«Remembranzas de un crack… a propósito del caos en China»

Mi tan querido como admirado Gustavo Petricioli se encontraba abatido. Sentado detrás de ese sobrio escritorio labrado en madera destinado al Secretario de Hacienda y Crédito Público, fumaba en una posición que era muy peculiar de él. Inclinado hacia un lado, con el codo en el descansabrazos y la mano curvada, daba grandes bocanadas a su cigarro «vantage» de lechuga. Con los ojos entrecerrados y con esa mirada suya, tan característica, miraba hacia algún punto perdido delante de él.
Así lo encontré al entrar a su oficina, después del caos en que había caído el sistema bursátil, arrastrando consigo al tipo de cambio y al propio Petri (como cariñosamente le llamábamos), quien seguramente pensaba que su destino se había trastornado con esa crisis tan inoportuna, como profunda. Apenas hacía unos días, el Lic. Carlos Salinas de Gortari había sido designado candidato a la presidencia de la república por el Partido Revolucionario Institucional y ese violento y sorpresivo ajuste no parecía ser una amable recepción, ni el mejor augurio.
Por pura casualidad yo había estado participando, sin ser parte de su equipo, en los temas que tenían que ver con el «crack» bursátil que se dio a partir de aquel 19 de octubre de 1987. Unas semanas antes de que la crisis iniciara, el día 13 de septiembre de ese año, había yo visitado en compañía del Lic. Alfredo Baranda  al entonces Secretario de Hacienda. El Gobernador del Estado de México, de quien era yo Secretario Particular, me había invitado a acompañarle a esa visita de cortesía, dos días antes de que se diera el relevo en aquella entidad, conociendo de mi relación con Don Gustavo. El propósito era agradecer las atenciones y apoyos recibidos, durante el tiempo en que Alfredo estuvo en la Gubernatura.
Habíamos salido ya de la oficina en Palacio Nacional, cuando un ayudante de Don Gustavo (en aquel entonces todavía lo trataba yo de «usted») me alcanzó y me pidió que regresara unos minutos a la oficina del Secretario. Entrando, de golpe me dijo: Dígame Oscar ¿Y ya sabe usted que va a hacer ahora que Salinas sea candidato? ¡Ah caray!, no sabía que ya hubiera definiciones, le contesté. Y a manera de broma agregué, «Yo le iba a preguntar a usted si ya tenía planes para ahora que Del Mazo fuera nominado». Siguiendo con el mismo tono, añadió; «Se ve que vive usted en Toluca y está mal informado, ¿Qué le vamos a hacer? Le propongo que ahora que haya candidato nos reunamos y veamos quien estaba en lo correcto. Lo invito a tomar un café el día 7 de octubre»
El día 7 de octubre llegué puntual a la cita y ya se imaginarán mis lectores las bromas del Secretario, quien había tenido mejor puntería que yo en sus pronósticos políticos. Después de las obligadas bromas, en un tono casi paternal me preguntó ¿Y qué piensa hacer, Oscar, no quiere entrar a algún banco o integrarse al equipo? Yo había previsto la situación y llevaba una propuesta al Secretario y tal cual se la expresé. «Mire Don Gustavo, le agradezco de verdad el detalle de tenerme presente, pero no creo que deba aceptar por ahora ninguna oportunidad en otro equipo. Pero tengo una propuesta que hacerle. El lunes pasado, a la apertura del mercado bursátil, después de que la Comisión Nacional de Valores suspendió las cotizaciones, por la reacción al alza que se generó, el mercado tuvo una corrección a la baja que me dio muy mala espina. Me parece que prende focos rojos e indica cierta fragilidad, después de todo este período de sobrevaluación que, a mi modo de ver, ha experimentado. ¿Porque no mejor no me pone a analizar la situación y me contrata como externo para hacer un estudio acerca de lo que habría que hacer en el caso de que el mercado experimente una caída de mayores proporciones?
Sin estar muy convencido de que fuera un riesgo ni real, ni inminente, aceptó la propuesta y llamó a sus colaboradores más cercanos, para decirles que empezaría yo a trabajar desde fuera en ese tema. Apenas había yo hecho algunas llamadas, uno que otro apunte y los términos de referencia de mi estudio, cuando el día 19 de octubre de 1987, fatídico día conocido después como el «lunes negro» la bolsa experimentó una brutal caída, arrastrada por una situación similar originada en el mercado de Wall Street unas horas antes. Era solo el inicio de una crisis de todo el sistema financiero que acabaría con la devaluación de nuestra moneda.
La llamada del Secretario no se hizo esperar, pidiéndome que me presentara de inmediato en su oficina. A partir de ahí, y solo por la coincidencia de haber hablado unos días antes de esa posibilidad, sin que pudiera yo ser muy útil, estuve atento y participando en lo que se me solicitaba. En concreto, recuerdo que, entre otras cosas,  me pidió que visitara yo al Lic Miguel Mancera Aguayo en Banco de México para comentar con él acerca de una posible intervención del Banco Central en el mercado bursátil para atemperar su caída. Miguel, con esa prudencia que le caracterizaba, de manera por demás atenta y considerada conmigo, me expresó las razones que tenía para no embarcar al Banco de México en esa aventura. «Solo vamos a quedarnos con acciones caras y alimentaremos una liquidez que presionará aún más al tipo de cambio por la demanda de dólares, me comentó»
Descartada esa alternativa, y no obstante el esfuerzo que realizó Nacional Financiera, con los limitados recursos con que contaba para apoyar la coyuntura, siguió la debacle con los resultados que hoy todos conocemos y con un Secretario de Hacienda pensativo y meditabundo sentado en ese escritorio que, al verme entrar, me dijo «¡No se imagina, Oscar, lo que puede llegar a pesar esta oficina en la que todo mundo quisiera estar!….