Prensa rosa, amarilla, de rojillos y rojetes

En pleno auge del desarrollo estabilizador, Darío L. Vasconcelos era el abogado litigante más respetado de México. Hombre culto, poseedor de innumerables talentos, padre ejemplar.
Entre sus amigos? y clientes se contaban el periodista Carlos Denegri, el político Carlos A. Madrazo, la socialité Lola Olmedo, el escritor Salvador Novo, el muralista David Alfaro Siqueiros y la crítica de arte y compositora Rosario Sansores, entre muchos otros.
Primo de José Vasconcelos?, se daba el lujo de atender sus asuntos más importantes en un “despacho” que había habilitado en la parte de atrás de la cantina «La Ópera», ubicada en una esquina de las céntricas calles capitalinas Filomeno Mata y Cinco de Mayo.
La cantina todavía lucía en la pared los agujeros de los balazos de los bragados generales villistas? que habían celebrado en ese elegante lugar la toma de la capital. Para emitir el mensaje de que también había clases.
Desde ahí y desde su despacho formal de Paseo de la Reforma y Nilo, había logrado que evitaran ir Lecumberri Carlos A. Madrazo, Sacramento Joffre y Pedro Téllez Vargas, injustamente incoados, gracias a una vendetta de Miguel Alemán, quien los había acusado de «polleros», por traficar tarjetas para la contratación de braceros.
El Dientón de Sayula les había «encimado» el ludibrio público acusándolos de haber violado el Convenio bracero que años después formalizó el veracruzano con el presidente Harry S. Truman?, cuando vino a México a bordo de su avión Sacred Cow: La Vaca Sagrada.
La acusación que llevó al extremo de pedir el desafuero de los diputados federales estaba motivada en el hecho de que los tres eran simpatizantes de la candidatura de Jorge Rojo Gómez, Jefe del DDF, a la presidencia de la República.
Para buscar el perdón definitivo de los dueños del pandero, en el sexenio del elegido Ruiz Cortines, Madrazo desempeñó la misión de ir a sacar del gobierno de Tabasco al abogado Manuel Bartlett Bautista, jefaturando un movimiento de protesta… y hasta se le pasó la mano.
Bartlett tuvo que salir de Villahermosa disfrazado de mujer.
Alemán nunca se los perdonó. De paso, le hizo ver A Rojo Gómez, nacido en Bondojito, Huichapan, Hidalgo, hasta donde podía llegar en sus revanchas. El veracruzano era el dueño de las confianzas de Manuel Ávila Camacho. La única huella que dejó el hidalguense fue haberle puesto el nombre de su lugar de pila a la colonia Bondojito, en la capital del país.
Vasconcelos, abogado muy exitoso
Desde su “despacho” en «La Ópera», el abogado Vasconcelos había obtenido numerosos amparos en favor de Jesús Martínez, «Palillo», el cómico político verdugo del régimen y, en especial, de Ernesto P. Uruchurtu, el llamado Regente de Hierro, al que él motejaba «Don Gladiolo», por su afición a llenar de flores los camellones de Paseo de la Reforma.
Aún más, ?había litigado con éxito la exoneración de Jaime J. Merino, el superintendente de Pemex en Poza Rica, concuño de Richard M. Nixon y perseguido por López Mateos, en una lucha abierta y cantada.
Defendió con éxito las injustas expropiaciones inventadas contra El Alazán Tostado, Gonzalo N. Santos, y toda la jauría que se había lanzado sobre las posesiones alrededor del rancho «El Gargaleote», propiedad del «preboste» de San Luis Potosí.
Desde ahí había salvado la fortuna inmobiliaria urbana de Lola Olmedo, que se extendía por todos los llanos de Tlatelolco y Pantaco, hasta los terrenos de Buenavista, por donde se tendían los rieles ferroviarios de todo el centro del país.
