Tradiciones navideñas; un tesoro para celebrar

A través de la observación de los cambios climáticos y del medio a lo largo del año, muchos pueblos de la antigüedad concluyeron que invierno es una etapa en la que la naturaleza entra en recesión: los árboles pierden sus hojas, los animales hibernan o migran, el día dura menos horas y el Sol brilla con poca intensidad. A dicha estación se le consideraba difícil etapa para la subsistencia, debido a que las fuentes de alimento eran poco abundantes, pero en la dimensión espiritual se pensaba que esta escasez encerraba la esperanza del cambio y la renovación, por lo que a través de festividades, símbolos y ritos la humanidad invocaba la ayuda de seres mágicos y deidades para superar esta dura etapa final del ciclo que los conduciría a la abundancia de la primavera. En nuestros tiempos, la época navideña y fin de año coinciden con el invierno de nuestro hemisferio, el Norte, por lo que no es extraño que en estos días abunden los símbolos de renovación y los deseos de mejorar, así como que mucha gente se despoje de viejas pertenencias o hábitos inútiles para cambiarlos por otros nuevos. Visto así, podemos comprender que gran parte de esta rica simbología navideña se oculta en medio de campañas publicitarias y compras compulsivas de regalos, por lo que de alguna manera nos perdemos de algo importante. Sin embargo, en el interior del núcleo familiar existen integrantes que con su sabiduría y buena disposición nos pueden ayudar a recobrar esta riqueza: los abuelos, quienes además de explicar las razones de las tradiciones navideñas como el árbol, las pastorelas o los famosos regalos, pueden enriquecer los relatos con sus experiencias. Este hecho puede ser muy importante para personas de la tercera edad, debido a que hablar sobre estos temas con su familia les proporciona recreación, a la vez que les brinda acercamiento con sus seres queridos, puntos básicos para mantener adecuada salud mental debido a que se activan las capacidades de recuerdo, asociación de ideas y razonamiento, pero también ayudan a mejorar autoestima y autoimagen.
Nacimiento navideño
Es uno de los símbolos más emblemáticos de la época y objeto de creatividad e ingenio que adquiere un toque distintivo en cada hogar; se trata de minúscula representación del nacimiento de Jesús con figuras de barro, cerámica, madera o cartón, montados en un escenario decorado con musgo, heno y hasta pequeños lagos y ríos artificiales. El primer nacimiento del que se tiene noticia se atribuye a San Francisco de Asís, quien aproximadamente en el año 1223 reprodujo días antes de la Navidad, con personas y animales vivos, la escena del natalicio de Jesús en la gruta de Greccio, Italia. En México, estos actos hicieron su aparición en el pueblo San Agustín Acolman (40 kilómetros al noroeste de la Ciudad de México), en el siglo XVI, como parte de las actividades con que los evangelizadores establecieron la fe católica entre los pobladores de Nueva España. Con el paso del tiempo, el ingenio popular logró que esta tradición navideña perdurara hasta nuestros días, sólo que en miniatura y con figuras artesanales que representan al niño Dios, la virgen María, San José, los tres Reyes Magos, pastorcillos, ángeles y notable fauna. Los abuelos pueden relatar historias sobre sus experiencias al colocar el nacimiento navideño, hablar de aquellos que han visto a lo largo de su vida y, mientras lo colocan en compañía de sus familiares, explicar detalles curiosos como el hecho de que en estas representaciones son básicas las figuras de un burro y un buey adorando al niño, debido a que representan la humildad y, de manera particular, sacrificio y trabajo, respectivamente.
Pastorela
Los jesuitas, llegados a la Nueva España en 1572, buscaron aprovechar la tradición teatral de la cultura náhuatl para propagar en forma didáctica la evangelización; sus esfuerzos se vieron premiados cuando, a unos años de su arribo, tuvo lugar en Jalisco (occidente de México) una escenificación artística en la que San Miguel Arcángel libraba una batalla con Lucifer para permitir a los pastores llegar hasta el recién nacido niño Dios.
Estas representaciones se convirtieron rápidamente en elementos de comunicación y participación social, por lo que de escenificarse en espacios religiosos pasaron a actuarse en plazas y calles de los distintos pueblos y ciudades, donde recogían las costumbres de cada región. Ya para la última década del siglo XVI se escribieron las primeras pastorelas mexicanas, impregnadas de humorismo, ingenio y picardía. Personas de la tercera edad pueden explicar que en estas obras se recrea la lucha entre el bien y el mal: por un lado se aprecian los obstáculos que los pastores sufren en su camino para llegar al niño Jesús, ya que deben sobreponerse a trampas y tentaciones que los demonios (siete pecados capitales) les imponen, y por otro se ve al arcángel Miguel librando intensa batalla ante el diablo.

