El mejor demagogo. El peor populista

En el ya famoso «Mensaje» del día 2 de septiembre –no por bueno, sino por el alud de críticas negativas que ha recibido–, el titular del Ejecutivo le arrebató el puesto de Jefe de la Campaña de Andrés Manuel López Obrador a su palafrenero de siempre, el productor de «presidenciables», el favorito de Palacio, Luis Videgaray.
Como secretario de Hacienda, como poder tras el trono, con sus políticas públicas en contra de la población, Videgaray ha hecho crecer a AMLO –quien prosigue su campaña permanente por la Presidencia– que el desafuero ordenado por Vicente Fox.
Pero Peña Nieto le ha quitado el papel de coordinador de campaña de Morena. Ahora es él mismo quien da parque y hace voltear hacia las propuestas del tabasqueño.
Y es que, con palabras pesadas, de esas que a muchos no les queda pronunciar, advirtió «El Mensajero» sobre la «amenaza» del populismo y la demagogia «que se ciernen sobre el país». Al mismo tiempo amenazó al pueblo con hacer más reformas como las que no se cumplen desde que se atravesó en el pecho la banda presidencial.
Reconoció que lo único que lo frena a hacerlo, es que cada vez más los mexicanos desconfíanos más de él y de su palabra.
No obstante, para demostrar que insistirá en su desabrido empeño, emitió otro de los desangelados y hueros decálogos salvíficos, de esos que sólo se anuncian y tampoco se concretan nunca. Ya van siete, dicen quienes le llevan la cuenta. Ya son 70 propósitos nunca alcanzados.
Más los 266 compromisos de campaña, de los cuales –en tres laaargos años– sólo ha cumplido 28.
Palabras que fustigan se vuelven en su contra
El patetismo de la corrupción, la impudicia y la incongruencia se revela en toda su magnitud, cuando las banderas, las posiciones y las declaraciones de los dirigentes son desmentidas cruelmente por su conducta diaria.
Casi nadie se salva. El señor Peña, menos que nadie. Los ejemplos cunden. Ante la práctica sistemática del engaño y la mentira, las antiguas hipótesis esenciales de la razón y de las fuerzas del Estado se han desplomado, hasta caer a niveles de descrédito nunca antes observados.
Ubicar entre «los distinguidos invitados» que horadaron con sus pasos las baldosas del Palacio Nacional –donde, a despecho de la Constitución, el Ejecutivo vocifera sin ton ni son, se burla y somete a los poderes Legislativo y Judicial, y usa la «resbaladiza» banda presidencial en un acto no protocolario–, a los poderdantes de las constructoras oficiales OHL e Higa, constituye una afrenta de lesa ruindad, dado el repudio popular a la complicidad manifiesta con sus únicos «emprendedores» consentidos.
Cuando las palabras que fustigan a los adversarios se mencionan en voz alta, en una Nación que sirve a los encaramados, sin brújula ni timón, pueden resultar frases ridículas o bromas macabras, como el estimado lector prefiera juzgarlas.
Cuando los poderes informales, los grupos de poder y las formaciones extralegales, al margen de la justicia mínima, secuestran las decisiones fundamentales de un país, a su libre albedrío, se provoca la desazón, el miedo, el odio y cada vez se atiza más la hoguera de la ignorancia.
La ley de minorías corruptas e insaciables se impone –sobre la pobreza, el desempleo y el hambre– y hace prioritaria la visión oligárquica -delincuencial del poder?. Hace sentir a todos cual farsantes ante la demolición de los derechos sociales y ciudadanos.
El populismo de derecha es el signo de la casa
Desde la palestra que enarbola un populismo feroz de derecha que no se atreve a admitir su nombre, el peñanietismo llama a detener el populismo y la demagogia, pero no la de él sino la contraria, como aquél pelafustán que grita: ¡agarren al ladrón!, ¡agarren al ladrón!
Nuestro mundo es una porquería y está lleno de fantoches, sentenciaba desde los 30’s del siglo pasado el tango «Cambalache», una de las afamadas expresiones del sentimiento popular argentino.
Cambiarse de camiseta, envolverse en piel de oveja, traicionar los principios ideológicos y aparentar que se es lo que no se es, forma parte de las truculencias que hoy, ante la aparición del poder de la opinión pública, ya no pueden ni deben sostenerse.
Los impostores se oponen contra el populismo de otro signo, porque así les dicen que lo hagan, aunque su populismo, el de derecha, el del sello de la casa, esté al servicio de una casta de privilegiados, y el de enfrente, el criticado, el objeto de su obsesión, esté más cerca de los necesitados.
?Se oponen contra la demagogia, con el único pretexto de combatir y desmentir con boletines y estudios ajenos pagados con millones de pesos y hasta dólares, a quién ose derruir las ruinas de lo que llaman «reformas estructurales» para subastar el país y los derechos constitucionales, anteriores a sus mendaces ocurrencias.
«El Chapo» no es el principal problema de seguridad
Se necesita ser un demagogo vulgar para sostener que el problema más importante de la Seguridad Nacional es esclarecer la fuga de «El Chapo» Guzmán y ponerlo otra vez tras las rejas.
Cuando todo mundo sabe y comenta a voz en cuello que fue un «escape» arreglado con dinero en las altas esferas –aunque ahora exhiban infelices responsables del penal–, y que todo forma parte de la misma mengambrea de la complicidad orgánica-delincuencial.
A quién se le ocurre, decir ante los mil aplaudidores incondicionales de cuello blanco, y las? cámaras radioeléctricas, que el neo-encarcelamiento de ese individuo ocupa un lugar prominente, por arriba de los principales problemas de seguridad nacional?
Poner a «El Chapo» como preocupación primigenia y superlativa sobre la asfixiante deuda externa, que sigue contratándose a espaldas de los otros poderes y del mismo pueblo y alcanza en 36 meses la mitad del producto interno bruto.
Ponerlo por encima de la seguridad al interior de los órganos expresamente creados para preservarla, haciendo rehén a las fuerzas armadas con su silencio sobre la ineptitud de los mandarines inexpertos y falaces.
Poner la aprehensión del delincuente,? por encima de la limpia necesaria de los elementos ineficaces y corruptos del sistema de procuración e impartición de justicia, que es el primer peldaño de la seguridad nacional en todos los países civilizados de la Tierra.
Ponerlo por encima del abundante y escrupuloso apoyo que se debe dar a las áreas abandonadas del campo mexicano, expulsor de migrantes calificados, que nos deja expuestos a la dependencia alimentaria del extranjero en granos, cereales, leche y carne.
Ponerlo por encima de los riesgosos problemas fronterizos del norte y del sur, delegados en manos ineficientes e insensatas, y lo que es peor, consagrarlo antes que la lucha contra la corrupción y la impunidad, los verdaderos males endémicos de la seguridad nacional, es un asunto de esquizoides.