CAFÉ…

En una taza de café espresso excelente se encuentra todo un mundo, solo se necesita un poco de concentración para descubrirlo. Degustar, de hecho, significa saborear con conciencia, integrando el placer sensorial y el intelectual.
OLFATO
Una primera oleada de aromas se desencadena cuando el café está alrededor de los 80° y se mezcla para permitir que el perfume, atravesando la capa de crema, se difunda en el aire. Son notas frescas y ligeras de flores y frutos, desde el jazmín hasta la almendra. Una segunda oleada llega después de catarlo, cuando la percepción retronasal devuelve aromas más fuertes como la mantequilla, el pan recién horneado o el chocolate. Es lo que comúnmente se denomina “sabor”.
GUSTO
Estamos alrededor de los 65°, la temperatura ideal para la degustación. Es preferible no alterar el sabor añadiendo azúcar, ya que el espresso perfecto ya tiene un equilibrio exacto de notas dulces, amargas y ácidas. Es suficiente con un pequeño sorbo para apreciar su plenitud.
TACTO
Junto con el aroma, es el “cuerpo” lo que distingue al espresso de cualquier otra preparación y lo que ofrece una agradable sensación de aterciopelada cremosidad y suavidad.
OÍDO
Un espresso óptimo se compara a menudo metafóricamente con una pieza musical, aunque compuesta por notas aromáticas. Concentrándose en la sensación interior de armonía, se puede también escuchar: cada uno descubrirá su propia tonalidad.
VISTA
Un espresso perfecto se reconoce a primera vista. La taza de porcelana blanca enmarca la crema: una delicada trama en tonos avellana recorrida por finas estrías rojizas.
Si la crema es marrón oscura, con un botón blanco o un agujero negro en el centro, hay algo que sobra: el tiempo de extracción demasiado largo, el molido demasiado fino, o bien la temperatura y la presión demasiado altas.
Al revés, si la crema es clara e inconsistente.
En los últimos dos siglos pocas sustancias han sido tan estudiadas desde el punto de vista clínico como el café, sin que nadie haya demostrado que sea perjudicial para la salud.
Muchos estudios demuestran, en cambio, los efectos beneficiosos del café y de su principal compuesto activo, la cafeína.
Ya alrededor del siglo XVI, los sabios sufíes de Yemen bebían café para mantenerse despiertos durante la oración. Cuando, a principios del siglo XVII, el café empieza a difundirse en Europa, es considerado casi como una medicina.
La cafeína, descubierta a principios del siglo IX en Alemania por el joven médico Ferdinand Runge, motivado por un encuentro con Johann Wolfgang Goethe, estimula el sistema nervioso central, mantiene despierta la atención y el humor, ayuda a la respiración y la digestión y atenúa la sensación de hambre, por lo que puede ser de ayuda en las dietas.
Algunos estudios sugieren que una taza de café puede ayudar a calmar los síntomas de la migraña.
Estudios recientes han desmontado viejas creencias: en dosis razonables el café no afecta al sueño ni daña el corazón. Puede, en cambio, ayudar en la acción preventiva de algunas patologías importantes (Alzheimer, Parkinson).
El café contiene también sustancias antioxidantes, que contribuyen a eliminar los radicales libres. El sabor y la salud, de la mano.
Si el café es un espresso, todavía más: es la preparación que combina el mayor sabor con el menor contenido en cafeína.
Entre las mezclas, las que son 100% de pura Arabica tienen un índice medio de cafeína alrededor del 1,3%, respecto a casi el doble de las mezclas de Robusta.