Posadas
Nacieron en San Agustín Acolman cuando fray Diego de Soria obtuvo en 1587 el permiso del Papa Sixto V para celebrar las misas «de aguinaldo» en el atrio de la iglesia, las cuales, con fines evangelizadores, recreaban los días previos al nacimiento de Jesús y la peregrinación de José y María a Belén. Ya en el siglo XVIII esta celebración adquirió carácter popular, por lo que se comenzó a realizar en los barrios y calles de las ciudades, volviéndose más festiva y alegre gracias a la inclusión de piñatas, juegos pirotécnicos, bailes, cantos populares, comida típica y villancicos.

Además de ayudar a organizar una posada y a preparar los alimentos tradicionales, los adultos mayores pueden comentar con sus familiares que estas fiestas, a realizarse del 16 al 24 de diciembre, son una transformación de las fiestas prehispánicas que se celebraban, aproximadamente, entre los días 6 al 26 del mismo mes en honor al dios Huitzilopochtli, y que tienen la finalidad de recordar las dificultades que pasaron José y María para que Jesús naciera, pero también la fortaleza de su voluntad para lograr su objetivo.

En estas celebraciones se camina y canta por la calle para simbolizar el recorrido que todos realizamos en la Tierra para encontrar nuestra misión en la vida y la paz interior, los alimentos y colación que se ofrecen hacen referencia precisamente al gusto por compartir «el recorrido» con los demás.

Piñatas
Indiscutibles protagonistas de las posadas. Hay historiadores que sostienen que ya en el México prehispánico se tenía la costumbre de realizar festividades en las que se rompían ollas con agua para celebrar las lluvias; empero, las piñatas, tal como las conocemos, tienen su origen en China, aunque llegaron a Europa a través de comerciantes italianos, y en un principio fueron adoptadas para las festividades de Cuaresma, es decir, el período de 40 días anterior a la Semana Santa en el que quienes profesan la religión cristiana observan conductas voluntarias encaminadas a liberarse de los apegos carnales y materiales para acercarse a Dios.

Finalmente, estos ingeniosos artefactos llegaron al nuevo continente después de la colonización española, y en México fueron los misioneros agustinos quienes se encargaron de utilizarlos para divertir, instruir y evangelizar a los indígenas durante las fiestas decembrinas.

A fin de estrechar lazos afectivos, los abuelos pueden explicar a sus familiares que la piñata, adornada con bellos colores y oropeles, representan al mundo, en donde abundan engaños y vanidades, pero donde también se encuentran significados y valores escondidos. Así, quien desee acceder a los tesoros que la vida oculta deberá vendarse los ojos (ignorar las apariencias) y confiar en su fe para que, a través del trabajo, constancia y voluntad (el palo), rompa la falsedad y reciba los dones (dulces o frutas) que no era posible observar.

Árbol de Navidad y corona
La costumbre de adornar pinos o ramas tuvo su origen en el norte de Europa, muchos siglos antes de Cristo, y tenía la finalidad de invocar el regreso de la abundancia, fertilidad y buen clima de la primavera, a la vez que, al encontrarse adornado e iluminado, se convertía en «guardián» que alejaba malos espíritus y hambre.

En la actualidad, la decoración del árbol de Navidad y la elaboración de coronas puede ser un trabajo que reúna a toda la familia, momento de intimidad en que los adultos mayores pueden explicar que colocar un pino simboliza el deseo de renovación, que sus luces son una forma de pedirle al Sol que vuelva a calentar la Tierra en primavera y que las esferas y adornos son como los frutos que se desea volver a ver y que procuran la subsistencia.

En un contexto más católico, al parecer procedente de Alemania, durante la primera mitad del siglo VIII, el árbol comenzó a simbolizar supervivencia, y con sus ramas verdes representó la vida eterna (esperanza) que trajo Jesús al mundo, en tanto que las velas encendidas (ahora focos de colores) y objetos brillantes colgados evocaban el advenimiento de la luz y la gloria de Dios que se refleja en todas direcciones. Finalmente, la estrella que se pone en la cúspide servía para recordar a la estrella de Belén.

Simbología del árbol de Navidad

Regalos y tarjetas
Desde la antigüedad, el invierno y el cambio de año fueron consideradas fechas en las que era obligatorio ofrecer obsequios a los dioses, así como intercambiar objetos entre amigos, familiares y vecinos como un gesto emocional para estrechar lazos colectivos, compartir víveres y garantizar la supervivencia.

La costumbre de los obsequios en Navidad fue adoptada por los primeros cristianos para demostrar la generosidad y alegría por el nacimiento de Cristo, así como su deseo de compartir. A esta misma tradición corresponden las tarjetas de felicitación, surgidas durante el siglo XVIII en Alemania, las cuales permitieron hacer extensivo, de manera menos costosa o a través de grandes distancias, gracias al correo, el espíritu festivo de dichas fechas.

