¿Qué ha hecho el mundo árabe después de París?

La falta de reacción del mundo árabe y, en un sentido más amplio, del musulmán después de los atentados de París y Beirut, resulta a la vez vergonzosa y lamentable, y eso que países árabes como Túnez, Arabia Saudí y el Líbano han sido atacados por terroristas suicidas del Estado Islámico. La denominada Coalición de 65 naciones puesta en marcha por los Estados Unidos para combatir al Estado Islámico todavía se está recuperando de las deserciones de los estados árabes que han encontrado cada vez más excusas para no participar en acciones militares contra el Estado Islámico.

La resaca de París ha dado lugar a una multiplicidad de debates y discusiones sobre la definición de unas políticas general y militar sobre Irak y Siria de cara al futuro, sobre qué hacer con las autoridades sirias y sobre cómo Europa va a hacer frente a la crisis de los refugiados. Sin embargo, en el mundo árabe apenas si se ha producido algún atisbo de una revisión de sus políticas, y aún menos un debate sobre estos temas tan críticos.

A menos que los Estados Unidos y las naciones occidentales empujen a los estados árabes a la acción y los propios gobiernos árabes actúen de manera más responsable ante la crisis cada vez más preocupante en Oriente Próximo, la situación en todo el mundo musulmán se volverá cada vez más peligrosa. El Estado Islámico ya está matando más allá de su enclave territorial, más recientemente, en Afganistán y Bangladesh.

Después de París no ha habido reuniones de urgencia de la Liga Árabe ni de la Organización de la Conferencia Islámica, los grupos de primer nivel en la formulación de políticas árabes y musulmanas. Ambas organizaciones parecen haberse quedado profundamente adormiladas a pesar de la crisis a la que han de hacer frente. No ha habido llamamientos conjuntos para combatir y derrotar al Estado Islámico, mientras que los estados se han excusado, cada uno por su cuenta, de tomar medida alguna.

Hace tiempo que los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Arabia Saudí han dejado de bombardear objetivos del Estado Islámico en Irak y Siria con el pretexto de que están demasiado ocupados en bombardear Yemen, un conflicto localizado que no plantea ni siquiera la mitad de la amenaza que representa el Estado Islámico en la región (recuérdese la cara sonriente de la piloto de combate de los Emiratos Árabes Unidos que participó en los primeros bombardeos de la coalición a principios de este año. Pues bien, esos pilotos ya no bombardean al Estado Islámico).

Bahrein está demasiado ocupado luchando contra su propia población mayoritaria de obediencia chií. El mes pasado, en una reciente conferencia celebrada en el Golfo [Pérsico], representantes de numerosos estados árabes del Golfo me dijeron que ellos consideran la amenaza iraní mucho más grave que la amenaza planteada por el Estado Islámico Los ataques suicidas de París y Beirut o la bomba colocada a bordo de un avión de pasajeros ruso no han contribuido en nada a modificar este análisis.

Irán ha sido sin duda un estado depredador en Oriente Próximo al haber creado milicias chiíes en el Líbano e Irak y haber financiado grupos que se oponen a las familias reales de los estados del Golfo. Sin embargo, Irán no está hoy en día por la labor de bombardear toda ciudad árabe, ni de apoderarse del petróleo árabe, ni de matar minorías y a todas las familias gobernantes, cosa que sí le gustaría al Estado Islámico.

Hay una profunda desconfianza entre los estados árabes acerca de que, tras el acuerdo nuclear con los Estados Unidos, Washington esté tratando de apuntalar a Irán para que juegue un papel importante en la seguridad en el Golfo, desplazando a los árabes, y eso, aun a pesar de que Irán no tiene la capacidad para hacerlo y de que los Estados Unidos serían tontos si dieran la espalda a sus ricos y petroleros aliados árabes en favor de un desconocido como Irán. De hecho no hay tal cambio de política de los Estados Unidos y los dirigentes estadounidenses lo han dicho en reiteradas ocasiones y sin rodeos.

Tampoco pueden los Estados árabes ponerse de acuerdo sobre a quién financiar y armar entre la miríada de grupos sirios. Ningún estado ha ofrecido situar tropas árabes sobre el terreno en la batalla contra el Estado Islámico, aunque están dispuestos a hacerlo en Yemen, donde los Emiratos Árabes Unidos han contratado por su parte a cientos de mercenarios colombianos para que combatan en su lugar contra los rebeldes hutíes.

Tampoco los ricos estados petroleros han hecho nada para ayudar económicamente a los refugiados árabes que, huyendo de los conflictos y de la guerra, llegaron primero a Turquía, Jordania y el Líbano y ahora se han trasladado a Europa. Ha sido en parte el fracaso de los estados árabes en financiar adecuadamente a Naciones Unidas y las actividades de organizaciones de ayuda en los campos de refugiados en el mundo árabe lo que ha obligado a muchas de estas familias a huir al norte de Europa. Mientras los europeos debaten cuántos refugiados recibir legalmente, en los ricos estados árabes todavía tienen que llegar a acuerdos para rehabilitar a los refugiados sirios o iraquíes.

La lucha contra el Estado Islámico tiene que ser una guerra dirigida por árabes y librada por árabes, con el respaldo de los Estados Unidos y Europa, sin duda, pero políticamente la guerra debe presentar un rostro árabe con el fin de ganar la batalla de las ideas y la ideología contra el ISIS. Esta es una guerra interna del Islam que debe ser ganada por musulmanes, no una guerra entre países islámicos y Occidente.

Después de la ocupación estadounidense de Irak, los líderes árabes son muy conscientes de que, cuanto más aumenten los estadounidenses su presencia en Oriente Próximo, mayor será el antiamericanismo entre la opinión pública árabe y más difícil se hará para un presidente de los Estados Unidos obtener el apoyo de una Casa Blanca y un Congreso reticentes.

Sin embargo la presión internacional está aumentando en los países árabes. El lunes, la agencia oficial WAM citaba unas palabras de Anwar Gargash, ministro de Asuntos Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos, en el sentido de que los Emiratos Árabes Unidos «participarán en cualquier esfuerzo internacional que exija una intervención sobre el terreno para combatir el terrorismo» en Siria.

Las conversaciones entre 21 naciones lideradas por los estadounidenses en Viena para decidir una política común sobre Siria y el futuro del presidente Bashar Asad ofrecen la primera oportunidad real, después de cinco años de caos en Siria, de que todos los estados alcancen unos objetivos políticos comunes. Ahora bien, es esencial que los árabes encabecen este esfuerzo, tanto detrás del escenario como a la vista de la opinión pública. Las conversaciones de Viena no pueden tener éxito a menos que los Estados árabes se agrupen y presenten un frente unido contra Asad y el Estado Islámico.