Windows 10: los entretelones de una actualización crítica para Microsoft

si hace 10 años, sólo 10 años, alguien hubiera vaticinado que un día Windows se regalaría, lo hubieran tachado de loco. En 2005 el sistema operativo de Microsoft para computadoras personales no sólo no era gratis, sino que, para el mercado argentino, era caro.
Reina absoluta del cosmos digital desde su lanzamiento en 1981, la PC había catapultado la compañía cofundada por Bill Gates al puesto número uno entre las mejor cotizadas del planeta. Pocos años antes, en diciembre de 1999, a menos de un lustro del apoteótico lanzamiento de Windows 95, había alcanzado una capitalización de mercado de 613.000 millones de dólares. Su antiguo rival, IBM, valía en ese momento tres veces menos. Apple, que hoy es la compañía más valiosa del planeta, había logrado volver a ganar dinero en 1998, luego de haber estado al borde de la bancarrota, gracias a los cambios introducidos por Steve Jobs.
Microsoft incluso sobreviviría a la catastrófica explosión de la burbuja puntocom, a principio del siglo, en parte por haber llegado tarde a esa revolución llamada Internet. Así que, en 2005, nada hacía sospechar que su poderío estuviera amenazado. Pero en torno a la computadora personal se estaba conjurando la tormenta perfecta.
El primero de los factores que habrían de alterar por completo el clima de la industria digital tiene que ver con un principio establecido en 1965 por Gordon Moore, uno de los fundadores del fabricante de microprocesadores Intel. Hace medio siglo Moore vaticinó que la densidad de los componentes en los chips se duplicaría cada dos años (www.lanacion.com.ar/1785376). Es decir, Microsoft no podía ignorar que más tarde o más temprano los cerebros electrónicos serían los bastante pequeños, frugales, baratos y potentes para permitirnos llevar una computadora en el bolsillo. Aunque había sido pionero en el desarrollo de un sistema operativo móvil (con Windows Mobile, que había nacido como PocketPC en 2000), Microsoft no vio venir el cambio que introducirían los smartphones. Estaba, de hecho, en la mejor posición para quedarse con ese mercado. Lo que nos lleva al siguiente factor que sacudiría el imperio de Windows.
El 29 de junio de 2007, luego de meses de rumores, se confirmó una noticia insólita. Apple, la todavía modesta compañía de Cupertino, California, bien conocida por el símbolo de la manzanita mordida y sus dispositivos elegantes y fáciles de usar, lanzaba un teléfono celular, el iPhone.
Carecía por completo de sentido. Pero, en esta industria, donde la única ley que cuenta es la innovación, las noticias absurdas deben ser tomadas muy en serio, mucho más en serio que las previsibles.
El iPhone fue tan disruptivo que tomó por asalto el mercado de los móviles, hizo desaparecer las dos compañías más icónicas del negocio (Motorola, que, de hecho, había inventado el celular, y Nokia) e impuso una idea que los dos reyes de la PC, Microsoft e Intel, habían pasado por alto: un smartphone no es exactamente un teléfono, es una computadora de bolsillo. Con una interfaz enteramente táctil, atractiva y sencilla, el iPhone permitía desde leer correo electrónico hasta navegar la Web. Al principio, la industria le restó importancia, pero pronto todos los teléfonos iban a tener que parecerse al iPhone.

El viento renovador del smartphone de Apple vino acompañado de un giro copernicano en la forma de comercializar software. Nacían las apps, que se distribuirían gratis o costarían monedas. En comparación, los programas para PC habían costado varios cientos o miles de dólares. Windows incluido. No es que unas y otros fueran capaces de hacer lo mismo, pero la mayoría encontró suficiente la aplicación móvil, sobre todo para consumir contenidos y participar de las incipientes redes sociales (Facebook nació en 2004 y en 2006 aparecería Twitter; en 2006 Google se quedaría con YouTube, que había nacido en 2005).

El tercer factor tiene que ver con dos nombres que le habían venido dando dolores de cabeza a Microsoft desde, al menos, 5 años: Google y Linux. En 2005 el buscador de Internet, que había empezado a cotizar en la bolsa de valores el año anterior, adquiría una minúscula compañía llamada Android, que se proponía crear un sistema operativo para cámaras de fotos domésticas (un negocio que los smartphones herirían de muerte). Pagó por ella sólo 50 millones de dólares y, gracias a esa movida, Google consiguió entrar a tiempo al negocio de los smartphones, al que terminó por dominar junto con Apple.

Vuelta interesante del destino, el núcleo de Android es un Linux, con lo que el sistema operativo de software libre vino a tomarse revancha de su fracaso en conquistar el escritorio de la PC. Y un dato más: en 2004 había nacido, de la mano del empresario sudafricano Mark Shuttleworth, una versión de Linux que se proponía abiertamente como una alternativa a Windows. Su nombre era Ubuntu y pronto debería demostrar de lo que era capaz.