Los más pequeños de la familia pueden dedicarse a elaborar tarjetas para sus seres queridos, o pasar horas junto al árbol de Navidad en espera del momento de abrir sus regalos. Justo entonces sus abuelos pueden acompañarlos y explicarles que no importa el costo de los obsequios, sino que el objetivo de los presentes es cultivar la cooperación entre los hombres y la generosidad.

Cena de Navidad
En los países de tradición católica se celebra en la Nochebuena (24 de diciembre) una liturgia conocida como «misa de gallo», debido a que se piensa que fue este animal el primero en presenciar el nacimiento de Jesús, encargándose de anunciarlo al mundo con su canto. Posteriormente, en cada hogar tiene lugar la última posada y abundante cena familiar en la que se conjugan diversidad de platillos, postres y bebidas tradicionales.

El hecho de terminar los festejos de esta manera no es un hecho banal si tomamos en cuenta que en muchas de las antiguas sociedades que adoptaron al Cristianismo como religión se presentaban en invierno épocas de hambruna, de modo que los grandes banquetes significan un esfuerzo mayor para una población pobre, un sacrificio que se ofrenda y comparte, así como un deleite multiplicado que renueva la esperanza de un mundo mejor.

Además, cada platillo puede tener significado especial; es el caso del bacalao (en su defecto atún), pez que se congrega en invierno y deposita sus huevecillos para que nazcan las crías durante la primavera; en sí, este ciclo es tomado como símbolo de resurrección en algunos poblados mediterráneos y del norte de Europa; el jitomate (o pimiento morrón) sobre la carne blanca del pescado es un símil de sangre que tiene relación directa con el sacrificio y el esfuerzo, y la aceituna, frutilla del olivo, es reconocido símbolo de paz y salud.

Otro producto típico en la cena de Navidad son las carnes de otros animales, que no por nada tienen significado similar. Por ejemplo, la carne de lechón o cerdo era relacionada por los pueblos antiguos con la diosa lunar, que al «aparecer» y «desaparecer» con el paso de los días en el firmamento nocturno representa un ciclo que termina pero que, casi inmediatamente, se vuelve a generar.

Un caso similar es el del guajolote o pavo, que es de origen americano y que era utilizado por los aztecas para alimentar algunos tipos específicos de águilas (consideradas animales «solares» o divinos). De este modo, la carne de la primera ave era una ofrenda o sacrificio que se tomaba luego de ofrecerle una disculpa al animal por matarlo.

La Navidad representa una renovación de la humanidad y, por ende, la cena de Navidad es una manera de festejar y llamar a este cambio. No por nada, la madrugada del 24 al 25 de diciembre era considerada por los antiguos romanos la fiesta del Natalis Solis Invicti (nacimiento del Sol Invicto), es decir, cuando el «astro rey», alejado de la Tierra (para ser más precisos, del hemisferio Norte) emprendía el camino de regreso que concluiría con el arribo de la primavera.

Cena de Navidad en familia, Nochebuena
Año nuevo
Aunque chinos, árabes o judíos celebran el inicio de un nuevo ciclo en distintas fechas, en todo el mundo la simbología es básicamente la misma: oportunidad de renovación.

Para realizar este «cambio» se suele recurrir a actos que lo «invocan», como regalar cosas nuevas, estrenar alguna prenda o realizar un viaje. También se suele ofrecer una cena rica en platillos de delicada elaboración, que para los pueblos de la antigüedad representaba una manera de llamar a la abundancia que se deseaba obtener al terminar la época de carestía.

Más allá de esto, los abuelos podrían reflexionar con su familia sobre la importancia de esta renovación y que, a diferencia de la Navidad, se encuentra marcada por la repetición de una cifra: el 12. El ser humano tiende a dividir las unidades en 12 partes, por lo que representan un todo y un ciclo.

12 son los signos del zodiaco, que para los babilonios formaban una rueda en el tiempo, un año, que al concluir indicaba el final y el inicio de un ciclo; de idéntica manera ocurre para nosotros en la actualidad con los meses de nuestro calendario. Asimismo, el año viejo termina a las 12 de la noche, y no en balde lo celebramos con 12 campanadas. La vieja tradición del Cristianismo consideraba que al sumar los números que forman al 12, el resultado es 3 (1+2=3), con lo que se indica la presencia del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, la unidad.

12 uvas
Dentro de la cena de fin de año esta celebración tiene lugar pequeño ritual en el que, cuando se anuncia que un año termina y otro inicia, se consumen 12 uvas, una por cada campanada, para obtener alegría y prosperidad durante los meses venideros.

