Demencia; debilidad de las facultades mentales

Para llevar a buen fin cada una de las acciones que emprendemos a diario tenemos que hacer uso de recursos intelectuales tan variados como orientarnos en una calle o edificio, sostener una conversación con nuestros semejantes, recordar acontecimientos pasados y realizar cálculos matemáticos u otras habilidades adquiridas. Así, la labor del cerebro está presente en los actos más cotidianos y es una constante en nuestra vida, aunque no lo notemos.
Empero, hay ocasiones en que las redes de neuronas sufren daño paulatino y, por ende, dan lugar a la evolución de problemas que se conocen como demencias, mismas que en opinión de la Dra. Lilia Núñez Orozco, jefa del Servicio de Neurología del Centro Médico Nacional 20 de Noviembre, en la Ciudad de México, se definen como “deterioro de las facultades mentales en grado tal que interfieren con las actividades laborales y sociales que la persona hacía normalmente”.
Por lo general, explica la neuróloga, estos problemas se manifiestan en etapas iniciales mediante falta de memoria, por lo que es común que ocurran extravíos relativamente banales, como no saber en dónde se dejaron las llaves. Con el paso del tiempo se agudiza esta situación y las repercusiones son más graves, pues el paciente comienza a dejar la estufa encendida o las puertas de su hogar abiertas, a la vez que en etapas avanzadas pierde noción de las cosas que había aprendido en su vida e, incluso, se olvida de sí mismo como persona.
Para dar una idea del impacto de este problema, la neuróloga afirma que la enfermedad de Alzheimer es el padecimiento más común de este tipo (es responsable del 50% de todos los casos) y que, de acuerdo con distintas estimaciones, afecta al 5% de la población de 65 a 74 años, al 15% de quienes tienen de 75 a 84, y al 25% de los mayores de 85.
“Las demencias son más comunes en nuestros días que en otras épocas de la historia por el hecho de que cada vez somos más longevos. Cuando en México se tenía una expectativa de vida de 40 años difícilmente se veían cuadros de deterioro como los que se presentan ahora, pero lo cierto es que al vivir más tiempo aumentamos la posibilidad de desarrollarlos”, afirma la especialista.
Pérdida de independencia
Aunque este grupo de problemas neuronales pueden ser de diversa naturaleza, hay dos tipos que son por mucho los más frecuentes: la demencia vascular y la ya citada enfermedad de Alzheimer.
Sobre esta última, la Dra. Núñez Orozco explica que “con anterioridad se creía que este problema sólo se presentaba en personas más o menos jóvenes y que la gente mayor padecían demencia senil; sin embargo, hemos entendido que esta división no existe, pues se ha comprobado que en realidad son la misma condición, la cual puede manifestarse desde los 40 años, aunque es mucho más frecuente en mayores de 65”.
Todavía no se ha aclarado la causa de este padecimiento, pero se sabe que ocasiona alteraciones microscópicas en los tejidos del cerebro, mismas que consisten en la formación de cúmulos anormales de proteínas, llamados depósitos de amiloide, así como en la aparición de marañas neurofibrilares por la degeneración en la estructura de las redes de neuronas.
En cuanto a sus manifestaciones, detalla que “por lo general son los familiares quienes descubren primero que algo anda mal porque suceden hechos que les alarman: el paciente se extravía en un sitio que le era conocido, no sabe contar el dinero que le dan de cambio cuando compra algo, va a la tienda y se le olvida el camino de regreso a casa o tiene problemas para manejar”. Desafortunadamente, añade, muchos médicos no le dan importancia a esto y, en vez de efectuar una exploración detallada, “piensan que se debe ‘a la edad’, cuando lo normal es que todo ser humano envejezca con sus facultades íntegras”. Conforme la enfermedad de Alzheimer evoluciona, el paciente ve afectado su uso del lenguaje, se olvida de cómo emplear los instrumentos de uso cotidianos (cubiertos, rastrillo, peine), y su forma de vestir se vuelve impropia, con las prendas mal acomodadas. Años más tarde es incapaz de reconocerse o de distinguir a sus personas cercanas, perdiendo su independencia al grado de que “se le debe tratar casi como a un bebé”. La segunda demencia más común es la vascular, y se relaciona con enfermedades de tipo circulatorio. Debido a ello es común encontrar que estos pacientes sufren padecimientos que deterioran sus arterias desde edades tempranas, como altos niveles de colesterol en sangre, hipertensión (presión arterial elevada) y diabetes (incapacidad parcial o total del páncreas para producir insulina y regular niveles de azúcar).

En estas condiciones, aclara la Dra. Lilia Núñez, “se pueden producir pequeños infartos (muerte de tejidos debido a que el taponamiento o ruptura de vasos sanguíneos les impide recibir sangre) cuyo efecto adverso es acumulativo; este fenómeno, conocido como estado lacunar, daña paulatinamente a la sustancia blanca del cerebro”, es decir, a las conexiones que existen entre distintas áreas encefálicas.

La neuróloga aclara que los infartos también pueden ser severos y dar lugar “a una evolución ‘escalonada’ en la que, por ejemplo, la persona afectada se pone mal de repente; no puede hablar, tiene problemas de memoria, pierde la sensibilidad o la fuerza de alguna parte del cuerpo y, aunque logra ligera mejoría con el tiempo, su padecimiento se repite periódicamente hasta que se vuelve incapaz de hacer cosas por sí misma”.

