Las Torres Gemelas… y el petróleo iraquí

Con furibundos alegatos cinematográficos de supuesto heroísmo y sacrificio por la libertad y la patria, tiene meses que los republicanos de Hollywood irrumpen en el debate electoral con argumentos en favor de francotiradores y mercenarios.
Los premió la Academia con sendos Óscares. Así como premia infinidad de bodrios que nadie sabe de qué se tratan, incluidos los del afamado «Negro» y el fiel «Chivo», productos televisivos y del show. Lo que queda de clase media asiste a las salas ya prejuiciada.
No obstante, causa estupor la cauda de mexicanos con micrófono y espacio televisivo nacidos en este país pero educados en inglés, que se embarcan interesadamente en una discusión prefabricada, sólo apta para colonizados.
Engolan la voz, endurecen el gesto, arrugan los rictus, levantan las cejas para tomar partido en pro de los pobres francotiradores reclutados por los republicanos para operar en Irak. Reabren el Apocalipsis, último libro del Antiguo Testamento.
Parece que toman muy en serio las lucubraciones de los rancios republicanos sobre la amenaza del Armagedón –ubicado en los valles mesopotámicos– y sus decisiones de exterminio, tomados de la mano en círculos del Salón Oval.
Justifican la creencia de los renacidos bautistas ?– como Bush y Eastwood– de que Dios en persona se les ha aparecido y los ha armado para acometer contra cualquier vestigio del infiel y librar, en su nombre y representación, la última batalla del ser humano, el Armagedón contra la antigua Mesopotamia.
Se hacen una con sus angustias acerca de soluciones finales sobre poblaciones inermes, que según ellos involucran juicios morales sobre actuaciones de criminales de guerra, dignas de mejor causa. En ningún momento se opina sobre la procedencia moral de los republicanos esquizoides del grupo de Halcones de Bush? que llevaron a cabo una escalada de violencia y paranoia sin límite para invadir a un pueblo inerme.
Se juzga la intervención de los republicanos sedientos de petróleo en Irak, como si se hubiera tratado de una guerra, legítima o no.? Como si en ese conflicto se hubieran ponderado en algún momento las convenciones bélicas.
No se detienen a analizar –y a reflexionar con su audiencia– que se trató de una salvaje invasión que comprometió la estabilidad geopolítica, por la necesidad de culpar a algún chivo expiatorio del auto-atentado a las Torres Gemelas neoyorkinas?.
Que quien invade tiene sagrado derecho a matar
No. Los foristas de la TV toman partido en favor de los pobres republicanos y después averiguan. ?Para ellos es más importante la cuestión existencial de los francotiradores y mercenarios que la tranquilidad y la paz de todo un pueblo.
Para ellos el que invade tiene derecho sagrado a matar. El que se defiende es culpable. Si el invadido también arma a un francotirador será juzgado como criminal de guerra, porque se rebela ante un designio superior. La ética protestante tirada a la basura.
Para su argumento, el que mata es inocente, salvo prueba en contrario. El que se defiende es culpable aunque tenga la razón y el derecho esté de su lado. Los conceptos de la justicia al revés. La culpa sin consecuencia. La defensa sin derechos.
Hacen suyas las evidencias que, según los Halcones de Washington, fueron merecedoras de la confianza pública sobre los «vínculos de Hussein con la fantasmal Al Qaeda y los enormes arsenales nucleares que amenazaban a Estados Unidos».
Paranoia pura y dura. Inconcebible a principios del siglo XXI. Profecías de que en el gran terremoto del fin del mundo, sólo los cristianos renacidos serán conducidos al paraíso. En esas manos estuvo el mundo.
En la realidad de la salvaje agresión a Irak, cientos de compañías constructoras, de comunicaciones, de productos químicos y demás, se repartieron el pastel de la «reconstrucción» del país, después de los salvajes bombardeos.
Como Estados Unidos tiene muchísimos años que no gana una pelea cuerpo a cuerpo, menos una invasión por tierra, esa también la hicieron por aire.? Máquinas de matar de última generación. A lo mejor los francotiradores fueron usados de espantapájaros.
Fabulosas joyas museográficas,? bibliográficas, y arqueológicas, producto de un botín logrado a saco, fueron subastadas a los pocos días de la invasión en casas de remate artístico de Londres y Nueva York. Testimonios de la historia humana desarrollada entre los ríos Tigris y Éufrates, cuna de la civilización, encontrados en casas de cultura y en las espectaculares cuevas de Shanidar, cayeron en manos de capitostes.
Lo único que revelaban las fabulosas reliquias era el modo de vida del ancestral hombre de Neanderthal. Graves delitos de lesa humanidad, por los que no han pagado los republicanos, ni los Bush.
Todo, porque apareció en escena un supuesto terrorista islámico, Osama Bin Laden, que resultó socio de la familia Bush y fue inmediatamente sustituido por el cándido Sadam Hussein para enfocarle las baterías.
Los gabachos esparcieron por el mundo la especie de que los iraquíes tenían ¡el cuarto ejército del mundo!, razón suficiente por la que diez años antes los patrones del Pentágono –Bush padre– le ordenaron atacar por tierra, ellos sí, a sus parientes iranís.
Sustituyeron la política internacional por el terrorismo global
La invasión a Irak develó los objetivos del gobierno republicano que, surgido del fraude electoral de Tallahassee, Florida, y aliado con los monopolios petroleros, construyó el empeño paranoico de sustituir la política internacional, por el terrorismo global.
En el trasfondo de la invasión despiadada, se armó el debate sobre las causas, y surgieron las verdades. Abusaron de su cómplice Hussein y se burlaron de la seguridad planetaria. Todavía seguimos pagando los costos del recelo y la desconfianza..
En el Aula Magna de la Universidad de Wisconsin, en Madison, George Tenet, director general de la CIA, dijo que esa agencia a su cargo «falseó los informes de la Casa Blanca sobre la espinosa cuestión del armamento de destrucción masiva iraquí».
El mismo día, David Kay, jefe del grupo de expertos estadounidenses y británicos en Irak aseguró que «todos estábamos equivocados» sobre la existencia de arsenales químicos, biológicos y nucleares. No había nada.
Se situaron en el centro del ridículo internacional las medidas alarmistas tomadas por los republicanos. Para calificar la «amenaza» planteada por Irak, Bush y Cheney, accionista principalísimo de la petrolera Halliburton, emplearon las palabras «urgente» y «mortal», repartiendo bendiciones a diestra y siniestra.
En un alarde de inconsciencia, vesania e ignorancia, los dos asumieron que, por definición, «la inteligencia política trata con lo oscuro, lo desconocido, lo que está deliberadamente escondido», haciendo una paráfrasis perfecta de lo que es materia de fe en el bautismo renacido que ambos practican. En un boletín de prensa, Bush declaró:»los terroristas continúan complotando contra nosotros, siguen queriendo hacernos daño. Este país no bajará la guardia; no descansaremos hasta que esta amenaza contra la civilización haya desaparecido»?. La amenaza era él.
Bush convocó al Congreso a regalarle una Ley Patriótica intervencionista y anulatoria de derechos humanos. Como a quien le obsequian una orden de aprehensión. Sembró el terror y la desconfianza en el mundo. En esas estamos todavía, sin necesidad de que aparezcan francotiradores cinematográficos.