Dinero, el pegamento de las ideologías

Un empleado de la dirección de Planeación del tenebroso? Departamento de Estado yanqui, Francis Fukuyama, tuvo la infame ocurrencia de imprimir en 1989 un libro de su autoría. Lo tituló El fin de la historia y del último hombre.
Con una importancia personal fuera de control, el autor basó sus apreciaciones, argumentando como referencia que Hegel, el mayor enciclopedista de toda la historia, había dicho que la victoria de Napoleón en Jena, en 1806, al derrotar a los prusianos, había dado por terminada la historia de la humanidad.
Una falacia total. Es cierto que para Hegel, el espíritu de Napoleón significaba el desenvolvimiento final de su Fenomenología del Espíritu, pero creer que el filósofo alemán daba por concluida la historia, es no sólo mendaz, sino ridículo.
Sobre todo, porque Hegel, el creador de la filosofía dialéctica, en la que se basó Marx para crear toda una estructura de evolución del materialismo histórico, a través de la intermitencia de la tesis-antítesis-síntesis, no podía sepultar su propia idea acerca de la transformación constante del mundo.
El impertinente Fukuyama sostuvo que?, tras» el fin de la lucha de las ideologías», pavimentada por los dirigentes rusos del glasnot, tocaba el turno de otra historia, basada en una democracia liberal de mercado, que se impondría después de la «Guerra Fría».
Cuando el libro se conoció en México, durante el fatídico salinato, casi todos los «intelecuales por cuales» y los lenguaraces repetitivos de la televisión y medios universitarios, le rindieron pleitesía. Se arrodillaban ante él, como si fuera la nueva biblia, como ahora se arrodillan los habitantes de Los Pinos ante el Hola!, la revista española del corazón.
Musulmanes y migrantes mexicanos, lo enemigos
Para Fukuyama, con la liberación de las tensiones entre los? dos polos de poder mundiales, «se acabarían las guerras y las revoluciones sangrientas». Estados Unidos, dijo, era la «única realización posible del sueño de la sociedad sin clases… el Estado debe ser relegado en favor de los particulares».
Su libelo, festejado hasta el paroxismo por nuestros líderes de opinión, de huarache, fue la referencia para otros de igual saña que apoyaban la discriminación racial, la violencia xenofóbica y el exterminio de las minorías.
Como aquel libro emblemático para los retrógradas de siempre, de Samuel Huntington, sobre El choque de las civilizaciones, que despertó un pensamiento salvaje que creíamos enterrado. Equiparaban la caída del Muro de Berlín, acordada en las cúpulas, con la muerte de dictadores sanguinarios, como Franco y Salazar.
Empezaron a apoyar, con la ayuda de nuestros «expertos locales en política internacional», la imposición del pensamiento único a cargo de los voceros de los poderosos, el establecimiento de un mundo monocorde, donde no había tolerancia para las expresiones y necesidades de los despojados. Los musulmanes y los migrantes mexicanos, señalados como los grandes enemigos.
Por intereses, convergieron capitalismo
y socialismo
Nunca hubo tal «coincidencia», ni «liberación de tensiones», ni fin de la historia, ni ocho cuartos. Las convergencias entre capitalismo y socialismo, se dieron entre los intereses descarnados de los oligopolios de ambas franquicias, y se basó en la realidad, en
Primero. La transferencia del capital y la tecnología gabacha al bloque oriental, que permitió que los mercados occidentales se vieran invadidos de mercancías chatarra, fabricadas en coproducción, en base a bajos costos de mano de obra oriental.
Segundo. La consecuente aparición de elementos de inestabilidad en las economías occidentales –como la mexicana–, que tuvieron que absorber (como mendigos lo festejábamos en los tianguis) todos los desperdicios que la digestión del mercado gringo no alcanzaba a consumir.
Tercero. El desmantelamiento, en los países occidentales, del Estado y de los controles que entonces todavía podía imponer a los monopolios y trusts, y el adoctrinamiento empresarial (marketing y benchmarking, por ejemplo) del poder monopolista estadounidense – soviético.
Cuarto. La utilización de bancos propiedad de países socialistas, o de filiales bancarias comunes al Este y al Oeste, para operar contra las reglamentaciones a que venían siendo sometidos. Carlos Sainas, creyendo que «cortaba por lo sano», regaló el sistema bancario.
Quinto. El dinero, el crédito, las transacciones legales e ilegales y, sobre todo, la evasión fiscal a que dieron acceso las operaciones realizadas en paraísos fiscales. Luxemburgo, la joya de las coronas europeas. El Caribe, la de los oligarcas locales. Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Videgaray y Peña Nieto, los beneficiados.
Sexto. La protección de muchos monopolios occidentales, contra las amenazas de nacionalizaciones, gracias a la transferencia a países del famoso COMECON, de acciones de «empresas mixtas». Los prestanombres de las mineras y siderúrgicas mexicanos, en jauja.
Séptimo. La redoblada tendencia? a la simulación y a la colusión entre los dirigentes locales, responsables de la «conducción» económica y las élites de las clases dirigentes, siempre favorecidas con todas las medidas. La venta de garaje del Estado mexicano, a todo lo que daba.
Octavo. La consolidación de la influencia de las élites sobre los parlamentos y congresos, medios de comunicación y ambientes universitarios, con el objetivo de divulgar las doctrinas de las políticas «de acercamiento», abanderadas por ex nazis como Willy Brandt y aplaudidas por anticomunistas cómo Echeverría y López Portillo.
Noveno. La extensión, en los países de Occidente, de las características autoritarias de los regímenes orientales, y de los peores rasgos del capitalismo depredador en los sistemas políticos de Europa oriental.
Décimo. Los intercambios Este – Oeste, nunca apuntaron esencialmente a conjurar los riesgos de un cataclismo o de una guerra mundial o a la instauración de la paz, sino a satisfacer los intereses particulares de las oligarquías de ambos bloques.
Del pensamiento único, del mundo monocorde de Fukuyama y Huntington, sólo quedó el interés de la prevalencia del poder del dinero.? De los elogios y las loas de nuestros “intelecuales por cuales” y loritos televisivos, sólo quedó la vergüenza que cobija la ignorancia.
Y no Francis, la historia no ha terminado…
Me encuentro entre quienes creen firmemente que Fukuyama y Huntington, fueron finalmente los autores de cabecera que influyeron en forma impresionante en los dogmas dislocados de bautistas renacidos que estuvieron a punto de acabar con el mundo, pero a base de necedades esquizoides.? Bush II, a la punta de los descerebrados bélicos. Porque las perspectivas de una convergencia positiva han sido remotas, mientras que su evolución negativa está garantizada, bajo la dirección de los detentadores virtuales del poder económico, militar y político.
El «acercamiento» estuvo dirigido a favorecer los infaustos intereses de unos cuantos grupos autoritarios y jerárquicos, nunca a favor de los objetivos sociales fundamentales.
De no haber sido por la infeliz aparición del poder transnacional del narcotráfico, en este momento nos comunicaríamos hablando en cualquier idioma que hubieran impuesto los líderes del «descongelamiento». Quién sabe qué hubiera sido lo mejor. El caso es que la historia no ha terminado.