Los bienes, los males y la hipoteca inversa

Los bienes son para remediar los males», solía decir mi papá en cada ocasión en que salía a la conversación el caso de alguien que debía vender su casa o alguna obra de arte o su auto para poder enfrentar alguna emergencia o algún imprevisto. Creo que era uno de sus dichos favoritos.
Dicho refrán no podría tener una mejor aplicación que la que pretendo explicar el día de hoy, al hablar, como lo prometí la semana pasada, de aquello que se conoce como la hipoteca inversa. Para introducirnos en el tema, imaginemos a una familia como la de nuestros padres o suegros o tíos o amigos ya mayores, que han trabajado durante toda su vida, con la idea de retirarse al llegar a cierta edad. Imaginemos que han logrado adquirir una vivienda con un valor comercial considerable y que habiendo hecho frente siempre a las necesidades que cualquiera de sus hijos les han planteado, hoy con satisfacción pueden expresar «¡misión cumplida!».
Imaginemos que estos, nuestros queridos «viejos», han logrado construir un patrimonio razonable, para una expectativa razonable de vida. Imaginemos también que, como ha sido el caso, los intereses de aquella parte de su capital en efectivo, con los que pensaron vivir todo el tiempo que les quedara por delante, se han venido reduciendo, de la misma manera en que lo ha hecho el capital que, como resultado del encarecimiento de la vida, ha perdido su capacidad adquisitiva.
E imaginemos, como parece ser el caso, que esa expectativa de vida ha crecido considerablemente, de manera que los 15 o 20 años que se preveían por delante, se han vuelto 30 o 40.
El resultado ante estas imágenes convertidas en realidad es que hoy por hoy nuestros viejos amados tienen una casa de alto valor (que además disfrutan con toda la familia), unas necesidades que no decrecen (sino en ocasiones aumentan por problemas imprevistos), una cierta cantidad en efectivo que cada día alcanza para menos, una salud que se mantiene razonablemente bien y que los lleva a vivir mayor número de años… y una enorme angustia al imaginar que ese flujo de recursos pudiera dejar de existir, con lo que podrían pensar que la misión cumplida lo fue con todos, menos con ellos mismos..
No se sorprendan, mis lectores, si pensaron de inmediato en alguien conocido que se encuentra en estas condiciones, pues parece que no son excepcionales.
Tomemos en cuenta alguna información demográfica para entender en su justa dimensión esta problemática. Partamos de los datos que nos indican que la expectativa de vida al nacer de la población en México habrá pasado de 75.8 años en 2011 a 85.8 años en 2050 y que la tasa de dependencia (índice demográfico que muestra la relación existente entre la población dependiente de la población productiva de la que aquella depende) habrá pasado del 10.1% al 34.9% en ese mismo lapso. Muchas más personas mayores que dependerán de una misma sociedad productiva que, además, no cuenta ni remotamente con el sistema de pensiones que pueda resolver esto en el futuro.
Ya habrá ocasión de ocuparnos de esa bomba de tiempo que son las pensiones en nuestro país. De momento, sigamos con los casos que veníamos describiendo, los cuales podrían beneficiarse de la existencia de un mecanismo financiero como el de la hipoteca inversa, que no es otra cosa que un préstamo no reembolsable otorgado hasta que el propietario fallezca, teniendo como garantía la propiedad de quien recibe dicho crédito. Préstamo que puede ser dispuesto ya sea como un pago único, una línea de crédito o como rentas temporales o vitalicias, cuyo monto dependerá de la edad del acreditado, las tasas de interés o las predicciones del valor de las viviendas.
Crédito el cual será cubierto al fallecimiento del acreditado, con la venta del bien en garantía, distribuyéndose cualquier remanente entre sus herederos.
Así las cosas, los bienes inmobiliarios pueden transformarse en recursos disponibles en efectivo para la vejez, permitiendo a sus propietarios seguir ocupándolos o disfrutándolos y quizá hasta evitando los problemas que podrían surgir entre los herederos a su fallecimiento.
Excelente esquema que ha tenido gran éxito en países como Gran Bretaña o los Estados Unidos y el cual se describe en forma muy clara por Carmen Hoyo, del departamento de inclusión financiera de BBVA Research en dos documentos presentados en un seminario en México en noviembre de 20131. Esquema que, lamentablemente, sólo se contempla en la legislación del Estado de México a partir de 2013.
Si bien podría pensarse en una primera impresión que esto sólo aplicaría a pocas personas, conviene señalar que en México, más del 82% de los mayores de 60 años son propietarios de su vivienda, lo que nos lleva a pensar en que quizá con esquemas como éste muchos podrían ser los beneficiados.
Si bien es cierto que, como operación bancaria, no está legislada en todo el país, es un esquema que se puede constituir en forma privada entre los parientes y amigos de alguna persona mayor, como lo hemos hecho recientemente en un caso familiar. Hijos, hijos políticos, nietos y amigos pueden hacer un acuerdo privado, con las formalidades que convenga, a través del cual se puede ahorrar con alguna pequeña tasa de interés y recuperar el ahorro al venderse algún bien raíz que haya servido como respaldo.
Y creo que sería una buena forma de prevenir al igual que lo es la voluntad anticipada, la cual, para mi satisfacción, ha sido útil ya para varias personas que me han escrito. Una de ellas, cuyo nombre omito, que me dice en un correo:
«Querido Óscar: Me encantó tu artículo, mi familia y yo hace poco nos encontramos en esta situación con mi suegra y fue la mejor decisión que pudo haber tomado ya que ella estaba con cáncer terminal, para ella era muy importante su dignidad, economía y el sufrimiento de sus seres queridos, por lo que tomó la decisión de voluntad anticipada y nos preparó a todos, la imagen que tengo de ella es de una señora admirable que decidió sobre como terminar sus últimos momentos y no darnos el sufrimiento de su agonía. Gracias por compartirlo, se los voy a enviar a mis hijos».