Parece que esta tradición procede de España y es relativamente reciente (principios del siglo XX), pues cuenta la historia que en la noche vieja de 1909 se emprendió un esfuerzo de imaginación en el que los agricultores lograron vender el excedente de uvas de ese año inventando el rito de tomar «las uvas de la suerte» en la última noche del año, valiéndose del concepto bíblico que señala a la vid como sinónimo de vida.

Reyes Magos
Son personajes bíblicos citados por San Mateo, quien, aunque no menciona su número ni dice que sean reyes, sí habla de magos (sabios, expertos en artes y ciencias) que llegaron a Belén para adorar al hijo de Dios. Fue en el siglo V cuando el Papa San León estableció que estos personajes eran tres.

También fue en aquella centuria cuando se decidió que cada uno de estos hombres mágicos representaría a los continentes conocidos hasta entonces (Europa, Asia y África), por lo que se les añadió un animal distintivo en el que se transportaban. Además, fue hasta el siglo IX que se les designó por primera vez con los nombres con que hoy los conocemos.

Poco a poco tomó fuerza la costumbre de celebrar cada 6 de enero a los Reyes Magos, haciendo hincapié en que ofrecieron al recién nacido Jesús tres presentes que evidenciaron su naturaleza: oro, para honrarlo como rey; incienso, que es una resina aromática que se ofrenda a Dios, y mirra, sustancia perfumada usada para preparar el cuerpo para la sepultura y que señalaba que Jesús era un hombre y, por tanto, moriría.

Y fue de ahí mismo que, con el paso del tiempo, se creó la leyenda de que tras honrar al niño Dios y presenciar el inicio de una nueva era, Melchor, Gaspar y Baltasar tuvieron como encomienda dar obsequios a todos los pequeños del mundo, pues en cada uno de ellos habita una parte de Jesucristo, es decir, una promesa de bienestar en el futuro. Así, los magos ascendieron al cielo como tres brillantes estrellas que regresan cada año para cumplir su encargo.

Además de ayudarle a los reyes a elegir los regalos, los abuelos pueden contribuir a preservar esta costumbre al redactar con sus nietos la famosa «carta» para solicitar juguetes, a la vez que destacan en los pequeños la misión de estos tres personajes, su bondad y la constancia que les hace volver cada año a la Tierra, ya que con esto mantienen la ilusión en la infancia y enseñan que las promesas se deben cumplir a través de los actos.

Tradiciones navideñas, Día de Reyes, Reyes Magos
Rosca de Reyes
Se trata de uno de los dulces más antiguos de las tradiciones navideñas y tiene su origen en el Imperio Romano donde, desde mediados de diciembre y hasta finales de marzo, se efectuaban una serie de celebraciones (las «fiestas de invierno») en las que se agradecían los favores de los dioses.

Con tal motivo se elaboraban piezas de repostería redondas, hechas con higos, dátiles y miel, que se repartían entre plebeyos y esclavos; en el interior de uno de los panes se introducía una haba seca, y al afortunado al que tocaba la legumbre era nombrado rey de reyes durante corto periodo.

En la Francia de la Edad Media se comenzó a celebrar el Día de Reyes con reuniones familiares en torno a una rosca de pan dulce adornada con azúcar y frutas cristalizadas, en la que también se escondía una haba que simbolizaba al niño Jesús que se guarecía de la persecución del rey Herodes. Quien descubriera la semilla era nombrado «rey de la fiesta» y tenía el honor simbólico de cuidar al «recién nacido».

Felipe V llevó esta costumbre a España para incorporarla a las fiestas de Navidad, y a través de esta nación llegó a México y toda América Latina. Con el paso del tiempo se comenzó a utilizar una figurilla de plástico escondida en el pan, a la vez que el simple acto de cortar el pan fue adquiriendo nuevos significados.

Al respecto, las personas de la tercera edad pueden comentar que el cuchillo representa el peligro en el que se halla el niño Jesús, y que la persona que tiene la suerte de encontrar la figura de plástico en su rebanada de pan debe confeccionar un traje para el hijo de Dios y ser el anfitrión de una celebración posterior, el 2 de Febrero, Día de la Candelaria.

Visto así, muchos pueden tomarlo como un «castigo», pero esta manera de festejar se debe a que tener «el muñequito» equivale a ser el elegido para proteger al niño Dios durante un año, por lo que se reciben buena suerte y bendiciones celestiales que se deben compartir con los semejantes a través de una comida en la que abundan tamales y chocolate.

Finalmente, sólo queda mencionar que las fiestas decembrinas son motivo universal de convivencia y unión que ayudan a mejorar los lazos familiares y afectivos, de modo que conservar las tradiciones representa, más que un hecho cultural, una manera de mantener la salud mental y emocional de todos los individuos. ¡Felices fiestas!