Además de estos padecimientos es posible encontrar otras demencias menos frecuentes, como la frontotemporal, en la que el daño se localiza en la parte delantera del cerebro, generando deterioro del comportamiento social y de la personalidad, o la demencia por cuerpos de Lewy, que origina alucinaciones, problemas de memoria y, en ocasiones, mal de Parkinson (movimiento involuntario en extremidades, poca flexibilidad, dificultad para comenzar a caminar y problemas para mantener el equilibrio). También podemos incluir en esta lista al consumo de alcohol, pues en altas dosis es tóxico para el sistema nervioso.

La neuróloga asegura que “las demencias también pueden ocurrir en niños, ante todo cuando padecen enfermedades degenerativas del sistema nervioso que deterioran al intelecto, pero son extremadamente raras. En tanto, dentro de la población joven tenemos como primera causa al traumatismo craneoencefálico, que son golpes en la cabeza que ocurren por accidentes”, muchos de ellos en automóvil.

Por último, Núñez Orozco indica que 10% de los cuadros de demencia son potencialmente reversibles, “y ello es el principal motivo por el que debemos investigar a fondo las causas del problema en cada persona. Aunque parezca un porcentaje mínimo, cabe mencionar que algunos padecimientos que deterioran las facultades mentales son reversibles si se tratan a tiempo, como mal funcionamiento de la tiroides (glándula localizada en el cuello, encargada de coordinar múltiples funciones del organismo), hematomas subdurales (coágulos de sangre que rodean al cerebro), trastornos en la circulación del líquido cefalorraquídeo (fluido que baña al encéfalo y se encuentra dentro de sus cavidades) y falta de vitaminas”.

Difícil tratamiento
Cuando una persona acude a un neurólogo porque sospecha de algún problema que afecta su capacidad intelectual, sea porque lo remiten sus familiares o el afectado asiste por cuenta propia, el especialista se encarga de elaborar historial clínico y de realizar diversas pruebas para detectar qué facultades mentales están afectadas. En caso de que se confirme el diagnóstico de demencia, se inicia la búsqueda de su origen.

Durante esta segunda fase, comenta la especialista, “tenemos la obligación de buscar primero los padecimientos curables, como deficiencia de nutrientes, fallas hormonales u otros trastornos que se pueden corregir con intervención quirúrgica o medicamentos, y sólo hasta que descartamos estas posibilidades investigamos una causa degenerativa”, es decir, aquella en la que las lesiones son irreversibles.

En enfermedades con daños ya establecidos, como demencia vascular, básicamente se trata de mejorar la salud del sistema circulatorio para que no se presenten más lesiones, de modo que se controlan los niveles de colesterol y presión sanguínea, sin descontar la importancia de cuidar la alimentación (se reduce el consumo excesivo de grasas y azúcar refinada, a la vez que se da prioridad a frutas, verduras, carnes blancas y cereales integrales).

Para la enfermedad de Alzheimer no hay una terapia específica, pero durante sus etapas iniciales es posible administrar medicamentos antidemencia que mejoran la funcionalidad de la acetilcolina, neurotransmisor (sustancia que permite la comunicación entre neuronas) cuya producción se pierde gradualmente con el curso de este problema. Empero, señala la especialista, “cuando avanza el padecimiento y se detiene la producción de dicho químico, no hay manera de que estos fármacos actúen”.

Por ello, se ha desarrollado para los casos severos un nuevo producto terapéutico, la memantina, que tiene la finalidad de bloquear la actividad del glutamato, compuesto que estimula a las neuronas pero que, de acuerdo con investigaciones, provoca en exceso deterioro y muerte de tejido cerebral.

En cuanto a medidas preventivas, la Dra. Núñez explica que “la única demencia que podemos evitar de manera efectiva es la de tipo vascular, y ello se logra mediante un estilo de vida saludable, dieta balanceada y práctica regular de ejercicio”. Asimismo, menciona que cuando ya se padecen hipertensión o diabetes es necesario tener adecuada supervisión médica y apego al tratamiento para minimizar el riesgo de sufrir infartos cerebrales.

Respecto a la enfermedad de Alzheimer, considera que por el momento no hay manera de prevenir. “Se sabe que podemos tener una ‘reserva cerebral’ cuando enriquecemos las conexiones entre nuestras neuronas, lo que ocurre cuando leemos, hacemos ejercicios mentales o aprendemos nuevas destrezas, y aunque es cierto que todo esto ayuda a que los pacientes conserven sus funciones por más tiempo, es un hecho que no podemos evitar que la enfermedad se presente”.

A pesar de esto, concluye: “No es normal que una persona anciana pierda facultades, por lo que si alguien percibe que ha tenido cierto deterioro intelectual, no recuerda cosas que le eran habituales o tiene trabajo para desenvolverse como antes lo hacía, debe consular al neurólogo, ya que puede encontrarse en etapas iniciales de una demencia. Vale la pena que se someta a examen para saber si su problema es tratable y, aunque no lo sea, es más conveniente que conozca desde el principio qué terapia requiere para mejorar su calidad de vida y que sus familiares sepan cómo deben actuar”.