Anorexia y bulimia, síntomas de una familia disfuncional

Cuando una persona sufre conducta adictiva hacia el alcohol, drogas o juego, o bien, manifiesta algún desorden alimenticio como anorexia (pérdida de peso por dejar de comer y someterse a ejercicio intenso), bulimia (atracones de comida seguidos de vómito o uso de laxantes) o síndrome del comedor compulsivo (comidas abundantes devoradas velozmente y sin control), muchos de sus familiares tienden a “pintar su raya” y se apresuran a dejar en claro que no son responsables.
También es común que, tras la sorpresa, los padres se recriminen y piensen que han hecho una mala labor por no darse cuenta de lo que ocurría “frente a sus narices” e, inmediatamente, tratan de llenar al hijo enfermo de consejos, regaños y ejemplos de lo que puede ser su vida cuando, hay que reconocerlo, casi no conocen el problema.
Hay que dejar en claro que los padres de un enfermo de anorexia o bulimia ignoran lo que sucede porque son parte de una familia disfuncional, esto es, no perciben los problemas que existen al interior de la pareja, los cuales, de una u otra forma, permean al resto del clan y operan como una especie de muro que impide la visión de la realidad.
Cuando alguien alerta sobre lo que sucede, inicia un “vía crucis” en el que padres y familiares siguen pensando que el único que debe atenderse es el chico o chica que se induce el vomito (“¡cómo puede ser tan tonto para no darse cuenta de que se hace daño!”) y que la familia es un ejemplo de perfección.
Así, es frecuente que se busque la ayuda de “clínicas” o “especialistas” que conocen poco del tema y que, basados en la mercadotecnia, lucran con la desesperación de quienes no se explican este complejo comportamiento.
Voz de esperanza
Andrea Weitzner se ha convertido en poco tiempo en una referencia cuando se habla de los desórdenes alimenticios, no sólo porque ella misma padeció anorexia y bulimia durante diez años sino porque, a partir de su recuperación, ha dedicado su vida a difundir los pormenores de estas enfermedades y a atender casos específicos a través de la Fundación AW.
Weitzner explica que cualquier miembro de la familia puede dar la voz de alarma si se percata de que alguien come compulsivamente y luego vomita o bien, se somete a dietas estrictas. Estos síntomas, dicho sea de paso, son muestras tangibles de que la o el paciente experimenta cierto malestar emocional que es incapaz de manejar o expresar.
“Bulimia y anorexia son síntomas de una familia disfuncional, y es por ello que los padres no se dan cuenta de lo que sucede con su hijo o hija. Es difícil generalizar, pero muchas personas con este tipo de problemas responden a un cuadro familiar en el que hay un control excesivo, donde la madre ‘no deja respirar’ a sus hijos y desea que cumplan con las expectativas que ella no pudo realizar por sí misma.”
Un ejemplo que avala lo que menciona Weitzner es el caso de una chica con problemas de bulimia y algunos periodos de anorexia que acudió a la Fundación AW. “Se trata de una joven que ha vivido en una familia de valores tradicionales o ‘chapada a la antigua’.
Ella tiene una vocación natural por las telas y quiere estudiar diseño textil, pero resulta que su mamá quiere que estudie la carrera de educadora. Imaginemos el grado de intromisión de la señora, que tuvo los arrestos para llamarme y pedirme que la ayudara a convencer a su hija de estudiar lo que ella quería”.

El grado de control llegó a ser tan notable, cuenta la entrevistada, que la chica empezó a vomitar en platos y a colocarlos en diversas partes de la casa. Esa actitud es clara: “es como marcar territorio y decir ‘dame mi espacio’. Es incomprensible que la señora no entienda que la hija le dice que ‘la vomita’ y que necesita libertad”.

Abunda la autora de El ABC de los desórdenes alimenticios (Editorial Pax, México): “En ese hogar todos traen careta de ‘familia feliz’, y nadie dice nada desde el yo consciente; por ello, la chica con bulimia es ‘el síntoma’ de un papá completamente machista, de una madre subyugada y de una hermana que a los once años ya tiene gastritis y colitis, muestras del estado de tensión en que viven”.

Manos a la obra
Como se ha vislumbrado, el inicio de la solución puede provenir de cualquier miembro de la familia que rompa la dinámica en la que se encuentra. No obstante el enfermo de anorexia o bulimia tiene un sentimiento doble en ese momento, establece Weitzner, ya que por un lado agradece que alguien se haya dado cuenta de lo que le pasa, pero al mismo tiempo daría lo que fuera por mantener el secreto.

Es por ello que cuando una madre o un padre desea hablar con su hijo o hija debe hacerlo abiertamente y entendiendo que ambos son parte del conflicto. Por ello, debe decir: “tenemos problemas” y comprender que el hijo funciona como un síntoma que activa un cambio familiar necesario. Por tanto, enfatiza la también autora de Los trastornos alimenticios y las relaciones adictivas, no debe haber regaños ni agresión, sino búsqueda de información acerca de la enfermedad y apertura hacia un diálogo sano en el que, con frecuencia, se escucharán frases desagradables.

“Hay que saber que los trastornos alimenticios utilizan a la comida como ‘válvula reguladora’ de las emociones. Por ello, se deben desarrollar herramientas para aprender a liberar los sentimientos a los que el enfermo no se puede enfrentar. Así, es un gran error de los padres pensar que las cosas cambiarán si le mencionan a su hijo que ‘en muchas partes del mundo se mueren de hambre’ o le dicen que ‘deje de hacer lo que hace’, pues sería como pedirle a alguien con mal de Parkinson que deje de temblar”, asevera la entrevistada.