Desafanó a su compadre Carlos Denegri –el columnista político más informado y temido del país– que había sido presa de un berrinche de Uruchurtu. «Don Gladiolo» no había podido soportar que el periodista llegara a caballo al restaurante «Ambassadeurs», en la planta baja de aquel viejo Excélsior.
Salvó al astuto penalista Bernabé Jurado acusado de posesión de narcóticos, a través de conseguirle un permiso de Salubridad, encabezada por Álvarez Amézquita, en el que se le acreditaba como un sujeto enfermo, sujeto a medicamentos opiáceos. La verdad era que los abogados de Las Vegas lo tenían con un pie en la cuchilla por reiteradas deudas de juego en el Casino del Hotel Flamingo’s?, propiedad de Bugsy Siegel, uno de los mafiosos favoritos del «héroe de guerra», Lucky Luciano.
Vasconcelos no usaba influencias políticas –nada que ver con las prácticas de los panistas Fernández de Cevallos, Lozano, Gómez Mont, et al–, él sí era una chucha cuerera del Derecho.
Un redondo chantaje “periodístico”
Protegido por López Mateos, el periodista mexicano – libanés Alfredo Kawage Ramia había fundado el Diario de la Nación – Zócalo, una edición tamaño tabloide que hizo época. Fue acusado de pionero del amarillismo nacional.
El edificio de Río de la Loza, esquina con Gabriel Hernández, cerca de la Colonia Doctores, había sido consagrado a los afanes del periodista. Después fue habilitado para? sede de la Comisión de los Libros de Texto Gratuitos, con todo y rotativas de varios pisos.
Un día se presentó el afamado director a la sala de redacción del periódico con un expediente abultado, que cargaba un ayudante con «diablito». Era la historia «negra», con pelos y señales, del director general del IMSS.
— Como ves –le dijo al jefe de redacción en turno, el poeta campechano Alfredo Perera Mena– aquí encontrarás quién fue su verdadero padre; en esta foto, su abuela, abrazada con el caballerango; aquí cuánto dinero obtuvo de los industriales para exonerarlos del pago pensionario de sus obreros…
…en este otro documento, la prueba de su participación en el envenenamiento de Maximino, en Atlixco; aquí las facturas de la joyería parisina de las prendas de sus amantes… y hasta de su efebo acapulqueño… ¡Destrózalo! –ordenó.
En dos horas, regresó Kawage por el «reportaje», para «meterlo a prensas»?.
Presa de su propia angustia, esa noche el redactor que tuvo que aplicarse en serio a tundir las teclas de la máquina, no pudo dormir. Esperó el primer rayo de sol para ir a comprar el pasquín.
Para su sorpresa, el diario sacaba en primera plana una foto en close up, en pose tres cuartos, donde aparecía sonriente a pie de página la leyenda: «El poderoso caballero Don Antonio Díaz Lombardo, director general del IMSS».
Buscó afanosamente los comentarios hirientes en las páginas interiores y sólo encontró referencias a su «encantadora madre»; «aspectos de propiedades logradas a base de sudor y esfuerzo»… y así por el estilo.
Antonio Díaz Lombardo, el empresario que creó Aeronaves de México, tomó posesión del IMSS en diciembre de 1946, cuando los tabloides de Alfredo Kawage Ramia estaban apenas «agarrando vapor». Nunca se supo nada turbio de él.
Perera Mena, el redactor campechano, investigó por su cuenta qué había pasado. No faltó quien maliciara que «El Turco» Kawage había ido a altas horas de la noche a buscar al gerifalte para ver, reportaje en mano «¿cuál era la forma de arreglarlo?».
?Eran los modos y maneras en que se solventaban las reyertas de los medios con los dirigentes del país. Con el tiempo, Perera Mena se enteró de los afanes de «Don Gladiolo» para acabar a Denegri, a Díaz Lombardo, al «Palillo», a Lola Olmedo, a Bernabé Jurado y a Siqueiros.