Tengo diabetes, ¿qué puedo hacer?

La persona a la que se le diagnostican elevados niveles de glucosa en sangre generalmente se siente abrumada porque piensa que, a partir de ese momento, vivirá con numerosas privaciones y sufrirá las terribles consecuencias de su enfermedad. En realidad, los tratamientos actuales pueden hacer que su vida sea prácticamente normal.
De acuerdo con estimaciones de la Federación Internacional de Diabetes, la población mundial con esta enfermedad en la que la deficiente o nula producción de insulina genera alta concentración de glucosa en sangre, pasó de 30 millones de pacientes en 1985 a 150 millones en el año 2000. Más aún, se estima que en el 2025 podrían existir, al menos, 230 millones de personas con este problema.
En lo particular, México está sufriendo un cambio notable en su perfil poblacional, el cual es más cercano al de las naciones desarrolladas, y por ello las enfermedades infecciosas y epidemias han dejado de ser nuestra preocupación; empero, los males crónicos (de larga duración y asociados al envejecimiento) son ahora los que más nos aquejan, y cabe destacar que a partir del año 2004 las complicaciones de la diabetes se han convertido en la primera causa de fallecimientos, amputaciones no relacionadas con accidentes y práctica de diálisis (filtrar sangre cuando el riñón ya no es capaz de hacerlo).
Si profundizamos más en las cifras encontraremos que “una de las dificultades más serias para hacer frente a este problema de salud, junto con la falta de detección oportuna y escasas medidas de prevención, es que el paciente no siempre sigue el tratamiento.
La diabetes es una enfermedad a la que se le asocia de inmediato con complicaciones como ceguera, amputaciones, infartos y problemas en corazón y riñones, pero esto se debe a desinformación, pues las herramientas terapéuticas actuales y la autovigilancia pueden evitar que se sufran consecuencias graves”.
La opinión es del Dr. Rafael Bravo, especialista mexicano en Endocrinología, afiliado a la Asociación Europea para el Estudio de la Diabetes, y quien considera que la falta de educación también hace que parezcan fastidiosos la toma de medicamentos, la práctica de rutinas de ejercicio o el cambio de hábitos nutricionales (se sustituye el consumo de grasas, azúcar, harinas refinadas y carne roja por el de cereales integrales, frutas, verduras y pescado).
“La percepción del paciente —señala— es que tiene que llevar una dieta extremadamente rígida en sus raciones, contenido y horario, y que toda su vida va a girar en torno a su enfermedad. En realidad, con las terapias disponibles, que incluyen fármacos e insulinas modernas, este panorama se ha transformado. Ahora la idea del tratamiento es, en efecto, realizar cambios importantes en cuanto a dieta y actividad física, pero también que nos adaptemos al estilo de vida del paciente.”
Por ello, la labor de los especialistas en salud que ayudan a la persona con diabetes a apegarse al tratamiento, como endocrinólogo o médico internista, consiste en hacerle ver que sus nuevos hábitos no son “privaciones”, sino una forma de vida saludable que puede flexibilizarse. “Por ejemplo, si un paciente no tiene hora fija para comer, ya sea por su trabajo o estilo de vida, podemos enseñarle que con el buen uso de medicamentos novedosos y una dieta balanceada es suficiente para que tenga buen control sin modificar su horario”.
Educación vs. prejuicios
stá claro que en el abordaje de la diabetes se involucran varios aspectos de la vida, pero es indiscutible que una de las áreas más destacadas y menos estudiadas es la psicosocial. “Hay poca investigación al respecto, ya que la terapia se ha enfocado casi siempre hacia la parte física, y se ha descuidado el aspecto humano”, refiere el Dr. Bravo.
En años recientes, afirma el endocrinólogo, ha ganado terreno en la comunidad médica la tendencia a conocer los elementos psicológicos y sociales que afectan a las personas con diabetes, “porque esto puede impactar en las medidas de control, en la relación del paciente con el médico e, incluso, en vencer las barreras que hacen que el tratamiento no se cumpla a cabalidad.
Si pensamos en alguien a quien se le diagnostica esta enfermedad a los 60 años, y que a lo mejor lleva 40 años con las mismas rutinas (comiendo en exceso y con poca actividad física), nos daremos cuenta de cuán complicado puede ser un cambio de hábitos para él”.
Además, destaca que son varios los aspectos emocionales e ideológicos que pueden influir en el tratamiento:
Cuando el paciente recibe la noticia de que tiene diabetes, el impacto que experimenta puede ser similar al que se genera en otros males, como cáncer, y ocasiona depresión o duelo.
Aunque se tenga el diagnóstico, es probable que el afectado no siga el tratamiento por dos razones: porque niega su problema y asegura que “no le va a pasar nada”, o bien, porque en forma voluntaria, y a sabiendas de las complicaciones que pueda tener, decide que no va a modificar sus costumbres.
La relación con la familia cambia. Por un lado, los demás miembros del grupo pueden darle trato “de enfermo”, al grado de que no le dejan cargar objetos pesados o subir escaleras.