Es que, mientras Apple y Google apuntaban todos sus recursos a conquistar el mercado móvil, Microsoft cometió el error más fatal de su historia: Windows Vista. Este sistema salió al mercado el 30 de enero de 2007 -es decir, 5 meses antes del iPhone- para reemplazar al inmensamente popular XP (aun retirado, XP sigue teniendo hoy el 12% del mercado).

El Vista no estaba mal per se, pero era visualmente sobrecargado y tenía exigencias de hardware desmesuradas, lo que convertía a la mayoría de las computadoras en lentas máquinas de agotar la paciencia. Justo cuando el mundo se preparaba para darle la bienvenida a computadoras de menos de 150 gramos que llevaríamos a todas partes. No pudo haber un lanzamiento más inoportuno. Muchos decidieron quedarse en XP o probar por primera vez un Ubuntu, lo que le dio a Linux una visibilidad inesperada.

LA SÉPTIMA ES LA VENCIDA

Al desastre de Vista le siguió uno de los mejores productos de la compañía, Windows 7, que en junio contabilizaba un 61% del mercado. Eso es bueno y malo a la vez, porque su sucesor, Windows 8, lanzado en octubre de 2012, apenas supera el 16 por ciento. La explicación de este nuevo tropiezo está en que Microsoft impuso en la octava versión de sus ventanas algunos cambios radicales en la forma de usar la computadora. Para muchos fue preferible no innovar y se quedaron en el 7.

El resultado de esta tormenta fue que la PC dejó de ser el centro de todas nuestras actividades digitales. El smartphone y, luego de 2010, la tablet, mostraron ser mucho más razonables para consumir contenidos, desde música hasta películas. Definitivamente, resultaba más confortable responder un mail en el subte desde un celular que con la notebook. También potenciaron las redes sociales -que de otro modo difícilmente hubieran tenido un ascenso tan meteórico- y la mensajería instantánea, otro negocio que Microsoft vio escapársele lentamente; compraría Skype en 2011 para intentar subsanar esa sangría. Pronto, sin embargo, el mensajero WhatsApp -hoy en manos de Facebook- se volvería imbatible.

Como consecuencia de este cambio climático, las ventas de computadoras personales se resintieron seriamente, lo que afectó las finanzas de Microsoft, un cuadro que la compañía empeoró al adquirir Nokia, con el objetivo de ganar espacio en el mercado móvil. De momento, la adquisición, que se completó en abril del año último, no ha conseguido sino aumentar las pérdidas de la compañía, que en el último trimestre llegaron a 3200 millones. En rigor, estos números se deben a que el nuevo CEO de la compañía, Satya Nadella, está desembarazándose de esta adquisición, realizada por su antecesor, Steve Ballmer, y que algunos analistas clasificaron de delirante. Como mínimo, Ballmer gastó más de 7000 millones de dólares en una empresa que todavía vendía muy bien un tipo de celular (el básico) que pronto también sería desplazado por el smartphone en todos los niveles.

APOSTANDO AL 10

Pero no son todas malas noticias. La contracción del negocio de las computadoras personales no es, sin embargo, terminal. Ni smartphones ni tablets sirven para producir los complejos contenidos (texto, software, música, animaciones 3D, video, fotografía profesional, etcétera) que, a su vez, mantienen vivo el interés en smartphones y tablets. La PC y los servidores siguen siendo los motores informáticos del mundo industrializado.

Este es, pues, el contexto en el que verá la luz el nuevo Windows, y es también el que explica por qué será gratis para los usuarios que tienen hoy un Windows 7 u 8.1 (aunque Microsoft no regalará sus ventanas a todos; los fabricantes de computadoras seguirán pagando por el sistema operativo). La meta de la compañía es unificar no sólo la experiencia de uso de PC, tablets y smartphones, sino también migrar (al menos en parte) su modelo de negocios hacia una tienda unificada de apps. Por eso, una de las características más significativas del lanzamiento de hoy es que el sistema incluirá las herramientas para convertir apps de Android y iPhone para que corran en Windows (http://www.lanacion.com.ar/1788624).

Además, regresa el Menú Inicio, se incorporan, por fin, escritorios virtuales -algo que Apple y Linux tienen hace años-, un nuevo centro de notificaciones, un navegador que jubilará al Internet Explorer, el asistente por voz Cortana y autenticación por reconocimiento facial, entre otras características.

En total, Microsoft está dando los pasos correctos para subsanar los errores del pasado: Windows 10 se ha mostrado ágil incluso en máquinas bastante añejas (en nuestras pruebas con versiones preliminares) y recupera herramientas importantes para los cientos de millones de personas que usan (y no pueden sino usar) la PC para producir contenidos. Resta ver si todos estos cambios llegan a tiempo. En todo caso, Windows 10 es la apuesta más definitoria de una compañía que supo dominar el mundo digital con puño de hierro y que todavía influye (y mucho) en la manera en que hacemos nuestras tareas cotidianas.