Jacobo. «Hay noches en que los serios también bailan»

Jacobo Zabludovsky era asiduo a las fiestas de Gabriel García Márquez. Aquella noche de noviembre de 2006, durante la celebración del cumpleaños de Mercedes Barcha, el periodista televisivo más influyente del siglo XX se encontraba en una mesa del Bar Siqueiros, conversando como solía hacerlo: con esa fluidez informada que mantenía interesado a quien se le pusiera enfrente.

Ante el grupo de platicadores se desataba la rumba: los mariachis contratados para la ocasión se daban vuelo, mientras las parejas bailaban animadamente en el pasillo. Gabo observaba desde su mesa.

De pronto, García Márquez —traje gris, gerbera amarilla en la solapa— se levantó de la silla y se dirigió a conversar con un par de periodistas de la revista Cambio México, publicación que había comandado hasta hacía dos años, para comentarles que acudía a brindar con ellos para no acercarse “al grupo de los serios”, y señaló a una de las esquinas del bar, donde se encontraban Zabludovsky y su esposa Sarita, departiendo con otros escritores.

Es probable que el periodista mexicano haya escuchado la broma de su amigo colombiano, porque de inmediato se levantó para invitar a bailar a la escritora Ángeles Mastretta. Él, saco mostaza, camisa negra. Ella, abrigo negro, blusa blanca. A sus espaldas, una caricatura de Jacobo Zabludovsky, autoría de Carreño.

La escena debió divertir a García Márquez porque no soltaba la sonrisa. “Hay noches en que los serios también bailan”, dijo con esa malicia caribeña que lo caracterizaba.

La amistad entre Zabludovsky y el nobel de Literatura había nacido a finales de los años 60, cuando el periodista comenzó una aventura denodada para convencer al escritor para que le concediera una conversación televisada. García Márquez había dado innumerables entrevistas a medios impresos, pero temía a los micrófonos.

“No puedo, me inhibo, sencillamente no puedo. Me han pedido la entrevista en la televisión italiana, en la televisión francesa, en la televisión española. Nunca he dado ninguna entrevista porque la primera vez que quise hacerlo me quedé mudo (…) No tengo nada contra una entrevista de televisión excepto que los micrófonos no los tolero; es decir, si yo no me diera cuenta de que hay cámaras y micrófonos no me importaría”, escribió Zabludovsky hace un año en un Diario de circulación nacional.

Tras la entrevista, pactadamente subrepticia, ambos personajes fueron desarrollando una amistad que se extendería hasta la muerte del autor de El otoño del patriarca. Gabo lo invitó a Estocolmo cuando recibió el Nobel de Literatura, en 1982. Y solía expresarse con generoso respeto de su viejo camarada: admiraba particularmente su talento para realizar entrevistas.

Aquella noche del baile con Ángeles Mastretta, García Márquez tomó champaña y no whisky, como solía hacerlo en la mayoría de los festejos. Al parecer no se sentía bien de salud.

En algún momento de la velada, Zabludovsky se acercó a la silla donde descansaba Gabo. Un abrazo arropador atrajo la mirada de los invitados a la fiesta de la esposa del autor de Cien años de soledad. Y no faltaron los ojos indiscretos que capturaron la imagen del cariño entre los amigos.