Para comprender mejor el cuadro de los trastornos alimenticios, Weitzner explica que anorexia y bulimia se consideran una adicción, ya que “el cuerpo te pide que te comportes de cierta manera”. La persona se vuelve adicta al ayuno por un sentimiento de superioridad y de falso control. “Te sientes muy bien y en control de una situación porque lo que ocurre en el exterior no lo puedes gobernar: cambios del entorno, inestabilidad en casa y pesimismo colectivo que se vive actualmente. Así, te enfocas en vigilar tu peso y contar las calorías, y en el caso de la bulimia te haces adicto al proceso atracón-purga”.

El problema radica en la incapacidad de los enfermos para expresar sus emociones, por lo que “la enfermedad libera la frustración, ira, coraje o dolor; por ejemplo, en la bulimia ‘se vomita’ todo aquello que molesta”. Aunque pueda parecer irreal, hay que comprender que quienes sufren desórdenes alimenticios son personas sensibles y perfeccionistas, incluso prepotentes. “Sin embargo, lo que hay detrás es una autoestima devaluada, del tamaño de un chicharito”.

De frente es mejor
Las familias mexicanas tienden a hablar sesgadamente, lo que hace que ciertos temas se aborden con un halo de misterio o como una verdad vergonzosa que es mejor ocultar. Así, son secretos a voces que un pariente tuvo un hijo fuera del matrimonio, que uno de los miembros de la familia es adoptado o que el padre tiene una familia alterna o “casa chica”. Es por ello que resulta difícil enfrentar algo tan doloroso, quizá porque es una verdad que toca a todos por igual aunque, como ya se dijo, en un principio se crea que el único implicado es el hijo o hija que se provoca el vómito.

Basada en sus recuerdos, Andrea Weiztner opina que un enfermo de anorexia o bulimia comprenderá lo que le sucede hasta que viva algo que le duela o le asuste mucho, al grado de buscar ayuda. “No he visto a nadie que pida auxilio comportándose serena y ecuánimemente, diciendo: ‘ya lo pensé bien y sé que me estoy haciendo daño’. No, la verdad es que llegan llorando, asustados cuando ven que el esófago se les está desgarrando o que los zapatos ya no les entran en los pies por el daño renal que tienen. Es el momento en que su cuerpo les advierte que ‘la fiesta’ debe terminar”.

En tales circunstancias “hay que crearles conciencia sobre los daños y explicarles que no van a encontrar la felicidad o la realización en esa conducta; por el contrario, cada día se hundirán más en la depresión y otros problemas. Hay que decirles que no pasa nada por atenderse, que los especialistas no van a pensar mal de ellos y que ninguna persona los juzgará”.

Sí se puede
La persona con bulimia o anorexia necesita la ayuda de un equipo multidisciplinario. El apoyo psicológico es útil, por supuesto, pero no es lo único, ya que es como “tratar de subir el Monte Everest con una pierna y una muleta. Quizá lo consigas, pero te caerás y eso es muy peligroso, ya que nada cansa más como el intento fallido”.

Andrea Weiztner recibe gran número de pacientes que han buscado ayuda en clínicas que sólo buscan el lucro y que, en el mejor de los casos, logran que el paciente deje de vomitar. Estos sitios, a decir de la entrevistada, “se presentan como ‘ángeles de salvación’ y ejercen fuerte control para que los padres no se lleven a sus hijos de la clínica. Son centros que promueven el terror de los progenitores para sacarles lo que quieran”.

En cambio, enfatiza la prestigiada especialista, “lo que hacemos en lugares como la Fundación AW es un tratamiento integral que busca trascender la enfermedad, porque no queremos que el paciente tenga como objetivo aguantarse las ganas de vomitar; eso no es vida. Nosotros buscamos que al término del tratamiento ni te acuerdes de eso y que la comida sea sólo eso, comida”.

Ahonda: “Recomiendo a los padres que confíen en sus instintos y no se dejen llevar por las palabras que quieren escuchar. Yo les pido que me den su confianza, pues es muy diferente la teoría a la experiencia de haber vivido en carne propia con bulimia y anorexia”.

La clínica que comanda Andrea Weitzner tiene alto índice de recuperación y, para ello, cuenta con especialistas que entienden el problema. No obstante, la entrevistada señala que una de las herramientas que mejor funciona es la meditación Zen (escuela del budismo que apareció en China).

Se trata, explica, de un recurso que funciona como “gimnasio de atención mental” en el que la concentración se enfoca en la respiración. Con la meditación, abunda, “educas a tu mente a no pensar, es decir, a hacer a un lado la parte racional de tu persona que siempre quiere intervenir y ‘platicarte’ cosas. Con la meditación callas los pensamientos, y eso te ayuda a que te des un espacio. De esta manera, recuperas la libertad de elección ante un hecho al que respondías en ‘piloto automático’”.

Así, concluye la especialista, “entender por qué te haces lo que te haces no te lleva a dejar de hacerlo ni te saca de ese enganche de adicción, pero sí lo logra la meditación, ya que te permite acceder a un estado de neutralidad, claridad y evaluación de tus opciones que comúnmente no tienes cuando experimentas un desorden alimenticio. La meditación logra, en resumen, regresarle a la persona esa capacidad de elección ante una situación que, antes, siempre terminaba en la autodestrucción”.

Si desea más información puede acudir a la AW Foundation, cuyo domicilio se localiza en Tamaulipas no. 189, colonia Condesa, en la Ciudad de México (Distrito Federal). También puede comunicarse al teléfono (01-55) 5207-1801, o visitar su página en Internet