Lupina Lara publica libro: ‘Autorretrato en la historia universal’

Cuando en el siglo XVII comenzaron a fabricarse espejos de alta calidad en Venecia, el arte salió ganando. Aquí y allá surgieron artistas que se dedicaron a retratarse a sí mismos. “El espejo tiene una historia muy antigua, desde los egipcios, pero eran espejos de baja calidad. En Venecia comenzaron a fabricarse de muy alta calidad, lo que permitió crear ese efecto de perfección en el reflejo de la imagen. Estos espejos de alta calidad van a hacer que el artista se pueda retratar de una forma más exquisita, más viva”, apunta la promotora de arte Lupina Lara Elizondo.

Lara tiene más de 20 libros en los que ha revisado el arte mexicano y diferentes aspectos del arte universal. Ahora se ha detenido a estudiar el arte de utilizar el pincel, e incluso la cámara fotográfica, para desnudarse y mostrarse. En el tradicional formato de lujo de todos sus libros, la autora recopila en Autorretrato en la historia universal (Promoción de arte mexicano/Qualitas, 2015) una serie de pintores que han hecho del retrato a sí mismos, un brillante modo de asumir el arte.

El autorretrato es un tema inquietante para el arte, para el artista, de decirse cómo soy, cómo me veo, cómo me reflejo, es un tema muy atractivo para todos”, dice en entrevista. De acuerdo con Lara, existen dos sucesos que motivaron la bonanza del autorretrato en el siglo XVII: por un lado, la posibilidad que otorgó el Renacimiento de reconocer a los artistas más allá de simples artesanos y, por el otro, el espectro que abrió para la imagen el hecho de contar con mejores espejos.

A finales de la Edad Media empiezan a surgir las inquietudes del humanismo y una visión diferentes del hombre y sobre todo del artista; antes el artista fue considerado artesano, un hacedor de un trabajo, pero no se le concebía a esa labor un aspecto espiritual, un aspecto intelectual; conforme cambia el pensamiento que abre la puerta al Renacimiento comenzamos a darle una posición al ser humano como creador de su destino, de su realidad y esto también trae una nueva visión del artista”.

Ahora se le concede al artista, explica, una posición de “una persona con inteligencia, con inspiración y con un don que tiene para ejercer; el artista sale del anonimato y en esa postura se autorretrata, porque habla de él, de su estatus y de su calidad de trabajo”. El gran poder del género se alcanzó en el siglo XVII con el pintor y grabador holandés Rembrandt, quien se pintó de muy distintas maneras.

En el siglo XVII vemos los grandes autorretratos de Rembrandt; los artistas se usan como modelos para perfeccionar su pintura, de alguna manera buscan reflejar y experimentar en su propio rostro emociones, poder ver cómo pintar un retrato y captar la mirada, el tono de la piel, las arrugas y diferentes aspectos, se usan como modelos. Rembrandt, por ejemplo, se retrató con ropajes de distintas calidades, siempre tratando de innovar, de aprender”.

Pero así como el artista más importante de los Países Bajos se inmortalizó, en el libro de Lara aparecen otros famosos autorretratos como el que se hicieran Leonardo Da Vinci o Vincent Van Gogh, y artistas más modernos como Lucian Freud o incluso Pablo Picasso. El de Lara es un libro espléndidamente editado que ha tenido el mayor cuidado en la imagen; cada una de sus láminas ilustra un periodo del autorretrato en el arte universal.

Y como es costumbre también en los libros de la autora, el arte mexicano ocupa un lugar especial en el texto. La segunda parte del volumen está dedicado íntegramente al arte nacional, en el que, afirma la especialista, no existe un nombre al que se le pueda dar el calificativo del autorretratista del arte mexicano: “No hay un autorretratista mexicano. Hay grandes autorretratos. Tenemos a Frida Kahlo, que puede ser la artista que más ha trabajado su obra en torno a su figura, pero no podemos decir que es la gran autorretratista. María Izquierdo también lo hizo”.

En México, el autorretrato se explotó más tarde. Existen pocas referencias del género en el periodo colonial, “antes de la Independencia encontramos autorretratos de Juan Rodríguez Juárez y el de Miguel Cabrera, precursor de la Academia de San Carlos, también a Baltasar de Echave Orio que menciona Elisa Vargaslugo”. Y no será sino hasta el siglo XIX cuando el autorretrato llegue a casi todos los talleres de arte mexicano.

Uno de los mejores retratistas fue, sin duda, Édouard Pingret, quien nos dejó un retrato frente al Valle de México, fechado en 1854. En la Académica vemos después retratos de Pelegrin Clavé, de Juan Cordero, de José María Velasco y entre los pintores no académicos, de Hermenegildo Bustos, y ya después los muralistas mexicanos, Rivera, Orozco, Siqueiros, todos se autorretrataron como un ejercicio de esa autorreflexión y de mostrar  que su firma también es su propia pintura en un autorretrato”.