los cambios internos que han ocurrido, lo impiden de tajo». El infierno de las buenas conciencias e intenciones.
Modelo propio, de locos e iluminados
Entonces, sólo les quedaba la viabilidad de la cuarta opción: la adopción de un modelo propio. Pero pedían lo que resultó imposible: aumentar el ahorro y la inversión; ampliar la educación y la salud públicas; aumentar la productividad y la competitividad; mejorar la administración; fomentar la transparencia y la honestidad. Y tan, tan. ¡Todos rumbo a un mejor país!
En el papel, las recetas eran muy sencillas, casi redactadas por Perogrullo. Pues promover el desarrollo regional, rescatar el campo, reinstaurar un régimen democrático, atender las desigualdades y la pobreza, sonaban cómo agua de mayo. ¡Todo era tan bonito!
Cuando le preguntaron a uno de los «adelantados» del nuevo modelo, cuál medida aplicaría primero, no dudó en responder: «empezaría por conseguir el respaldo popular y por recuperar la autoridad moral. La política es la llave para negociar el nuevo rumbo de la economía y exigir de los demás un mayor compromiso con la Nación «.? Obvio, la mirada perdida en el infinito de la grandeza.
Cualquier cómico de carpa hubiera contestado de inmediato a éstos teóricos desmañanados de las postrimerías del priismo de los dinosaurios que: «de lengua, me como un taco». Pero no cabe duda que pontificar desde el escritorio fue una de las tareas mejor pagadas de los que acabaron con el país.
Tolucopachucracia, enemiga de sí misma
De las cuatro opciones, ya no queda nada. Ninguna es viable, pues ya la tolucopachucracia se encargó de arrasar con todas.
La inveterada costumbre de robar en despoblado a ciudadanos, empresarios y hasta a firmas extranjeras, acabó por poner el país en las listas de indeseables y peligrosos. Se convirtieron en los peores torturadores y enemigos de sí mismos.
Se llevaron todo. Nos dejaron sólo con nuestras vergüenzas.
¡Y todavía? les quedan veinte meses con el pandero en la mano!
Índice Flamígero: Gran enojo en el sector empresarial. Sienten que “desde arriba” embarcaron a Gerardo Gutiérrez Candiani. Lo “encarreraron” en la lucha por la postulación priísta a la gubernatura de Oaxaca, pusieron a su alcance recursos, personal, medios de comunicación… y lo dejaron “colgado de la brocha”. Se enteró de que el favorecido es Alejandro Murat, por los portales noticiosos. Nadie tuvo la cortesía de avisarle previamente. Por cierto, luego le platico de las amenazas de José Murat a Aurelio Nuño, de los calificativos que profirió sobre el titular más mediático de la SEP, sobre lo que mandó a decir cuando El Niño aconsejó al junior de Pepe, que lo mandara a vivir para siempre al extranjero. Palabras fuertes. Altisonantes.